"Ahora me arrepiento de lo que hice. Mi país está destruido". Con estas palabras se lamentaba Kazim Sharif alYaburi, el hombre que derribó la estatua de Saddam Hussein apenas dos semanas y media después de que Estados Unidos invadiese Irak el 20 de marzo de 2003. Para Kazim, su país estaba sentenciado. Detrás de todas las promesas de libertad y democracia, los últimos 15 años Irak se ha convertido en un país destruido, ahogado en la sangre de sus mártires, y gobernado por unos líderes corruptos y pusilánimes que no dudan en regalar su soberanía al invasor.
Las palabras de Kazim retumbaban cada vez con más pesar, y parecían más que un lamento una premonición del futuro de su país. Tras invadir Irak, Estados Unidos diseñó un sistema corrupto desde la base apuntalado por sus títeres del Partido Islámico Dawa, leal únicamente a los intereses del partido y de sus mandatarios. El planteamiento de los norteamericanos era sencillo, y consistía en impedir que el gobierno iraquí pudiese funcionar por si solo para asegurarse una relación de dependencia y que siempre fuesen sus satélites en la región.
Las elecciones parlamentarias del 12 de mayo de 2018, sin embargo, lo han cambiado todo. La coalición Sairoon, formada por el clérigo chií Muqtada al-Sadr, comunistas y seculares, resultó ser la fuerza más votada junto con el partido Fatah de Hadi al-Ameri, el hombre de Irán en Irak. Juntos, han decidido apostar por un gobierno independiente que devuelva al país su soberanía, estabilidad y un lugar en el mundo.
Muqtada al-Sadr se dio a conocer a partir de 2003, cuando su milicia "el Ejército de al-Mahdi" se convirtió en el terror de las tropas españolas y norteamericanas en Irak. Después de los años más violentos entre 2006 y 2007, decidió dar el salto a la política, denunciando la corrupción y que los mandatarios no eran más que títeres de Estados Unidos. En 2016 los seguidores de Muqtada al-Sadr llegaron a asaltar el parlamento iraquí en una manifestación contra la corrupción.
El pasado 2 de octubre, tras 5 meses de discusiones desde las elecciones, las principales fuerzas iraquíes decidieron por consenso que el presidente fuese el kurdo Barham Salih.
Ese mismo día, el presidente Barham Salih nombró como Primer Ministro a Adel Abdul Mahdi, el hombre por el que había apostado Irán en una reunión pocos días antes en Beirut entre Muqatada al-Sadr, el líder de Hezbollah Hassan Nasrallah, y Qasem Soleimani, comandante de las Fuerzas Quds; el cuerpo iraní de operaciones especiales.
El nuevo Primer Ministro, cargo que desde la constitución de 2005 concentra el poder ejecutivo, fue un duro revés para Arabia Saudí y EE.UU., que apostaban por Haider al-Abadi. El golpe dolió especialmente a los saudíes, que estaban convencidos de que habían logrado llevar a su órbita a Muqtada al-Sadr. Nada más lejos de la realidad, pues no le tembló el pulso a la hora de proponer para el cargo de Primer Ministro a un pro-iraní; lo peor que le podía pasar a la monarquía wahabita de los saud.
El Primer Ministro Adel Abdul Mahdi, por desgracia para EE.UU. y Arabia Saudí, pertenece a la Asamblea Islámica Suprema de Irak; una formación política chií creada en los años ochenta por opositores a Saddam Hussein exiliados en Irán. Su brazo armado, además, son las Brigadas Badr, parte de las Unidades de Movilización Popular (Hashd al-Shaabi), un cuerpo de paramilitares chiíes fuertemente ligado a Irán.
Tampoco mejoran las expectativas para EE.UU. de lograr que el presidente sea su marioneta en Bagdad. Si bien Barham Salih fue Primer Ministro del Gobierno Regional del Kurdistán, abiertamente pro-estadounidense, en 2012 dejó el cargo para enfrentarse al caciquismo del clan Barzani que lo gobierna.
En cuanto al parlamento… el presidente de la cámara de representantes de Irak, Mohammad alHalbusi es un hombre puesto por Muqtada al-Sadr y Hadi al-Ameri. A pesar de ser musulmán suní, ve a Irán con buenos ojos, como a un posible socio e incluso aliado en el futuro.
El primer éxito del nuevo gobierno ha sido su propia formación. El nombramiento del presidente es una decisión que han tomado los principales partidos de forma conjunta e independiente de los deseos de Washington. Que todos los partidos hayan sido capaces de dar su brazo a torcer, además de ser algo simbólico, demuestra las ganas de salir de la espiral de violencia y corrupción en la que están atrapados los iraquíes. El nuevo gobierno también es un éxito para el Gran Ayatollah de Irak Ali al-Sistani, que quiere la reunificación de los chiíes, y para Muqtada alSadr, que quiere un país libre de marionetas serviles a poderes extranjeros en el que se persiga la corrupción.
El plan de Estados Unidos para dominar Irak y partir en dos la media luna chiíta ha fracasado estrepitosamente. Washington ha sido el gran perdedor de su propia política, que ha consistido en meter miles de millones de dólares en un pozo sin fondo y disparar a diestro y siniestro sin un plan a largo plazo. Las políticas estadounidenses, de hecho, solo han reforzado la posición en Oriente Medio de Rusia e Irán, que en el caso iraquí, los persas se conforman con tener un gobierno favorable que no le sea hostil.
Los anteriores ministros Nouri al-Maliki y Haider al-Abadi, ambos puestos por Estados Unidos, se caracterizaron por una gestión nefasta e índices de corrupción récord. Convirtieron la política en un nuevo frente de batalla en el que se enfrentaban sus intereses contra las necesidades del país.
El nuevo gobierno sin embargo, está compuesto por dos personalidades con un reputación más que merecida. Tanto el presidente Barham Salih como el primer ministro Adbdul al-Mahdi, han demostrado saber gobernar y entender las necesidades populares. Además, no caen en el discurso beligerante ni aceptan que los enemigos de EE.UU. tengan que ser los enemigos de Irak. Sencillamente, buscan lograr la madurez política que les devuelva una posición en el mundo y haga prosperar al país. Es el primer gobierno en Irak desde 2003 que mira por los iraquíes y no cae en el discurso paranoico, casi ridículo, del miedo a Irán y Rusia al que nos tienen acostumbrados.
Riyad, Washington y Tel Aviv han perdido la capacidad de institucionalizar en Irak su agenda bélica. Intentaron frenarlo con chantajes y amenazas de cortar las ayudas, pero los iraquíes han respondido demostrando que no quieren ser los vasallos de nadie.
Los nuevos líderes de Irak tendrán que afrontar tres grandes retos: acabar con la corrupción, hacer llegar los servicios básicos a todo el país y recuperar la estabilidad.
Para el primer reto, Muqtada al-Sadr ha dado unas directrices muy claras: hay que formar un gobierno de tecnócratas. La condición que ha puesto Sadr al Primer Ministro Abdul Mahdi es que entregue los ministerios a personas independientes y en base a sus propios méritos. De este modo busca que los ministros sean personas competentes y no miembros de tal o cual partido que han comprado el asiento. El gobierno ya ha habilitado una web en la que la población puede apuntarse si cumple los requisitos de: tener la nacionalidad iraquí, una carrera universitaria, una carta de recomendación y un currículum acreditable.
El segundo reto, los servicios básicos, está condicionado por el lastre económico y la enorme destrucción del país, cuya reparación costará más de 88.000 millones de dólares. Este es tal vez uno de los objetivos más difíciles de conseguir.
Ligado al problema de los servicios básicos se encuentra el tercer reto; estabilizar el país. El Estado Islámico ha sido derrotado como organización, pero sigue vivo como ideología, y solo un estado fuerte que sepa hacerse cargo de las necesidades de su población puede combatirlo. La falta de agua potable se ha convertido en un foco de inestabilidad en la sureña región de Basora donde sigue habiendo protestas contra la mala gestión del anterior gobierno. La situación es tal que se ha prohibido el cultivo de arroz y han tenido que pedir agua a Turquía, que tiene una posición de poder desde que construyó la presa de Ilisu que limita el agua del río Tigris que llega a Irak.
Es importante también emplear a la población para que las familias puedan desarrollarse por si solas con dignidad. Ya se están dando los primeros pasos para ello, y el 8 de octubre se aprobó que el 85% de los nuevos contratos petroleros deberán de ser para iraquíes.
Muqtada al-Sadr ha dado el plazo de un año al nuevo gobierno para que comience a aplicar reformas, demostrar que es competente y colocar a Irak en el plano internacional como un estado soberano. En el caso de que Adel Abdul Mahdi no logre estar a la altura de las circunstancias, Sadr ha amenazado con derrocar el gobierno el mismo.
Irak ha emprendido un camino duro y difícil, pero con la convicción de recuperar la dignidad que hace 15 años les arrebataron los mismos que hablaban de libertad y democracia mientras sembraban miedo y tiranía.