Una guerra azuzada por las rotativas: el olvido del fracaso en Libia
En 2011 daba la sensación de que cualquier periodista europeo se podía considerar un experto en Libia para adherirse a la campaña mediática contra Gadafi. Y es que el hombre que había sido útil a Europa, dejó de serlo, y su país, convertido en una potencia regional con relevancia global, se volvía una amenaza. A los ríos de tinta y las horas de reporteros justificando en televisión la guerra, le han seguido años de silencio.
Con más sombras que luces, Gadafi logró convertir un país pobre, pequeño, de apenas 6 millones de habitantes, en una potencia africana. La Libia de Gadafi tenía un enorme problema de corrupción, amiguismo y estancamiento en el desarrollo, pero era un país en el que se podía vivir. A pesar de los constantes apagones, la electricidad era gratuita. A pesar de la facilidad para el fraude, la vivienda era un derecho protegido. Y así con todo: la educación y la sanidad también eran gratuitas. Desde luego que el país tenía problemas que era necesario resolver, pero al menos estos servicios existían y la población tenía estabilidad, seguridad y posibilidades de desarrollarse a nivel personal. Ahora, 9 años después, no queda prácticamente nada de lo bueno y se mantiene todo lo malo.
La situación para los libios no ha mejorado en absolutamente nada, y tampoco apunta a hacerlo. Los mismos que se comían de justificar la "intervención humanitaria" —por no hablar de una miserable guerra—, ahora guardan silencio y solo se acuerdan de Libia para, hipócritamente, hablar de 'refugiados' muriendo en el Mediterráneo o señalar que 'la región' pasa por un mal momento; sin mencionar las causas de la violencia que previamente justificaron.
Libia está completamente demolida, no solo por la destrucción material de la guerra, sino también por la catastrófica situación humanitaria y la violencia que no ha cesado desde 2011. Con dos gobiernos paralelos y sin líderes carismáticos capaces de aglutinar el sentir de la mayoría, la estabilidad se debate en la batalla por Trípoli, que ya se alarga cuatro meses y apunta a la inmovilización. Saif al-Islam, hijo de Gadafi y con una gran base social que lo apoya, se tiene que esconder si no quiere 'aparecer' muerto, como otros personajes con capacidad de convertirse en una alternativa a los actuales dos líderes que se quieren repartir el país. La figura de Khalifa Haftar es similar a la de Sisi en Egipto. A pesar de su autoritarismo, se ha logrado erigir como el único líder que puede recuperar la estabilidad en Libia frente al islamismo de sus enemigos. Su contraparte, Sarraj, no es más que el rostro tras el que se protegen los islamistas en Trípoli. Libia solo es el pastel que unos señores de la guerra pelean por no compartir. Los civiles están en segundo —y hasta tercer— plano.
De acuerdo con el Jefe de la Misión de Apoyo de Naciones Unidas en Libia, Ghassan Salamé, el país se han convertido en un refugio seguro para los extremistas, señalando sobre todo al Gobierno de Acuerdo Nacional de Sarraj, aunque destaca que Khalifa Haftar tampoco es un demócrata.
La falta de electricidad se ha convertido en un problema más —como cada verano—, que se suma a la complicada situación humanitaria que atraviesa el país desde la "intervención humanitaria" de 2011, y la segunda guerra que comenzó en 2014, fruto de la inestabilidad y el caos post-Gadafi. Las compañías eléctricas apenas pueden proporcionar unas pocas horas de luz al día a los hogares, y el ruido de los generadores es la banda sonora más común de las ciudades. En Trípoli, la compañía eléctrica GECOL denuncia que los combates han dañado varias propiedades, con la repercusión que ello tiene en la vida diaria de los civiles.
Los suministros de petróleo también están padeciendo cortes por los constantes sabotajes. El principal campo petrolífero del país, el de Sharara, tuvo que cerrar el miércoles 31 de julio (segunda vez en menos de dos semanas) tras el último de los muchos ataques que ya han provocado unas pérdidas de más de 1,8 mil millones de dólares. Hay que tener en cuenta que la economía libia sobrevive casi exclusivamente gracias al petróleo.
Volvía a hablarse de Libia tras el terrible bombardeo a un centro de migrantes en Trípoli, en el que murieron al menos 40 personas. Y sin embargo, se deja de hablar cuando las víctimas son los libios. Desde el 4 de abril, en la misma ciudad, Trípoli, han muerto más de 1.000 personas. Recientemente, cinco médicos fallecieron tras un ataque aéreo contra un hospital de campaña. Era el tercer ataque a un centro médico en unas pocas semanas. Sin embargo, siendo las víctimas libios y no migrantes, ya no parece que deba considerarse noticioso; aunque en el país haya casi medio millón de desplazados internos —olvidados y abandonados por las organizaciones pseudohumanitarias europeas—, que son incapaces de huir.
Al final, reconocer que Libia se ha convertido en un infierno en la tierra supondría, intrínsecamente, admitir que en Europa los rotativos se utilizaron para justificar una guerra criminal mientras fuese útil y se pudiese sacar algún tipo de rédito de la misma. Y aun así, la crisis de migrantes es el resultado del fracaso de la guerra contra Gadafi, porque si el país no estuviese sumido en el más absoluto caos, las mafias no podrían enviar pateras al borde del hundimiento para que barcos de ONG europeas rescaten a sus tripulantes y contribuyan a mantener el círculo vicioso. Un círculo vicioso de cooperación entre mafias y ONG, que ni siquiera la Guardia Costera libia puede romper cuando pide a las naves desembarcar en Trípoli mientras la tripulación hace caso omiso, poniendo rumbo a Malta, Italia o España. Es entendible que una ONG no quiera devolver a gente a un país en guerra, pero la absoluta mayoría de las personas que rescatan no proceden de Libia y entraron al conflicto de forma voluntaria.
No es descabellado pensar que hay gente muy interesada en que no se hable de Libia para que siga la inestabilidad, sobre todo teniendo en cuenta cómo las mafias de ambos lados del Mediterráneo hacen dinero del drama humanitario. Si Libia tuviese algo de estabilidad, como sus vecinos tunecinos y egipcios, el Mediterráneo no sería, como ahora, una tumba a gran escala.
Pero para solucionar el problema del Mediterráneo, primero habría que acordarse de Libia. Habría que recordar por qué está como está. Habría que acordarse de cómo explotamos los problemas internos de un país para azuzar la guerra que justificaron las rotativas.
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