Hay una región en Oriente Medio de la que apenas se habla, que está dominada por un caciquismo tribal en el que los intereses extranjeros se anteponen a los de la población local. El Gobierno Regional del Kurdistan (GRK) pertenece a los déspotas del clan Barzani.
Massoud Barzani no se parece a su padre Mustafa. El hijo, al contrario que su padre —respetado por todos los nacionalistas kurdos—, es un producto de George W. Bush. A lo largo de los años, él ha enarbolado la bandera del nacionalismo kurdo, por la que murió su padre, para enriquecer sus bolsillos y los de su familia. Y no le ha ido mal, teniendo en cuenta que en una región tremendamente empobrecida, con 24% de paro para los hombres y 69% para las mujeres, los hijos y nietos de Barzani se permiten una vida de lujos y excesos a todo trapo.
Queriendo asegurarse esta vida para él y los suyos, Massoud Barzani no dudó nunca en anteponer los intereses de sus promotores Estados Unidos, Turquía e Israel a los de la población de la autonomía kurda.
Tal es el servilismo con el que se humilla el Gobierno Regional del Kurdistán a las fuerzas extranjeras que, en enero de este 2019, las autoridades cerraron el estudio en Duhok, del canal de televisión independiente NRT, por haber cubierto las protestas contra la pasividad del GRK que, después de que cuatro civiles muriesen por bombardeos turcos, solo reaccionó abriendo fuego contra los manifestantes kurdos. Además de cerrar temporalmente el canal, también detuvieron a varios periodistas.
Este tipo de abusos contra periodistas no son algo raro en la región. En las elecciones de septiembre de 2018, el grupo de abogacía por los derechos de los periodistas, Metro Center, denunció al menos 15 casos de uso de la fuerza contra profesionales de la comunicación por parte de los Asayish (policía de la autonomía kurda) y Peshmerga (ejército de la autonomía kurda).
Tanto el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), de los Barzani, como sus rivales de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), se han dedicado sistemáticamente a silenciar cualquier disidencia; y eso incluye a los críticos con su gestión. La información sobre el Gobierno Regional del Kurdistán está monopolizada por Kurdistan24 o Rudaw; ambos controlados por el GRK.
Y estos abusos se los pueden permitir porque la justicia tampoco existe. O al menos, lo que hay no se puede considerar justicia. Uno de los pocos jueces independientes que podían quedar, Latif Sheikh Mustafa, decidió dejar su cargo como protesta por cómo los dos principales partidos del kurdistán, el PDK y el UPK habían hecho suyo el poder judicial. Más tarde, aseguró que había sido amenazado por participar en casos que involucraban a altos cargos de estos partidos. Según Mustafa, 90% de los jueces actuales ejercen porque alguien los ha colocado ahí, no por mérito propio.
Pero Massoud dejó el cargo tras su fracasado intento de independizarse de Irak, lo que provocó que el 16 de octubre de 2017, el ejército iraquí y las Fuerzas de Movilización Popular decidiesen recuperar Kirkuk por la vía militar; una gobernación siempre disputada entre el gobierno iraquí y el Gobierno Regional del Kurdistán.
Si alguien tenía esperanzas en que a Massoud lo iba a sustituir un soplo de aire fresco, es que le puede la inocencia. El Parlamento de la autonomía kurda eligió el 28 de mayo a Nerchivan Barzani, sobrino de Massoud, como nuevo presidente del Kurdistán Iraquí.
A los Barzani les gusta concentrar el poder y dejarlo todo bien atado. Si Nerchivan es el presidente, todo apunta a que nombrará como Primer Ministro a su primo Masrur, encargado de las fuerzas de seguridad y la inteligencia.
Colocando solo a su gente más cercana —muchas veces de la familia—, estructurando el sistema en torno a la corrupción y haciendo uso de un excelente oportunismo, los Barzani se han configurado como los señores de Duhok y Erbil, de un modo tan absolutista que ni el más caricaturizado por la propaganda de guerra Saddam Hussein habría sido.
El parlamento eligió a Nerchivan Barzani como presidente del Gobierno Regional del Kurdistán con 68 de los 111 escaños, aunque con el boicot de la segunda mayor fuerza política, la Unión Patriótica del Kurdistán. Y es que el kurdistán iraquí nunca ha estado unido. Desde su origen, la UPK y el PDK se han estado disputando el poder continuamente.
En 1991, durante la Primera Guerra del Golfo en la que Saddam Hussein decidió invadir Kuwait, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), liderado por Massoud Barzani, y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), iniciaron una serie de revueltas en el norte hasta hacerse con el poder en las regiones de mayoría kurda sublevadas. Aunque Hussein pudo recuperar el control de la mayoría del territorio perdido, EE.UU. presionó a la Naciones Unidas para crear un territorio autónomo, protegido por la resolución 688, en el que el ejército iraquí no podía entrar.
La nueva autonomía kurda, sin embargo, nunca llegó a estar unificada. Duhok y Erbil eran los dos bastiones del PDK, mientras que Sulaymaniyah, la segunda mayor ciudad de la región después de Erbil, se consideraba el feudo del UPK. La división, que todavía hoy se mantiene, desembocó en una guerra entre ambos partidos en 1994.
Con el aumento de las hostilidad y la violencia, tanto PDK como UPK decidieron buscar apoyos en el exterior. El mismo Barzani, que enarbola orgulloso la bandera del nacionalismo kurdo para embelesar a la población más ignorante, invitó en 1996 a combatir la Unión Patriótica del Kurdistán al mismo Saddam Hussein que ordenó la Operación Anfal, en la que se estima que 180.000 kurdos fueron masacrados. En 1998 firmarían la paz después de 5.000 muertos, aunque no significaría la reconciliación.
En 2003, Barzani se volvería contra Saddam Hussein y utilizaría a los Peshmerga para apoyar a las tropas norteamericanas contra el ejército iraquí. Así, con otra estratagema oportunista, el líder del Partido Democrático del Kurdistán se aseguraba la presidencia del territorio autónomo reconocido por el nuevo estado de Irak post-Hussein, de 2005.
Desde entonces, las tensiones entre PDK y UPK han continuado, pero también los enfrentamientos con Irak. Además del desafío a Bagdad con el referéndum de independencia de 2017, Barzani ya provocó antes una crisis en 2014 con el gobierno central de Irak (que había reconocido la soberanía del GRK), lo que casi provoca el colapso de la economía de la autonomía kurda.
Y es que la ambición de Massoud Barzani siempre ha estado limitada por una tremenda torpeza. Queriendo un mayor porcentaje de los ingresos del petróleo que vendía Irak, el PDK quiso romper con Bagdad para acercarse a Ankara. Por eso, el 22 de marzo de 2014, pusieron en marcha un oleoducto que conectaba directamente el Kurdistán Iraquí con el puerto turco de Ceyhan, sin pasar por Irak. La respuesta del entonces presidente Nouri al-Maliki fue cortar con la financiación destinada al gobierno regional del kurdistán. Las consecuencias económicas fueron devastadoras, y aun hoy no se han recuperado.
Nerchivan Barzani no lo va a tener nada fácil. Aunque durante su mandato el principal partido de oposición, el UPK, está débil, deberá enfrentarse al Primer Ministro iraquí Adel Abdul Mahdi, que tiene una gran presión por parte de quienes ven en los desafíos constantes del Gobierno Regional del Kurdistán una insolencia hacia Bagdad que se debe detener, y quienes consideran que Irak está siendo demasiado generoso con la autonomía del norte. Los kurdos saben que si Mahdi decide aislar por completo al GRK, este no puede sobrevivir ni siendo un satélite de fuerzas extranjeras.
El Kurdistán Iraquí no entrega el petróleo que debería a Irak y sigue comerciando con Turquía. Hay unos pocos que se están beneficiando de la situación, pero su codicia podría suponer su condena.