Con el fin de “modernizar la defensa y disuasión de la OTAN, a principios de febrero de 2016 los ministros de Defensa de los países de la Alianza Atlántica impulsaron una serie de medidas que, básicamente, implican el establecimiento de una presencia reforzada, multinacional y rotativa en la zona este de la OTAN, es decir, en las adyacencias del territorio de Rusia.
Entonces, el secretario general de la OTAN destacó que la decisión adoptada en Bruselas significaba una medida defensiva de la organización política-militar, y que estaba plenamente en línea con las obligaciones internacionales en ese espacio de la Alianza.
Frente a esta avanzada geopolítica-militar de la OTAN, es importante destacar que no representa novedad alguna, pues la misma forma parte de la política relacionada con las ganancias de poder que ha seguido Occidente desde el mismo final de la guerra fría, cuando predominaron en Estados Unidos los enfoques que planteaban no una “estrategia de vigilancia y contención” ante Rusia, como la recomendada por el diplomático George Kennan como “procedimiento estratégico” ante el desafío que suponía el poder de la Unión Soviética en 1945, sino una estrategia centrada en imposibilitar que Rusia, en tanto “Estado continuador” de la URSS, se convirtiera eventualmente en un nuevo reto de escala.
Varias fueron las iniciativas para lograr dicho propósito, siendo sin duda la más decisiva la ampliación de la OTAN. La organización, desafiando la experiencia, no sólo se mantuvo más allá del fin de contexto de pugna interestatal bipolar para el que fue creada en 1949, sino que también habría dejado de lado presuntas promesas hechas por Occidente a Rusia sobre las que se habría pactado el fin de la contienda y la reunificación alemana en términos occidentales, es decir, sin abandonar Alemania la OTAN y sin presencia de soldados rusos en su territorio.
Hacia fines de los años noventa la OTAN se extendió. Primero para dar cobertura político-militar a los denominados “OTAN-maníacos” (principalmente Polonia), y luego al verdadero este de Europa como así también al sur-este: los países del Báltico, Rumania, etc.
De modo que en estricto sentido geopolítico, la “defensa avanzada” de la OTAN nunca tuvo un carácter defensivo: en lugar de practicar lo que Zbigniew Brzezinski ha denominado “pluralismo geopolítico”, concepto que hubiera significado considerar los intereses y percepciones geopolíticas de todos, la OTAN practicó una “geopolítica de uno”, es decir, una defensa y promoción de medidas unilaterales casi hasta lo impensable, esto es, hasta los espacios sensibles o “líneas geopolíticamente rojas” de Rusia. Lo que ha sucedido en Georgia en 2008 y lo que viene ocurriendo en Ucrania desde fines de 2013 hasta hoy, sólo se comprende si ante todo se consideran esos términos, luego tal vez otros.
Tampoco se sostiene lo marcadamente defensivo de la iniciativa de Bruselas, si consideramos que desde antes del final de la guerra fría la OTAN había modificado su concepción de organización de defensa, para adoptar un patrón estratégico-militar pro-activo, basado en sostener una prueba de fuerza con el poderío del entonces Pacto de Varsovia en territorio de Europa del este y lograr la victoria.
En breve, la decisión de la OTAN de reforzar su presencia en el este de Europa implica una continuidad respecto con la política dirigida a afirmar ganancias de poder o posiciones de fuerza preventivas frente a “las amenazas provenientes de Rusia”, según las palabras del secretario de Defensa estadounidense, Ashton Carter.
La defensa avanzada no significa que la OTAN se base en lo que en “política entre naciones” se denomina realismo. Más bien, ello se sitúa en el terreno de la ignorancia geopolítica, es decir, en la irreflexión e irrespeto frente a patrones de cuño centralmente territorial que para Rusia han sido, son y continuarán siendo vitales.
Una reflexión realista hace tiempo habría desaconsejado la ampliación de la OTAN más allá de Europa central, es decir, una ampliación sin restricciones geopolíticas. Consideremos, por caso, las reflexiones de un gran realista como las hechas en 2001 por el desaparecido Kenneth Waltz: “La razones para expandir la OTAN son débiles, las razones para oponerse a la expansión son fuertes. La expansión implica una nueva división en Europa. Debilita las fuerzas liberales en Rusia y refuerza el nacionalismo”.
Para “robustecer” la importancia del realismo en relación con el logro del equilibrio internacional, en un reciente artículo publicado en la revista “Foreign Policy”, “What Would a Realist World Have Looked Like?”, el profesor Stephen M. Walt (otro gran realista) plantea que durante los últimos 25 años los mandatarios estadounidenses han ignorado el realismo. Entre los casos más concluyentes, Walt argumenta que esa ignorancia explica las cada vez más conflictivas relaciones de Estados Unidos con Rusia y China, la retirada de la democracia en Europa del este, la degradada situación en Medio Oriente, en Afganistán, etc. Sostiene que si Bush hubiera escuchado a realistas, por caso, a un Brent Scowcroft, no habría invadido Irak en 2003, y la región no sería el caos que es e Irán no tendría el poder que ostenta.
Asimismo, sostiene el experto que si se hubieran considerado patrones del realismo “los Estados Unidos no habrían empujado a expandir la OTAN, pues los realistas entienden que las grandes potencias son especialmente sensibles a las configuraciones de poder cerca de sus fronteras. Expandir la OTAN habría envenenado las relaciones con Rusia”. Un realista habría optado por la “Asociación para la Paz”, un espacio que buscaba construir lazos de seguridad con Europa del este y con Rusia”.
Tal vez no sea demasiado tarde para revertir una situación que ha deteriorado las relaciones internacionales. Pero para ello se necesitará que los que adoptan decisiones en (este caso) Bruselas consideren la experiencia y los mensajes del realismo, antes de seguir avanzando y reforzando defensas que hace tiempo dejaron de serlo.