¿Guerra convencional o asimétrica? Entendiendo el conflicto entre Irán y EE.UU.
El 4 de enero de 2019 las Fuerzas Quds izaron sobre la mezquita Jamkaran de Qom por primera vez en la historia la bandera roja de la venganza del Imam Hussein (Ya la-Tharat al-Hussain). Los hombres de la unidad más importante de la Guardia de la Revolución Islámica de Irán, encargada de defender los intereses de la república en el extranjero mediante la guerra no convencional, juraban no bajar la bandera hasta vengar el asesinato de su comandante Qassem Soleimani en Irak por parte de EE.UU.
Según el primer ministro en funciones iraquí, Abdul Mahdi, Soleimani estaba en Irak para reunirse con él; que estaba intermediando entre Irán y Arabia Saudí para reducir las tensiones en la región, presumiblemente en Yemen. Mahdi se iba a reunir con Soleimani a la mañana siguiente de su asesinato.
Aunque la madrugada del 7 de enero Irán –apelando a la venganza justificándola con el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas– lanzó un potente ataque con al menos 15 misiles balísticos contra bases estadounidenses en territorio iraquí durante la 'Operación Mártir Soleimani', la bandera de la venganza sigue ondeando en lo alto de la mezquita Jamkaran. Porque a pesar de las declaraciones institucionales y de reducir la tensión poniendo fin a la crisis, las Fuerzas Quds saben que no han vengado todavía la muerte de su mártir y que el conflicto continuará, pero en forma de la guerra asimétrica que los persas llevan perfeccionando desde la revolución islámica en 1979. Para entender esto, debemos primero entender los porqués de la reciente crisis y quiénes son los actores involucrados.
El punto de inflexión
Irán y EE.UU. han llegado a un punto en el que 'están al límite'. La campaña de sanciones contra Irán que ya caracteriza al gobierno de Trump ha dejado a la República Islámica en una situación económica muy delicada que repercute en el empeoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos y provoca una mayor inestabilidad política a nivel interno. Es por ello que en octubre de 2019 las milicias iraquíes pro-iraníes empezaron una campaña de hostigamiento contra 'La Coalición' de la OTAN liderada por Estados Unidos en Irak. El hostigamiento consistía en ataques puntuales contra posiciones norteamericanas que no dejaban ninguna baja, pero que hacían cada vez más insostenible la presencia norteamericana en el país árabe en un momento complicado.
El punto de inflexión llegó el viernes 27 de diciembre de 2019. Kataeb Hezbollah atacó con cohetes una base norteamericana en Kirkuk matando a un contratista iraquí con nacionalidad estadounidense.
EE.UU. respondió al ataque bombardeando múltiples bases de Kataeb Hezbollah en Irak y Siria. A pesar de haber eliminado a un importante mando del grupo, la maniobra lejos de disuadirlos provocó la movilización de iraquíes que entraron a la Zona Verde de Bagdad y asaltaron la mayor embajada de EE.UU. en el mundo, rememorando también el trauma de Benghazi en 2012.
En Washington estaban desesperados mientras el cerco cada vez era más pequeño. Si no se enfrentaban a las milicias iraquíes más cercanas a Irán, iban a terminar teniendo que irse de Irak. La noche del 3 de enero de 2020, Donald Trump daba la orden más desesperada y con peores resultados de toda su Presidencia: había que asesinar a Qassem Soleimani, el hombre más importante de Irán junto al líder supremo Ali Jamenei. Junto a Soleimani, el dron que había enviado EE.UU. asesinó también a otros altos mandos iraquíes entre los que se encontraba Abu Mahdi al-Muhandis; el segundo de las Unidades de Movilización Popular.
Las Unidades de Movilización Popular (aunque destacando en este caso Kataeb Hezbollah y Asa’ib al-Haq) son fuerzas iraquíes pero con una importante línea ideológica pro-iraní (no todos los grupos, eso sí, debido a que la estructura está principalmente unida por el nacionalismo iraquí) y una reconocida relación con Irán. De hecho, aunque no todos los grupos que conforman las Unidades de Movilización Popular (PMU) son pro-iraníes, su anterior portavoz, Ahmed Jassim al-Asadi, ahora lo es de la Alianza Fatah que representa en el Parlamento iraquí a las milicias conectadas con Teherán.
El apoyo, armamento y asesoramiento de estas milicias permite a Irán aferrarse a 'la negación plausible', atacando a EE.UU. indirectamente y llevando a cabo la guerra asimétrica. El objetivo iraní era mantener un hostigamiento constante hacia EE.UU. hasta que los terminase expulsando de Irak. Ese era el sueño de Soleimani. EE.UU. por eso decidió atacar a Irán, para imposibilitar que la República Islámica se aferrase a la negación plausible. Sin embargo la estrategia falló en su objetivo al hacer que actores antagónicos a los intereses iraníes como Moqtada al-Sadr terminasen alineándose a favor de Irán contra EE.UU. Así pues, el Parlamento iraquí aprobó con el apoyo de las principales coaliciones Saairun (Moqtada al-Sadr) y Alianza Fatah (Hadi al-Amiri) expulsar a Estados Unidos del país. Así pues, las milicias pro-iraníes tienen la capacidad de esgrimir el argumento de la defensa de su soberanía para expulsar a La Coalición.
Irán en su lógica de la guerra asimétrica realizó el ataque de la noche del 7 de enero, simultáneo al entierro de Qassem Soleimani. Necesitaba, de acuerdo a la filosofía del honor que tanto influye en la mentalidad persa, responder pronto al asesinato de su general por parte de Estados Unidos para lanzar un mensaje al mundo y como propaganda interna. Así pues, esa madrugada llovieron casi dos docenas de misiles balísticos iraníes sobre las bases norteamericanas en suelo iraquí de Al-Assad y Erbil. Un ataque, sin embargo, muy controlado. De gran precisión para demostrar la capacidad del programa misilístico iraní, pero con objetivos en los que no había muchas probabilidades de que hubiese personal (hangares y edificios de suministros) a fin de reducir al mínimo el número de potenciales bajas enemigas. Tal es así que, creyendo a las autoridades norteamericanas, no han sufrido ni bajas ni heridos en el ataque. Esto permitía al 'régimen de los ayatolás' cumplir con la promesa de atacar a EE.UU. desde territorio iraní para vengar a Soleimani, pero también facilitaba al Gobierno de los Estados Unidos no responder y rebajar las tensiones evitando la dialéctica de la acción-reacción-acción… y guerra total.
Y así llegamos al 8 de enero de 2019. Tras el sepulcral silencio de Trump durante y tras el ataque nocturno iraní, el presidente de los EE.UU. apareció al día siguiente para poner fin a la posibilidad de una escalada bélica total. En su declaración a los medios anunció nuevas sanciones contra Irán –por otro lado algo de esperar y ya sin apenas impacto, teniendo en cuenta cómo lleva desde 2018 asfixiando económicamente al país–, pero también afirmó que "no quieren utilizar sus armas contra Irán", dejando claro que no habrá una respuesta militar por el momento.
Irán ha aprovechado la necesidad de responder rápido para tantear cómo reacciona el gabinete de Trump, y lo cierto es que "ha dado lo que esperaba" por decirlo de forma simplificada. Ha quedado a la vista de todos que a Estados Unidos le puede la fanfarronería, y es que a pesar de la palabrería, se aferran a la primera oportunidad de frenar la escalada bélica. Si bien Donald Trump tuiteaba el 4 de enero que "si Irán ataca cualquier americano o "activo americano", tenemos 52 objetivos marcados. Atacaremos rápido y fuerte", la realidad ha demostrado 4 días después que estas amenazas solo son palabrería sin credibilidad, un espectáculo, un 'bluf'; la 'Hollywoodización' de la política. A pesar de la superioridad norteamericana militar y económica frente a Irán, la realidad es que 'los soldaditos color caqui' no están preparados para resistir una guerra de hostigamiento; más teniendo en cuenta que si Irán responde con todo, lo último que veremos es la firma iraní porque atacaría desde otros escenarios como Yemen, Afganistán, Siria, Líbano e Irak.
Y por eso la reducción de la tensión y el fin de la escalada no supone el final de las hostilidades. Teniendo en cuenta además que los intentos de acercamiento entre EE.UU. e Irán que empezaron en 2013 y culminaron en el 2015 con la firma del 'Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA)' se perdieron con la salida unilateral de EE.UU. en mayo de 2018. Con la campaña de sanciones de la Casa Blanca, cada vez más agresiva contra Irán, la solución diplomática para esta guerra fría posmoderna parece improbable ante la incapacidad de Europa de adaptarse para nadar entre las dos aguas que se encuentra. Y matizo que improbable porque con el desarrollo actual de las cosas, mañana podría pasar cualquier otra acción impredecible.
La respuesta que hemos visto entre el 7 y 8 de enero le sirve a Irán para hablar de "una venganza por el martirio de Soleimani", pero las milicias chiíes de Irak todavía quieren vengar a Abu Mahdi Muhandis, uno de sus mandos más importantes que también falleció en el asesinato de Qassem Soleimani. De acuerdo a Hassan Nasrallah y la Resistencia Islámica, de hecho, la venganza no terminará hasta que EE.UU. sea expulsado de Oriente Medio.
¿Pero quiénes son las Unidades de Movilización Popular - PMU - Hashd al-Shaabi?
Tenemos que remontarnos a junio de 2014. El ejército iraquí sin apenas equipamiento y desmoralizado se vio incapaz de hacer frente a un Estado Islámico que avanzaba imparable, habiendo tomado las ciudades de Faluyah y Samarra. Los soldados iraquíes fueron incapaces de detener al grupo terrorista que tomó Mosul en menos de una semana. Parecía que Irak estaba perdida y que los extremistas podrían llegar a capturar incluso Bagdad. Fue entonces cuando el Gran Ayatollah Ali Sistani emitió una fatwa para crear las PMU; que se hicieron fuertes gracias al papel que jugó sobre el terreno el general Qassem Soleimani.
Lejos de lo que se tiende a pensar, las PMU no son Irán, ni son exclusivamente milicias pro-iraníes. Se tratan de una unión de grupos de distinta tendencia ideológica, hasta el punto de representar a su manera el estado actual de la política y la sociedad iraquíes. Por ello, cuando Estados Unidos asesinó al comandante de las Fuerzas de Movilización Popular Abu Mahdi al-Muhandis, no estaba acabando con la vida de un terrorista; estaban matando a un comandante militar iraquí, y dirigió a los primeros soldados que lograron detener al Estado Islámico en Irak.
De entre tanto caos la figura más reforzada es la del clérigo Moqtada al-Sadr, que si ya se podía considerar uno de los hombres más influyentes de Irak (junto a Sistani), ahora está jugando sus cartas de forma maquiavélica para presentarse como el único garante posible de la soberanía iraquí. En su último comunicado, en el que afirma tajante que la crisis ha terminado, exige al gobierno que vuelva a cumplir sus funciones, pide la expulsión de las fuerzas extranjeras y solicita a las milicias evitar ataques además de invitarlas a cerrar sus oficinas centrales para evitar ser un objetivo y provocar otra escalada militar entre potencias disputada con sangre iraní.
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