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Las múltiples 'doctrinas Obama': el poder prevalece

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Las múltiples 'doctrinas Obama': el poder prevalece
A principios de 2012 el Departamento de Defensa estadounidense presentó su 'guía estratégica' ('Sustaining US Global Leadership: Priorities for 21th Century Defense'). Básicamente, se trata de un documento que abreva de concepciones geopolíticas relativas al poder marítimo abordadas por Alfred T. Mahan en el siglo XIX, el más célebre geopolítico estadounidense junto con William Seward, Homer Lea y Nicholas Spykman.

De acuerdo a dicha guía, y según las mismas palabras del exsecretario de Defensa Leon Paneta, el propósito es "alcanzar un reequilibrio de Estados Unidos hacia el Pacífico", ese vasto espacio del 'nuevo Este' que, por la concentración de ascensos de poderes y acontecimientos que cada vez más influyen en la política mundial, algunos especialistas denominan 'Eastfalia' (en alusión a Westfalia como centro de un orden que desde entonces, mediados del siglo XVII, signó la moderna política internacional).
 
Esta concepción de profunda naturaleza geopolítica que recuerda la 'Doctrina Carter' de enero de 1980, según la cual toda la región del golfo Pérsico y el espacio adyacente se consideraban partes de los intereses nacionales de Estados Unidos, representa oficialmente la 'Doctrina Obama', es decir, una proclama a través de la cual la administración política estadounidense fija su prioridad estratégica a escala internacional.

Desde fines del siglo XVIII Estados Unidos ha venido proclamando doctrinas de seguridad que orientaron su política externa, aunque desde 1945 las doctrinas se caracterizaron por un globalismo de carácter irreversible: a diferencia del pasado, desde ese año Estados Unidos "salió al mundo para ya no volver del mundo"; en efecto, la concepción aislacionista de "fortaleza territorial y única morada mundial del Bien" de la que Estados Unidos se alejó durante los años que llevaron al país "de la riqueza al poder", entre fines del siglo XIX y 1919, se tornó impracticable frente a la naturaleza de la amenaza externa y las responsabilidades derivadas de la condición estadounidense de actor victorioso y mayor del orden interestatal pos-Segunda Guerra Mundial.
 
Desde entonces, si bien las doctrinas se modificaron en sentido geopolítico, siempre mantuvieron su propósito de contención y atención a la Unión Soviética; incluso la citada 'Doctrina Carter', si bien estuvo dirigida a reposicionar a Estados Unidos en la zona del golfo Pérsico y alrededores, su consideración última se relacionó con una posible prueba de fuerza con la URSS en esa región de alta densidad geopolítica.
 
A Clinton le tocó enfrentar un escenario internacional sin referente externo, es decir, sin reto que exigiera una definida respuesta o formulación estratégica; sin embargo, el líder demócrata formuló una doctrina de naturaleza geoeconómica que, aunque fue reprochada por 'los geopolíticos de siempre', acabó siendo funcional para los intereses económicos del país, que durante los noventa constituyeron una dimensión central de la seguridad de Estados Unidos.
 
La primera década del siglo XXI fue, en materia de doctrina, un regreso a singulares componentes cuya simultaneidad solamente se produjo, dejando de lado las guerras mundiales, en tiempos de Theodore Roosevelt y de Ronald Reagan: credo, patriotismo, globalismo y militarismo; es decir, fibras críticas cuando el país necesitó fortalecerse para vencer retos y afirmar su supremacía.
 
La prioridad de la lucha contra el terrorismo transnacional demoró la proclamación de una doctrina en tiempos de Obama. Finalmente, en 2012 se aprobó el texto relativo al espacio del Pacífico como principal área de compromiso selectivo estadounidense. La decisión fue oportuna, pues las reprensiones a la Administración Obama sobre su falta de sentido estratégico eran cada vez mayores, e incluso el presidente era visto, sobre todo desde los niveles revolucionarios (denominados erróneamente 'neoconservadores'), como un dirigente cuya concepción del mundo podía llegar a poner en serios riesgos los intereses nacionales.
 
Es cierto que Obama ha manifestado una concepción relativa a la defensa y promoción de 'bienes públicos internacionales' como las instituciones, el derecho, la seguridad colectiva, etc. Pero los hechos desmienten que prevalezcan esos anhelos, sin duda loables pero que de seguirlos implicarían afectar el patrón tradicional estadounidense que antepone la seguridad y el interés nacional, un patrón muy afianzado en las fuerzas políticas de Estados Unidos, y que trasciende las 'preferencias ideológicas' de todo mandatario. 
 
El enfoque y la proyección de poder estadounidense en relación al espacio del Índico-Pacífico se ajusta al modelo de 'interés nacional primero': en efecto, la 'guía estratégica' implica desechar cualquier atisbo de antigeopolítica, es decir, no involucrar al país en espacios donde no están en juego los intereses nacionales, sino en aquellos espacios que por su relevancia geopolítica justificarían el mismo recurso de la guerra si fuera necesario.
 
Pero más allá de esta concepción oficial de poder nacional, existen otros 'enfoques Obama' que corroboran que la visión estadounidense del mundo nunca se ha distanciado de los patrones clásicos.
 
La implementación del escudo antimisilístico, por caso, representa una iniciativa que bien podría implicar el ascenso estadounidense hacia un nivel de posdisuasión nuclear, esto es, un nivel de superación del equilibrio en el más sensible segmento de la seguridad internacional.
 
Instalado parcialmente en Europa, el Mediterráneo y el espacio ultraterrestre, Occidente insiste en que el propósito del complejo estratégico es la defensa del espacio euroatlántico ante un eventual ataque misilístico proveniente de actores con "cultura estratégica temeraria", es decir, actores pasibles de "fugarse hacia adelante" y atacar algún punto dentro de dicho espacio.
 
Sin embargo, Rusia considera que el escudo tiene como propósito no los denominados 'Estados-armas' como Irán, sino a la misma Federación Rusa; una percepción estratégica que se funda en que si bien Occidente ganó la partida bipolar, continúa considerando a Rusia como un reto. Desde estos términos, esta suerte de 'Doctrina Obama latente' no solamente confirma la predominancia de patrones clásicos de reflexión estratégica, sino la continuidad en materia de política exterior estadounidense desde el mismo final de la Guerra Fría.
 
Otra 'Doctrina Obama' de carácter reservado es posible que se haya aplicado en relación a la guerra en Siria: es cierto que la ascendente Rusia jugó un papel central en relación a la negociación sobre las armas químicas sirias, que evitó un inminente ataque de Occidente. Sin embargo, desde antes del acuerdo se deslizaban hipótesis que sostenían que la oposición de Moscú a toda intervención multinacional en Siria resultaba 'funcional' a los intereses occidentales, pues la no intervención aseguraba la continuidad de Bashar al Assad, es decir, la baza que menos amenazas entraña al balance regional.

Más allá de Siria, cuestiones como hidrocarburos e Irán también ofrecen datos que nos muestran 'otras doctrinas Obama': según cifras de la Agencia de Información de Energía, entre 2008 y 2012 Estados Unidos redujo sensiblemente su dependencia del petróleo de la zona del golfo Pérsico, dato que implica un seguimiento de las recomendaciones pos-11-S relativas a diversificar fuentes y depender menos de lo que en Washington denominan 'Riadpolitik', es decir, la influencia de Arabia Saudita en temas como el manejo del precio del crudo. En cuanto a Irán, es posible que el 'enfoque Obama' se base en evitar mantener con el ascendente actor asiático una situación de conflicto y exclusión que acabe fortaleciendo a los núcleos más intransigentes del régimen iraní. En otros términos, como sucedió durante los años setenta con China, se priorizaría una lógica de poder que asocia inclusión internacional con (siempre relativa) estabilidad regional-global.
 
La 'Doctrina Obama' para Europa no implica cambios de escala, es decir, mantiene la vieja ecuación estratégica que otorga a Estados Unidos influencia estratégica en el continente a través del instrumento político-militar de la OTAN. La situación se ve 'facilitada' por la postura refractaria de los países europeos en relación a asumir mayores responsabilidades estratégicas, aunque ello afecta un 'corolario' del enfoque europeo de Obama: mantener 'afuera' a Rusia y, de ser posible, debilitarla geopolíticamente, por ejemplo, deslizando Ucrania hacia Europa (el reciente exabrupto de la subsecretaria adjunta para Asuntos Europeos de Estados Unidos, Victoria Nuland, contra Europa no pudo ser más claro en relación a dicho propósito).

En otros escenarios, por caso, África y América Latina, los 'enfoques Obama' quizá son menos discernibles, aunque imperan también en ellos lógicas de poder: presencia y vigilancia en África, particularmente en aquellos espacios pasibles de ser funcionales para el accionar del terrorismo, como asimismo en aquellos espacios concentradores de activos estratégicos; presencia y políticas de fraccionamiento en América Latina.
 
En breve, mientras Barack Obama ofrece un discurso internacional atractivo y de anhelos, sus enfoques o 'doctrinas' consagran un patrón de cuño realista; un patrón que, más allá de ideales y aspiraciones, exige que los hombres de Estado "piensen y actúen defendiendo y promocionando el interés nacional", tal como aconsejaba Hans Morgenthau, la más elevada reflexión en materia de "política entre naciones". 

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