Placas geopolíticas en Eurasia (II parte)

Dr. Alberto Hutschenreuter

En la primera parte de este artículo hemos tratado la placa geopolítica OTAN-Rusia. En esta segunda parte abordamos otros dos movimientos geopolíticos que tienen lugar en el tablero de Eurasia.

LA PLACA EUROASIÁTICA

Durante 2012 se habló bastante acerca del proyecto de Rusia respecto de hacer realidad un espacio comercio-económico euroasiático entre las ex repúblicas soviéticas, con el fin de expandir las posibilidades de inserción global. En su comentado artículo, El nuevo proyecto de integración para Eurasia: un futuro que nace hoy, publicado en octubre de 2011, el entonces primer ministro V. Putin, sin describir mecanismos ni medios para alcanzarlo, se refirió a la necesidad estratégica de configurar un Espacio Económico Único que, si bien estaría en principio conformado por las ex repúblicas, quedaría  abierto a todos los países comprendidos en el vasto espacio que se extiende desde Lisboa hasta Busan.

Es importante tener presente que las referencias actuales relativas a la configuración de un espacio euroasiático que reúna a las ex repúblicas soviéticas no es ninguna novedad, puesto que desde la descomposición de la URSS existe la Comunidad de Estados Independientes (CEI), entidad supranacional conformada por diez países de la ex Unión Soviética cuya finalidad es la cooperación internacional y el intercambio comercial.

 Asimismo, desde principios de la década pasada existe la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, surgido a instancias de Putin con el fin de revitalizar el Tratado de Seguridad Colectiva de la CEI, más conocido como Tratado de Tashkent.

En clave de placas geopolíticas, el dato que sí debería ser considerado es el retorno de la dirigencia rusa (o de una parte de ella) a concepciones relativas a la conformación de un espacio euroasiático no tanto geoeconómico sino geopolítico y geocivilizacional que reúna a países que fueron parte de la Unión Soviética, pero también a otros actores como China, India o incluso Irán, que comparten un enfoque crítico o refractario respecto de una modernización nacional y un orden internacionalen clave Atlántico-Occidental.

Por un lado, Rusia considera que para Occidente su inclusión o participación en estructuras políticas o económicas siempre dependerá de la evolución de sus  concepciones de  democracia política y libertad económica; es decir, de una profunda transformación política y económica en dirección de los estándares occidentales. Hasta entonces (no antes de 2025, según autorizados expertos como Zbigniew Brzezinski) Rusia sólo podrá vincularse limitadamente con Occidente.

Por otro lado, más allá de la efectiva dispersión o regularización del poder internacional, Rusia considera que Occidente mantiene mentalidad de bloque y que las entidades Occidente/OTAN-Rusia creadas para consultas estratégicas continúan siendo (como en los años noventa) fachadas que aparentan paridad entre ambos actores, pero que, al momento de adoptar decisiones de escala, ocluyen intereses de Moscú.

En buena medida, esta situación de inclusión limitada y de participación simbólica de Rusia en instancias interestatales de orden político, económico y estratégico, explican el reimpulso de la idea tradicionalmente conocida como eurasianismo o, para ponerlo en términos actuales,  primakovismo, expresión que alude al enfoque externo pro-alianzas entre actores euroasiáticos que, a manera de réplica a políticas de poder de Occidente ante Rusia, defendió firmemente (aunque sin mayores resultados) Evgeny Primakov cuando se desempeñó como canciller de Rusia entre 1996 y 1998.

Más allá de dilucidar cómo hará Moscú para configurar realmente un espacio plurinacional entre actores diferentes, el planteo o movimiento geopolítico eurasianista supone menoscabar la necesaria complementación entre Eurasia y Occidente, puesto que representa una geopolítica de reacción (que caracterizó al eurasianismo desde su nacimiento en 1921) cuyo objetivo será impugnar cualquier  influencia Atlántico-Occidental en Eurasia.

LA PLACA SURASIA-ÍNDICO-PACÍFICO

El tercer movimiento de placas geopolíticas en Eurasia tiene lugar entre el borde continental surasiático y el espacio oceánico Índico-Pacífico, es decir, un espacio donde se van concentrando lógicas geopolíticas  terrestres y marítimas-oceánicas.

A principios de 2012 el Departamento de Defensa estadounidense presentó su Guía Estratégica(Sustaining US Global Leadership: Prioritiesfor 21 th Century Defense).  Básicamente, se trata de un documento que abreva de concepciones geopolíticas relativas al poder marítimo abordadas por Alfred T. Mahan en el siglo XIX, el más célebre geopolítico estadounidense, aunque también de ideas de poder terrestre provenientes del no menos influyente Nicholas Spykman.

De acuerdo a la nueva Guía, la región de Asia-Pacífico tiende a convertirse en un espacio de intereses nacionales estadounidenses, situación que prácticamente reedita y a la vez  amplifica para dicha región los postulados geopolíticos establecidos en su momento por la Doctrina Carter para el área del Golfo Pérsico: no solamente se mantienen aliados clave, por caso, Taiwán, Japón, Australia, etc., sino que la casi totalidad del espacio Índico-Pacífico es considerada parte integrante de los intereses nacionales estadounidenses.

Frente a este reequilibrio de intereses de Estados Unidos hacia el Pacífico (como sostuvo recientemente el secretario de Defensa Leon Paneta), China desde hace tiempo se viene posicionando, tanto en el mar a través de concepciones como la de Defensa Activa de la Costa, es decir, proyección profunda de capacidades militares, como asimismo a lo largo de la costa del Océano Índico vía el establecimiento de almacenes militares o Chinese-BuiltPortsRefuelingStations (en Pakistán, Sri Lanka, Bangladesh y Myanmar).

En breve, lo que podemos observar en esta macro región es una suerte de carrera de presencias y captación de aliados o socios entre dos actores preeminentes de la política mundial. Un movimiento de placas geopolíticas que, como las anteriores, no favorecen demasiado las posibilidades para superar la fragmentación internacional ni, mucho menos, incitan a descartar escenarios de crisis o tensiones mayores.