Más allá de la cada día más difusa dicotomía izquierda-derecha, el debate político en Israel gira mayoritariamente entorno a la separación sinagoga-estado. Ni siquiera los derechos de los palestinos importan a la mayoría de un electorado sionista que se identifica con un nacionalismo pseudomesiánico por el que la población árabe semita les importa entre poco y nada.
Un ejemplo que ilustra de forma sencilla cómo se da el debate sinagoga-estado en el panorama político del país es la cuestión de la homosexualidad. Por un lado vemos un estado muy preocupado en proyectar la imagen de 'Israel destino gay friendly', mientras que por otro encontramos a personalidades como el ministro de Educación Rafi Peretz, que defiende abiertamente y sin complejos las 'terapias de conversión de homosexuales'. Y en estas elecciones, aunque no hay ninguna fuerza ganadora capaz de formar gobierno sin dar parte de su brazo a torcer, ha sido el estado el que ha salido reforzado, lo que pone en jaque a Benjamin Netanyahu, que durante años se ha visto a sí mismo inmune de todo, capaz de hacer y deshacer a su antojo como si fuese un capo.
Después de no poder formar gobierno ninguna de las partes con el resultado electoral de las elecciones de abril de este año, los israelíes volvieron a votar el 17 de septiembre. Aunque todavía no está claro qué va a pasar y si se va a conseguir formar gobierno, podemos observar que las dinámicas locales están cambiando, y amenazan a un Netanyahu que aunque pretendiese convertirse en el dueño de Israel siendo además de primer ministro, ministro de Bienestar, ministro de Defensa, ministro de Sanidad y ministro de Diáspora, ya no es invencible. El reinado de Netanyahu peligra además en un momento clave, ya que varios casos de corrupción le podrían sentar próximamente en el banquillo, y si pierde el cargo de primer ministro, se le agotaría el tiempo dejando de estar 'blindado' como hasta ahora. Y precisamente por el miedo que tiene Netanyahu, ya que no solo se juega su futuro político, Bibi basó toda su campaña en generar miedo y alarma social. Si en España estamos ya cansados del "¡que vienen los rojos!" en Israel todavía hay quienes se dejan aborregar con el "¡que vienen los árabes… y la izquierda!" que el Likud esgrime hasta la saciedad.
La posición de Netanyahu, que lleva una década en el poder, peligra en un momento en el que la población israelí quiere un cambio de políticas; algo que tiene su reflejo en el resultado electoral. Tal es así que el Likud, el partido de Bibi, ha sido la segunda fuerza con 31 asientos en el Knesset frente a los 33 del Kahol Lavan (Azul y Blanco) de Benny Gantz; una coalición que si bien se presenta como liberal de centro izquierda, no tiene complejos en utilizar el odio hacia los palestinos celebrando la muerte en sus campañas electorales. La Haya, incluso, plantea estudiar una acusación contra Benny Gantz por crímenes de guerra en Gaza durante el conflicto de 2014. Las políticas del Likud son tan reaccionarias y moralmente reprochables que la simple razón de que los miembros de Kahol Lavan no celebren la anexión del Golán Sirio o prometan en campaña electoral ocupar territorios en la frontera con Jordania los hace parecer moderados, así como ser socialdemócratas los hace de izquierdas… aunque hagan política desde el sionismo.
En esta convocatoria electoral los árabes también han tenido un papel fundamental cara a que ninguna de las fuerzas sionistas pueda –de momento– formar gobierno. La movilización de los árabes de izquierdas, notablemente superior a la que hubo en abril, ha hecho que Lista Conjunta sea la tercera fuerza más votada con 13 asientos en el Knesset. Con estos resultados, Netanyahu tiene prácticamente imposible seguir siendo primer ministro. Gantz tampoco gana, ya que si quiere formar gobierno con su partido Kahol Lavan, Labor Gesher y Dem Union, van a necesitar pactar con al menos otro partido fuera de su bloque natural. Mientras, sin hacer ruido pero con una importancia táctica a tener en cuenta está con 8 asientos Yisrael Beiteinu (Nuestra Casa es Israel), del antiguo ministro de Defensa Israelí Avigdor Lieberman. La posición de Yisrael Beiteinu está entre los dos principales bloques: por un lado es de derechas y anti-palestino, mientras que por otro lado defiende políticas laicas.
Una historia de dos ciudades
Que Kahol Lavan y Likud hayan obtenido prácticamente el mismo resultado se debe en gran medida a la polarización de la sociedad israelí, cuya idiosincrasia cambia notablemente si hablamos de Tel Aviv o de Jerusalén.
Tel Aviv es donde más fuerza tienen los partidos que podríamos denominar de centro izquierda (insisto, siempre dentro del marco del sionismo). Por su localización, por el turismo, el estilo de vida y la penetración cultural del liberalismo occidental sustentada en el secularismo, la ciudadanía se puede permitir esgrimir ideas progresistas. Jerusalén es, sin embargo, una ciudad de peregrinaje, en la que la población convive a diario con la espiritualidad y tiende a ser más conservadora. Está además, disputada con los árabes y junto a Cisjordania, por lo que gran parte de los ciudadanos interiorizan el abuso hacia los árabes y el supremacismo judío. Tal es así que los colonos de Hebrón votaron mayoritariamente al partido supremacista Otzma Yehudit (Poder Judío).
Cabe destacar, eso sí, que aunque el Likud es muy fuerte en la ciudad, la otra fuerza que le disputa los votos es el partido ultraortodoxo Yahdut Hatorah (Judaísmo Unido de la Torá). Yahdut Hatorah, aun siendo fundamentalista religioso, reaccionario y conservador, aboga por la retirada de tropas israelíes de Gaza, el desmantelamiento de algunos asentamientos colonos en el norte de Cisjordania y rechazan el servicio militar. También gana fuerza el Likud en las localidades rurales del desierto, donde el modo de vida tradicional, religioso y conservador es la norma.
O dialogo con los árabes o la cabeza de Netanyahu
Todas las partes lo tienen complicado, porque un gobierno de mayoría resulta imposible. Netanyahu ha ofrecido de forma desesperada a Kahol Lavan, la segunda fuerza más votada, un gobierno de unidad nacional. Benny Gantz, consciente de su posición ventajosa, ha dicho que aun siendo él mismo quien lidere ese gobierno hipotético, no aceptará ningún acuerdo con Netanyahu a la cabeza. Dicho de otro modo, si el Likud quiere seguir en el poder, debe sacrificar a Netanyahu, que dejaría de ser primer ministro quedando solo y expuesto ante la justicia.
Si Kahol Lavan quiere formar un bloque de gobierno con el que quitar de en medio al Likud, Benny Gantz tendría que ganarse el favor de Avigdor Lieberman, que facilitaría mucho las cosas. Si bien el partido del exministro de Defensa israelí es nacionalista y laico, muy cercano al sionismo liberal, también es un nido de halcones derechistas que desearían poder acabar con los árabes y crear su Gran Israel, lo que no termina de encajar con partidos que dicen ser moderados. Tampoco parece que Lieberman vaya a facilitar un gobierno del Likud, ya que más allá de las disputas personales que ha tenido con Netanyahu, su laicismo entra en conflicto con los partidos fundamentalistas religiosos en los que se apoya Bibi.
Lista Conjunta, por otro lado, tiene asegurado establecerse como la mayor fuerza de oposición en el parlamento. Será también un altavoz con una fuerza que los árabes no habían tenido antes dentro de Israel. Sus 13 asientos en el Knesset, además de complicar la formación de gobierno a las fuerzas sionistas, van a poder instrumentalizarlos los árabes de izquierdas no solo para dar voz a sus reivindicaciones, sino que para también, conseguir información del Mossad y contactos dentro de la política global.
Con los votos recién contabilizados, las cartas ya están sobre la mesa y todavía puede pasar cualquier cosa. La única certeza es que Gantz hará todo lo posible para retirar a Netanyahu de la política mientras este pelea hasta las últimas consecuencias por sobrevivir.