Por qué Sudáfrica es uno de los países más xenófobos del mundo
Cuando el Congreso Nacional Africano bajo el liderazgo de Nelson Mandela puso fin al Apartheid en Sudáfrica, el futuro parecía esperanzador gracias a un proyecto nacional basado en la convivencia multiracial que durante casi medio siglo fue imposible.
Cinco lustros después, de esa convivencia soñada ya no queda apenas nada. Los brotes de violencia xenófoba contra inmigrantes a los que destruyen sus negocios e incluso machetean en mitad de la calle a plena luz del día, así como los asesinatos de granjeros bóer, ya son algo normal en una Sudáfrica económicamente ruinosa (con la mitad de la población adulta viviendo bajo el umbral de la pobreza y un 28% de paro), socialmente rota y tremendamente violenta.
A principios de mes hubo un estallido de revueltas xenófobas –que se suman a las de abril– en Johannesburgo contra inmigrantes africanos que se saldaron con decenas de negocios cerrados, otros tantos destrozados por las llamas y diez asesinatos.
Los recientes ataques indiscriminados –e injustificados– contra inmigrantes han sido el punto de inflexión que, parece, traerán consecuencias para Sudáfrica. Nigeria ha iniciado los procesos de repatriación de cientos de sus ciudadanos cuya integridad está amenazada, y se estima que otros 600 nigerianos tienen pensado volver a su país en los próximos días; algunos porque temen por su vida, y otros porque en los ataques lo han perdido todo.
Además de la población extranjera, los Bóer (grupo germánico que habita Sudáfrica) también se han visto obligados en los últimos años a abandonar las tierras, que habitan desde hace más de tres siglos. Muchos fueron hacia el norte; a Mozambique, Sudán, Zambia e incluso Libia, donde su experiencia trabajando la tierra en las duras condiciones de África es muy valorada.
Rusia también se ha convertido en un país que en el desastre sudafricano ha visto una oportunidad para su desarrollo. Tal es así que el año pasado el país acogió a las primeras 50 familias Bóer que llegaron en busca de asilo huyendo de los ataques y asesinatos que sufrían en su país. Se estima que unos 15.000 Bóer estarían dispuestos a viajar a Rusia para seguir viviendo como granjeros.
Pobreza y xenofobia, dos caras de una misma moneda
La pobreza y el analfabetismo son el caldo de cultivo perfecto para que la población sudafricana asuma, asimile y normalice cada vez más las ideas xenófobas, como si fuesen incapaces de aprender de su historia. De acuerdo a una investigación del Pew Research Center, el 62% de los sudafricanos ve a los inmigrantes como una amenaza que llega para robarles el trabajo y los beneficios sociales. Estas ideas se traducen en que los ataques xenófobos dirigidos mayoritariamente contra inmigrantes procedentes de Nigeria, Malaui, Somalia, Zimbabwe y Mozambique no han dejado de crecer hasta alcanzar en 2008 la alarmante cifra de 67 asesinatos (aunque se estima que hay más, este es el número oficial registrado).
Según el Centro Africano para la Migración y Sociedad de la Universidad Witwatersand de Johannesburgo, la violencia xenófoba se ha convertido en una característica del Sudáfrica post-apartheid.
No se puede entender esta problemática sin mirar al pasado para conocer la esencia de Sudáfrica: un país creado a partir de la segregación y construido en el odio, donde un gobierno mediocre oculta su fracaso con discursos raciales, algo de populismo barato y muchas mentiras para re-escribir la historia a su antojo.
Que 'Dubul’ ibuhunu' (dispara al Bóer) sea una canción todavía popular entre los dirigentes del Congreso Nacional Africano, que no ocultan su odio racial a una comunidad en particular, dice mucho del tipo de gobierno que hay hoy día en Sudáfrica.
Hay dos formas de justificar el racismo del CNA:
1- Como no tiene complejos en decir el popular político sudafricano –de origen zulú– Mbyiseni Ndlozi, "tomar las tierras de los blancos está justificado porque no es realmente su tierra".
2- Los Bóer siguen siendo aquellos supremacistas blancos que no aceptan el fin del Apartheid.
Ambas afirmaciones, sin embargo, parten de premisas falsas, y solo un miserable podría encontrar acomodo en las mismas para justificar el odio hacia comunidades enteras por cuestiones de raza o etnia.
Por un lado, es importante destacar que los bantúes en general y zulúes en concreto, las etnias mayoritarias de Sudáfrica, fueron 'los últimos en llegar'… y lo hicieron mediante la conquista y el exterminio de otras tribus durante lo que hoy día se conoce como el Mfekane (aplastamiento). La única población que se puede considerar autóctona de Sudáfrica son los bosquímanos Joisán, actualmente marginados y sin el reconocimiento de su derecho aborigen a la tierra por parte de esos mismos déspotas que se llenan la boca hablando de recuperar su tierra de manos de los blancos. Del mismo modo, la primera comunidad en comenzar a labrar las tierras de la región después de que éstas fuesen abandonadas por la sequía en el siglo XIV fueron los granjeros Bóer que llegaron desde Europa con la Compañía Neerlandesa de las Indias a un lugar inhabitado en 1652. Y finalmente llegaron los zulúes, originarios de Malaui, que en los años posteriores a 1818 vivieron un periodo de expansión gracias a las conquistas de su rey Shaka Zulu.
#KhoiSan Protesters have descended on Parliament, demanding their aboriginal right to land and recognition pic.twitter.com/6GGhQn1pJ2
— Leigh-Anne Jansen (@LA_JANSEN) December 3, 2015
Por otro lado, si bien es cierto que el sector más radical de los afrikáner representados en el Partido Nacional instauraron el Apartheid en 1948, los Bóer a día de hoy no son más que granjeros de raza blanca; muchos de ellos humildes. Si aun así hay alguien que llega al ridículo de pensar que el color de la piel determina la ideología, no estaría de más recordar que en el movimiento anti-apartheid también participaron blancos, y que por ejemplo, el dirigente del Partido Comunista de Sudáfrica y miembro del gobierno sudafricano surgido tras las primeras elecciones sin el Apartheid, Joe Slovo, era de origen lituano.
Pero hay quienes siguen ofuscados en hablar el idioma del odio, porque les viene bien. Culpar a los blancos o a los inmigrantes de los males por los que pasa un país en la ruina por representantes que no lo han sabido gestionar es muy cómodo. Es, añadiría, una artimaña que en Europa ya hemos vivido y que no terminó precisamente bien. El problema surge cuando la población acepta el discurso, lo corea e incluso baila cuando el político de turno aparece cantando que hay que matar a los granjeros, señalando directamente de esta manera a los Bóer.
Pero la xenofobia, el racismo y la segregación de facto entre comunidades no es algo que solo se refleja en ataques indiscriminados contra comercios, homicidios y/o canciones. Se trata de un problema asentado en las propias bases del nuevo sistema sudafricano, creado en 1994, que en lugar de destruir el Apartheid se ha limitado a desechar algunas cuestiones, mantener otras, y cambiarle el color. Así es que encontramos leyes que, como el Apartheid, promueven la segregación y premian el color de piel.
Para revertir la situación de desigualdad –innegable– generada por el Apartheid que durante años blindó los privilegios blancos, el Congreso Nacional Africano decidió lanzar en 2003 –una década después del final del régimen de segregación– el programa de Empoderamiento Económico Negro (EEN) que otorga a la población 'de color' (la ley distingue como gente de color a negros, indios y chinos) un estatus especial frente a los granjeros blancos.
El programa de Empoderamiento Económico Negro consiste en otorgar privilegios a las razas que sufrieron la marginalización del Apartheid, premiando la propiedad no-blanca para 'igualar la balanza'. 16 años después, sin embargo, este programa solo ha servido para crear un nuevo tipo de apartheid encubierto, enriquecer a una élite muy concreta y aumentar la brecha de desigualdad entre pobres y ricos. Ni siquiera las mujeres negras, que supuestamente iban a ser las más beneficiadas del EEN, pueden valorar el programa positivamente. Incluso, al poco de lanzarse el programa, una de las principales figuras de la lucha contra el apartheid, el arzobismo Demond Tutu, alertó de que el EEN solo serviría para sustituir una élite por otra. Y no se equivocó.
Mientras Sudáfrica apuntala su fracaso económico, social y político, los inmigrantes vuelven a sus países huyendo del odio. Los granjeros buscan asilo lejos de la violencia. Pero cuando termine el día, 58 personas habrán sido asesinadas. Dentro de un año serán más de 20.000 los homicidios. Entre las víctimas, habrán quienes hayan perdido la vida únicamente por su nacionalidad, etnia o raza. ¿Cuántos? El número exacto nunca lo sabremos, y solo serán una cifra más entre los miles de homicidios que desangran un país en el que la xenofobia, mata.
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