¿Pausa estratégica en Viena?
El reciente acuerdo alcanzado en Viena entre el Sexteto de potencias e Irán es uno de los pocos hechos favorables que tienen lugar en un contexto interestatal atravesado por múltiples crisis y tensiones. Sobre todo, si consideramos que dicho acuerdo concierne al segmento más sensible de la seguridad entre Estados: el de las armas de exterminio masivo.
En efecto, desde afuera hacia dentro, el acuerdo proporciona un relativo equilibrio en la esfera de las armas y equipos nucleares, donde desde hace tiempo existe un inquietante desbalance como consecuencia del propio esfuerzo de los Estados nucleares garantes del régimen de no proliferación, como de aquellos nucleares que operan por fuera de este y de aquellos no nucleares que evalúan si la permanencia en esta categoría de "desarme de desarmados" no los está condenando a un estado de indefensión, protectorado y vasallaje internacional.
Por otro lado, el acuerdo restringe fuertemente las capacidades de Irán en relación con sus ambiciones de alcanzar el estatus de potencia atómica, es decir, de contar con un activo estratégico mayor que incremente sensiblemente la "capacidad de deferencia" del actor en el orden interestatal.
Pero, efectivamente, el acuerdo proporciona un relativo equilibrio, puesto que tanto a escala global como regional es muy difícil que se alteren las realidades y tendencias presentes. El acuerdo difícilmente revertirá el esfuerzo de modernización que en el rubro nuclear llevan adelante los actores preeminentes, esfuerzo que, como bien advierte el 'Anuario 2015' del Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz, modera lo que se ha logrado en relación con la reducción de la cantidad de armas nucleares.
Asimismo, difícilmente el acuerdo revertirá las diferencias que en mayo pasado hicieron frustrar la Conferencia de Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares celebrada en Nueva York, cuyo objetivo era lograr que la región de Medio Oriente se convierta en una zona libre de armas nucleares y otras armas de exterminio masivo.
Pero la relatividad también se debe a que el acuerdo alcanzado en Viena posiblemente implique una pausa estratégica por parte del principal comprometido, Irán.
Como bien advierte Kenneth Waltz, un país empeñado en adquirir armas nucleares muy rara vez es disuadido para que abandone su propósito; mucho menos en el caso de un actor que a su condición o rango geopolítico, es decir, ubicación global de relevancia y tensión, ha sumado rango geoestratégico, esto es, capacidad para proyectar influencia y poder a escala regional e incluso global.
Todos los países que reúnen ambas condiciones poseen armamento nuclear. Y en el caso de Irán ambas condiciones se han incrementado sensiblemente: el cuadro geopolítico de Oriente Medio no solo se ha vuelto más complejo, sino que existen situaciones que podrían llegar a alterar la misma configuración política regional desde los acuerdos Sikes-Picot y desde el desenlace de la guerra de 1967; en cuanto a la condición geoestratégica, resulta casi paradójico que a pesar de las sanciones y el embargo que han agravado su aislamiento y sus condiciones internas, Irán, en algún caso sin proponérselo, ha aumentado su condición.
El experto Zidane Seraoui lo deja muy en claro: "Los acontecimientos en Oriente Medio han llevado a Irán a ocupar un lugar central en cualquier estrategia regional. En el Líbano, su influencia con Hezbolá impide la elaboración de una solución sin su consentimiento. En Siria, parece que la opción más viable para los intereses de las potencias occidentales es la permanencia en el poder del aliado de Teherán, Bashar al Assad. La supervivencia del Gobierno chiita iraquí se debió más al apoyo de Irán y al rol de las milicias que a la presencia de las tropas de EE.UU. Finalmente, con los cambios políticos en Yemen, Irán logra consolidar su estrategia geopolítica regional. En este marco, el acuerdo 5+1 de abril de 2015 viene a fortalecer aún más su papel en la región".
Por ello, es cuestionable considerar que el acuerdo implicará la renuncia del régimen a la posesión del arma nuclear. Es posible que durante el tiempo (más de una década) que Irán limitará el enriquecimiento de uranio resurjan tensiones con la comunidad internacional, pero más temprano o más tarde Irán intentará retornar al programa nuclear con fines militares.
Más allá del rango geopolítico y geoestratégico, existen otras razones por las que Irán continuará con su ambición.
La experiencia casi no proporciona casos de ascensos pacíficos o sin obstrucciones de poder nacional. Por ello, en buena medida toda construcción de poder nacional implica necesariamente el robustecimiento del factor de autoayuda, es decir, el desarrollo del segmento estratégico militar que garantice la seguridad y la supervivencia en un contexto internacional carente de centro y reparto equitativo de justicia (y en una situación regional casi en estado de guerra en el caso de Irán).
Aunque Irán sabe que tiene un instrumento militar preparado, jamás olvidó la desgastante guerra con Irak y, sobre todo, la guerra del Golfo en 1991. De la primera, concluyó que si hubiera dispuesto del arma nuclear (es importante recordar que las ambiciones nucleares se iniciaron con el sah), difícilmente hubiera sido atacado por Irak; en cuanto a la segunda, como afirma Robert Kagan, la supremacía militar estadounidense en esta última convenció al régimen de Teherán de que solo contando con armas nucleares podría mantenerse como actor regional preeminente y hacer frente a las presiones de Estados Unidos y sus aliados.
El régimen sabe que la adquisición del arma nuclear implica una suerte de 'regularidad' en la política entre Estados: "si dispones de armas nucleares, nadie te atacará", reza un viejo dicho; más aún, con un país poseedor de armas nucleares las potencias mayores buscarán la cooperación en cuestiones sensibles, incluso aunque el actor 'menor' no pertenezca al régimen nuclear, por caso, hace unos años Estados Unidos persiguió la cooperación con India, un actor con armas nucleares y que no forma parte del Tratado de No Proliferación.
Asimismo, los casos recientes de agitación y 'golpe de la calle' en los países árabes también reafirmaron la necesidad de contar con armas nucleares: difícilmente Occidente habría influido como lo hizo, por caso, en relación con Libia, para lograr un cambio de régimen en un país con armas atómicas.
Teherán considera que existe un desequilibrio de poder estratégico regional; por tanto, un Irán nuclear restablecería ese desequilibrio y alejaría la posibilidad de una guerra, pues los Estados nucleares no se hacen la guerra entre sí (algo que se comprobó desde 1945 hasta la fecha, aunque Occidente haya denunciado las terribles consecuencias que tendría la nuclearización de nuevos países).
La cuestión relativa al sentimiento de humillación en base al menos de dos situaciones es otra razón: la posesión de armas nucleares por parte de Israel con complacencia de la comunidad internacional, es decir, de Occidente; la estrategia de acción preventiva de este país (también con aprobación de dicha comunidad) para evitar cualquier intento de nuclearización regional; y la extendida formulación relativa a que la dirigencia iraní es mesiánica, irracional y posee una 'cultura estratégica impredecible'.
En breve, Irán ha construido poder y ello implica que es un actor con capacidad de proyectarlo en múltiples situaciones. Los hechos que suceden hoy en Medio Oriente confirman un incremento de dicha capacidad y en algunos casos la necesidad y aprobación de contar con la influencia de Irán como 'factor moderador'.
Hoy la búsqueda de la bomba nuclear por parte de Irán tiene mucho menos relación con la naturaleza ideológico-religiosa del régimen, que con la necesidad de alcanzar equilibrio o reparto de poder y con su condición de potencia en ascenso.
Desde los términos previos, el acuerdo logrado en Viena sería una ganancia de tiempo por parte de Irán, que sabe que la posesión del arma que proporciona 'militarización suprema' supone amparo nacional y deferencia internacional.
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