El entendimiento alcanzado entre Rusia y Turquía en Idlib no era más que una fórmula para Erdogan con la que ganar tiempo en Siria para involucrarse con mayor intensidad en Libia; que vive una pugna entre dos gobierno irreconciliables: El de Fayez al-Sarraj en Trípoli, reconocido por la ONU y apoyado principalmente por turcos, qataríes e italianos, y el de Khalifa Haftar en Tobruk y Bengasi, respaldado por Emiratos Árabes Unidos, Francia, Egipto y Rusia. Y como la realpolítica a veces resulta incluso hasta cómica, Haftar ha logrado que Siria e Israel estén en el mismo bando apoyándole y dándole reconocimiento.
Khalifa Haftar, que dirigiendo el Ejército Nacional Libio (LNA) está decidido a unificar el país africano bajo su mando, anunció recientemente que rechazaba de manera oficial el acuerdo de la ONU que desde 2015 reconocía al Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA) de Trípoli, encabezado por Sarraj.
Tras este anuncio, desde Trípoli no han tardado en acusar a Haftar de dar un golpe y querer instaurar una dictadura de corte militar. Sin embargo, y aquí es donde surgen las primeras contradicciones de muchas, hay que recordar que el GNA se creó tras el derrocamiento violento de Muammar Gaddafi y que a Fayez al-Sarraj lo han elegido las élites establecidas por el golpe —con una importante participación de los Hermanos Musulmanes—, y que tras media década, el pueblo libio todavía no ha ratificado el apoyo a su gobierno en unas elecciones.
Y en este contexto de caos, de dos gobiernos y muchos intereses extranjeros de por medio, en el que Haftar ha mostrado su decisión de derrocar definitivamente a Sarraj, el general rebelde del LNA anunció el alto el fuego unilateral con motivo del Ramadán, que ni el Gobierno del Acuerdo Nacional ha aceptado ni ha llegado a aplicarse.
A fin de intentar desescalar la guerra, que se ha vuelto especialmente violenta este último año, la ONU impuso en 2018 un embargo de armas que renovó en 2019, y que en 2020 sigue sin servir para absolutamente nada. Por tierra, mar y aire, nadie respeta el embargo. Qatar sigue enviando armas, Emiratos Árabes Unidos siguen enviando armas, Turquía envía hasta drones, desde Egipto pasan todo tipo de materiales y equipos que Francia e Israel primero entregan a los egipcios y emiratíes, y la Unión Europea, que ha querido presentarse la garante de la paz y la reconciliación, se limita a emitir nada más que comunicados donde sus dirigentes se muestran "profundamente preocupados", mientras Bélgica envía al país norafricano aviones de carga de contenido, cuanto menos, sospechoso. Y es que por mucha fama que pueda tener el chocolate belga, no parece muy creíble que sea ese el producto que tanto demandaban en Misrata a finales de 2019.
Los intereses en disputa en Libia no son algo nuevo
No es ningún secreto el apoyo mutuo que hubo en el pasado entre Sarkozy y Gaddafi. Ni que Francia necesita que un líder secular —o al menos pragmático— y duro estabilice el desierto libio para frenar el movimiento de grupos yihadistas del Sahel que están en auge. Del mismo modo que Italia no se ha olvidado de que el país africano fue colonia suya, el lugar en el que Mussolini (en un acto de narcisismo y enorme ridiculez) se declaró "defensor del islam" en 1937, o que Eni se está enriqueciendo de la extracción del petróleo libio. Como tampoco es sutil el enfrentamiento entre franceses e italianos desde 2017, cuando Francia ni siquiera invitó a la península mediterránea a la conferencia de paz de París.
Turquía y Qatar quieren apuntalar un régimen afín a los Hermanos Musulmanes que Egipto necesita alejar de frontera, y que los emiratíes quieren derrocar para no reforzar la posición regional de sus vecinos qataríes. Israel no quiere en la región un gobierno potencialmente cercano a Yihad Islámica y Hamás en Palestina. Israel, además, tiene junto a Grecia y Chipre la intención de crear un gaseoducto hacia Europa que Turquía, con Trípoli, podría frustrar con una victoria del GNA.
La batalla de Trípoli está estancada con el 'Ejército Nacional' en los suburbios, pero sin poder avanzar en semanas. El ejército del 'Acuerdo Nacional' está intentando revertir la situación con avances a su favor, pero todo queda en nada cuando son incapaces de tomar siquiera la base de Watiya con unas ofensivas que son repelidas constantemente.
Entretanto, llegan discursos contradictorios porque ninguno de los bandos es capaz de anticipar qué puede pasar. La Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia, con Stephanie Williams, abre la posibilidad —tras hablar con los representantes del gobierno de Sarraj— a nuevos diálogos de paz que, hasta la fecha, no han sido más que "puro paripé", si es que no han fracasado antes de empezar. El portavoz de las milicias leales a Haftar, Ahmed al-Mismari afirma que "pronto entrarán a Trípoli" y "habrá sorpresas" después de pedir a los jóvenes de la ciudad que se rebelen contra el GNA. El portavoz de la cámara de representantes del gobierno de Tobruk/Bengasi, Aqaliah Saleh, por su parte, propone una solución política a la división del país, con una reestructuración del Gobierno de Acuerdo Nacional respaldado por la ONU, ya que no reconoce ni a Fayez al-Sarraj ni a Khaled al-Mishri. Haftar y sus seguidores abogan por la toma del poder y la unificación del país bajo sus propias condiciones.
La injerencia, el tribalismo, las milicias incontrolables, la ambición y el poder han roto Libia. Y a estas alturas, la reconstrucción y la reunificación del país parecen una tarea imposible. La paz todavía queda lejos.