Resulta paradójico que habiendo sido un escenario donde históricamente la geopolítica fue predominante en su sentido más categórico, es decir, el que combina intereses políticos y espacios geográficos con fines asociados al incremento del poder de los Estados, y donde aquella ha nacido como disciplina de estudio entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, hoy Europa la menosprecie y hasta la excluya en su enfoque y conducción internacional.
Podemos exponer algunas hipótesis en relación con ello. En primer lugar, la memoria de los europeos es reluctante a una relación entre política y territorio que convirtió a Europa en un escenario de competencia y enfrentamiento que la llevó a la destrucción. Aún perdura el recuerdo de la concepción darwinista, expansionista, racial y militar con la que Alemania acometió la disciplina, y sobre la que se sustentó para convertir a Europa y parte de la entonces Unión Soviética en un gran espacio de vasallaje estratégico imperial.
Por otro lado, también perdura el recuerdo de la férrea división que significó para Europa la rivalidad este-oeste por casi medio siglo.
En tercer lugar, el final del régimen de Guerra Fría y el subsiguiente régimen de la globalización prácticamente despidieron al vocablo del "nuevo orden internacional": en un escenario de inminente predominancia de instituciones y de profuso comercio internacional no habría lugar para una disciplina separadora de naciones, en tanto concernía únicamente a intereses nacionales, depreciando cualquier posibilidad de orden a partir de intereses colectivos y valores universales, precisamente el orden que Europa cimentaba.
Ese clima internacional esperanzador proporcionó a Europa un sentido de anticipación internacional, es decir, Europa encarnaba una configuración política, económica, social y militar entre Estados que marcaba un nuevo y favorable curso en la política internacional. Además, el final de la contienda bipolar y, por tanto, la desaparición de las esferas de influencia (un concepto proveniente de la geopolítica) favorecía la incorporación de los países de Europa central, ampliándose así la integración de la "civilización europea". Esta autopercepción de evolución y distintivo internacional nos marca otra de las hipótesis relativas al menosprecio o desterramiento de la geopolítica por parte de Europa.
Por último, la llegada de una nueva generación de líderes políticos en Europa también explica dicho menosprecio, pues se trata de líderes que crecieron y desarrollaron su vida política en un entorno no de competencia interestatal sino de cooperación. Para muchos de estos líderes la historia de Europa arrancaba después de 1945 (cuando no tras "los años estratégicos" 1989-1991) en un marco de complementación de recursos, de Comunidad Económica y de lo que Karl Deutsch denominó "comunidad de seguridad", un modelo interestatal singular y desconocido más allá de una parte del continente.
En definitiva, si perduraba algún concepto de cuño geopolítico en Europa, el mismo implicaba otro nivel en la disciplina, un nivel de carácter posnacional-continental que licuaba el cerrado carácter estato-nacional de la vieja geopolítica.
Pero menospreciar la geopolítica llevó a Europa a situaciones que sin duda la descolocaron.
En un excelente artículo publicado en la revista 'Foreign Affairs', los especialistas Ivan Krastev y Mark Leonard señalan que la crisis en Ucrania hizo notar a Europa que "su modelo político no es atractivo para todos". Advierten que la curiosa noción conocida como 'síndrome Galápagos', que se aplicó a Japón por sus especiales características tecnológico-económicas no 'replicables' en otros sitios, como sucedía en la isla con su flora y fauna, bien podría ser aplicada en relación con el modelo europeo: no es posible de ser seguido por otros. Peor aún: es rechazado y hasta repudiado.
Para decirlo desde los términos que venimos tratando, la crisis en Ucrania y, particularmente, la cuestión de Crimea, dos espacios geopolíticos mayores en Europa centro-Oriental, demostraron (o advirtieron) a Europa que su percepción posgeopolítica enfrenta serias y riesgosas limitaciones; en otros términos, dichos acontecimientos revelaron a Europa que la geopolítica no solo no se devaluó ni mucho menos desapareció más allá del espacio selectivo de la Unión Europea, sino que su menosprecio puede arrastrarla a escenarios de crisis que se consideraban superados.
Salvando diferencias, podríamos decir que cuando la UE intentó atraer a Ucrania a su espacio postgeopolítico en 2013, procedió como lo hizo Sadam Hussein cuando ocupó Kuwait en 1990: supuso, desde 'su percepción', que no habría una reacción de escala por parte de Rusia, como el líder iraquí, desde su percepción, consideró que no la habría por parte de la comunidad internacional.
Pero en ambos casos la geopolítica en clave clásica o 'como de costumbre' fue contundente: así como entonces resultó impensable que Occidente no reaccionase ante una convulsión geopolítica mayor en un espacio selectivo de intereses, en el caso de Ucrania resultaba inconcebible que Rusia no procediese ante semejante provocación por parte no ya de la UE sino de Occidente en un espacio de interés estratégico mayor para Moscú.
Y aquí introducimos otra causa del desprecio de la geopolítica por parte de Europa: la abdicación a la autonomía estratégica y la aceptación en continuar bajo una condición subestratégica, es decir, por debajo del mandato estratégico-militar que Estados Unidos ejerce en el continente a través de la OTAN.
Dicho mandato u orden ha impedido hasta hoy que Europa acompañe su proceso de integración sin despreciar la geopolítica, puesto que la continuidad de tal condición más allá del final de la Guerra Fría no la forzó a calibrar la situación internacional priorizando 'sus intereses' sino 'los de otro', situación que la llevó a seguir 'guiones estratégicos' que, finalmente, la arrastraron a contextos complicados y de curso incierto, y no solamente en Ucrania y ante Rusia.