El aumento repentino del precio del petróleo un 50 %, sumado a la parálisis económica y la escasez de medicamentos y alimentos provocada por las sanciones norteamericanas, provocó el 15 de noviembre la movilización de cientos de miles de iraníes que ven cómo su vida cada día es más difícil sin que el gobierno pueda remediarlo. La guerra económica funciona, y está encaminada a dirigir a la población a elegir entre "lo malo y lo peor", sin dejar opción a la lucha contra la teocracia y contra el imperialismo.
El modelo neoliberal de la sociedad global está obsoleto. El liberalismo produce la miseria de muchos a costa de la riqueza de pocos. La globalización lleva a la destrucción de la identidad nacional, el desarraigo y el individualismo. La contrapartida al modelo de vida liberal, la teocracia, también está condenada a desaparecer. La falta de libertades, el excesivo control ejercido por el clero sobre la población y el conservadurismo solo consiguen anclar en el pasado a sociedades que, empujadas por la juventud y la intelectualidad, quieren poder tomar sus propias decisiones independientes de los libros sagrados. Por eso, si el mundo quiere progresar, la democracia liberal que Estados Unidos intenta imponer allá donde pasa y la República Islámica de Irán deben desaparecer; pero entre los claroscuros, en lo que un nuevo mundo se crea, se produce la violencia.
Se habla de entre decenas y cientos de muertos en apenas unos días de las mayores protestas desde la revolución islámica de Ruhollah Jomeini en 1979. En los primeros días se incendiaron la mayoría de los bancos de ciudades pequeñas como Shahriar y los manifestantes, los más anti-régimen pero también los más humildes, gritaban el cese de la ayuda a Siria, Líbano y Gaza para destinarla únicamente a Irán.
De acuerdo al Ministerio del Interior, durante las protestas se quemaron 731 bancos, 9 centros religiones, 34 ambulancias, se asesinó a personal de las fuerzas de seguridad y se atacaron bases militares. El gobierno respondió 'desconectando' internet durante una semana para evitar la injerencia externa, y es que si bien los manifestantes salieron a la calle con demandas legítimas, desde oenegés financiadas por embajadas, medios con intereses sospechosos, lobbys sionistas y mandatarios norteamericanos como Pompeo se aprovechó el momento para poner a funcionar a todo trapo la propaganda mediática con el objetivo de forzar una injerencia… para "liberar" a aquellos a quienes someten con sus sanciones contra Irán.
No se puede entender el resentimiento de la población sin atender a la nefasta situación económica y las secuelas del conservadurismo mahometano que en su moral religiosa pretende controlar la vida de las personas con hasta códigos de conducta y vestimenta. Pero tampoco se puede entender la nefasta situación económica sin atender a las sanciones impuestas por EE.UU. que buscan asfixiar a Irán impidiéndole comerciar con sus socios, como tampoco se puede entender el islamismo iraní como el máximo exponente de la liberación nacional del país tras la revolución islámica que expulsó al Shah Mohammed Reza Pahlavi.
Al contrario de lo que se ha comentado, las principales preocupaciones de los iraníes no son la política internacional del país ni la falta de libertades civiles, sino la economía estancada, el desempleo, la inflación y el encarecimiento de los precios. Y estos problemas podrían solventarse en gran medida si Trump no se hubiese salido de forma unilateral del Acuerdo de No Proliferación Nuclear para sancionar a los persas. No se puede negar que EE.UU., en palabras de su presidente, está ejerciendo "una campaña de máxima presión contra Irán". Sin embargo, el gobierno iraní lejos de limitarse a culpar de todos sus problemas a terceros –como hicieron el Ayatollah Ali Khamenei y el presidente Hassan Rouhani– debería empezar a replantearse también los errores en su política doméstica, porque la mayoría de la población achacaba en 2018 los problemas económicos más a la corrupción que a las sanciones, y la ley islámica también son un foco de descontento.
Que las protestas hayan comenzado en barrios y localidades humildes como Mahshahr, la principal base de apoyo al gobierno, debería generar preguntas sobre el rumbo que está tomando el país y cómo gestiona sus –limitadísimos– recursos. Que, frente a jóvenes que piden cambios y una modernización del sistema el gobierno haya respondido con mujeres de mediana edad llevando el chador y ancianos, la única imagen internacional que promueve es la de un régimen medieval y de geriátrico. Tampoco ayuda al gobierno mantener en sus cargos a gente inoperante como Leila Vaseghi, que recientemente explicaba con total tranquilidad cómo dio a la policía la orden de disparar contra los manifestantes que tomasen edificios públicos.
La falta de programa, la falta de liderazgo y la injerencia de grupos terroristas como Mojahedin-e-Jalq (MEK) han supuesto el fin de las protestas que más allá de disturbios y muertes no han conseguido nada. El funeral masivo de Morteza Ebrahimi, comandante del Batallón Imam Hossein del Cuerpo de la Guardia de la Revolución Islámica, junto a otras protestas repudiando la violencia, marcaron la victoria del gobierno. Las pocas movilizaciones que quedan ya solo son en la diáspora y de la mano de monárquicos y el MEK, fuertemente ligado al gobierno norteamericano, al francés, a Steve Bannon y a la alt-right europea. Ni siquiera en el país pudieron movilizar a más de 200.000 personas, por lo que aunque las reivindicaciones iniciales pudiesen ser legítimas, los manifestantes nunca tuvieron la opción de ganar.
El statu quo se ha re-impuesto. Lejos de lo que puedan opinar los columnistas del Deutsche o del New York Times, estas protestas no son el principio de nada. No ha habido ninguna revolución. Mañana continuarán las brutales sanciones de Estados Unidos que únicamente sirven para provocar más sufrimiento a los iraníes. Mañana Irán seguirá utilizando el islam para legitimarse y apuntalar el poder. Porque de momento solo se piensa en clave de blanco o negro. Porque de momento nadie con fuerza plantea un sistema secular que se mantenga social y anti-imperialista.