Francia está defendiendo mucho más que la libertad de expresión, la seguridad nacional y la república secular frente al oscurantismo sectario. Francia está defendiendo los valores de la ilustración: está defendiendo la libertad, la igualdad y la fraternidad. Francia está defendiendo la civilización frente a la barbarie, frente al tenebroso imperio de la superstición de caudillos espirituales.
En un contexto normal sería delirante afirmar que dibujar hoy es un acto de valentía, que la pluma es el arma del irredento. Pero la lógica desaparece cuando hablamos de Alá, de Mahoma y de asesinos que matan únicamente porque unas ilustraciones no les gustan. Todo resulta tan absurdo que a estas alturas incluso como autor me pregunto si algún día habré de preocuparme al salir de casa por si alguien quiere decapitarme a razón de discrepar con, por ejemplo, este artículo. Y es que si bien los asesinos son pocos, quienes justifican la ideología que inspira, legitima e incita al verdugo… son muchos. Son muchos los que "no comparten matar", pero "es que quienes blasfeman van provocando". Y basta ver los discursos de líderes espirituales y de países abiertamente islamistas para comprobar que esos muchos se cuentan por miles. Por decenas de miles. Y lo realmente aterrador es que estos tontos útiles de los extremistas (o no tan tontos, pero siempre útiles) no se esconden en garajes clandestinos, sino que cuentan con el altavoz mediático y, en casos como el de Recep Tayyip Erdogan, lideran países. Y es que matar para castigar la blasfemia no es solo algo que solo hagan los grupos terroristas. En Pakistán, por ejemplo, la blasfemia se castiga con cadena perpetua… o la pena capital.
Después de que Macron anunciase la lucha contra el 'separatismo islamista' en defensa de los principios seculares y de construir un país común sin 'sociedades paralelas', después de que Francia no condenase la difusión de las caricaturas de Mahoma como ejercicio de libertad de expresión, algunos territorios de mayoría musulmana han estallado en cólera, destacando a los dirigentes turcos. Han estallado en cólera pidiendo el boicot a los productos franceses, amenazando a Macron, amenazando a Francia, atacando edificios, atacando sitios web… una cólera que se ha extendido desde Túnez hasta Idlib (territorio rebelde sirio), Jordania, Gaza, Kuwait, Catar, Bangladés…
Una cólera por parte de los mismos a los que no les importó que pocos días antes de que Francia defendiese las ilustraciones incendiarias de Mahoma, un miserable victimario de 18 años hubiese asesinado en nombre de Alá y de Mahoma al profesor francés Samuel Paty, decapitándolo por haber enseñado, junto a otras, las caricaturas de Charlie Hebdo (por las que han sufrido ataques terroristas en 2011, 2015 y 2020) en una clase sobre la libertad de expresión. Una cólera por parte de los mismos a los que no les importó que en septiembre otro terrorista hiriese gravemente a dos personas en París frente al edificio en el que Charlie Hebdo sufrió el atentado de 2015 (actualmente, por cuestiones de seguridad, la redacción de la revista debe permanecer en secreto). Tal vez habían provocado demasiado recordando este 2 de septiembre de 2020 la masacre que los desangró el 7, 8 y 9 de enero de cinco años atrás. Porque al parecer ofendió más la tinta que la sangre. O tal vez es más fácil odiar las políticas de un país lejano para reconfortarse en las miserias propias.
Como siempre, por los culpables terminan pagando los inocentes. Y es por cientos de miles que lo de unos pocos se asocia a millones, confundiendo la ideología con la religión. Pero, del mismo modo que no se debe asociar el islam sin apellidos a los más atroces atentados de carácter yihadista, tampoco se debe responsabilizar a Macron, a Charlie Hebdo o a los franceses, de la sinrazón, del odio, de los asesinatos de inocentes. No, porque los responsables directos son los clérigos salafistas que emponzoñan todo con su doctrina integrista y excluyente, son los Hermanos Musulmanes –ilegalizados en varios países árabes de mayoría musulmana pero no en Europa, dicho sea de paso–, son los tiranos que movilizan a sus súbditos a través de la fe para mantenerse en su poltrona. Son los lobos con piel de cordero que hacen proselitismo del integrismo. Los responsables son los mismos que llevan años sembrando sus balas en Egipto, Siria, Irak o Yemen.
Plantarse contra estos, plantarse contra el yihadismo que alimentan con discursos de odio y revitalización islámica, lejos de ser algo extremista es algo necesario. Porque eso de acusar de islamófobo, 'nazi' o 'fascista' a cualquiera que no acepte el islamismo radical como le gusta hacer a Erdogan ya no significa nada. Porque la acusación de islamofobia no significa absolutamente nada cuando la esgrimen los mismos que amenazan al clérigo musulmán Hassen Chalgoumi –hasta el punto de que necesita escolta policial– por defender un islam que señale a y acabe con los síntomas del salafismo. Porque… ¿qué tiene que ver el nazi-fascismo con la prohibición del sectarismo más reaccionario, sucio e intolerante? ¿Acaso era islamófobo Benito Mussolini proclamándose protector del islam? ¿O apoyando a las tropas musulmanas contra los cristianos coptos en Absinia (Etiopía)? ¿Eran acaso islamófobos los miles de musulmanes que sirvieron como voluntarios en las Waffen-SS de Hitler? ¿O es que tal vez toda la palabrería para desviar el debate no es más que eso, palabrería de unos líderes perversos? Líderes de entre los que destaca el intento de sultán otomano Erdogan, que solo sabe azuzar la guerra de culturas y meterse en guerras mientras la moneda local se descalabra hasta mínimos históricos. Porque en lo que 'protege el islam' se le ha olvidado proteger a su población; a sus compatriotas.
Erdogan, convirtiendo Turquía en el referente de la umma contra el secularismo, ha afirmado que no tolerarán una sola ofensa a su cultura y sus creencias. Supongo que la cultura de la borregada que sigue al charlatán es la de más de 95.000 disidentes detenidos, la de encarcelar periodistas más que en cualquier otro sitio en el mundo, la de ser la mano de obra esclava de las grandes compañías mundiales, la de pedir respeto mientras anulan, persiguen y marginan a otras minorías religiosas… y contra algo tan perverso Francia debe plantarse. Porque plantarse contra la barbarie es defender la civilización. Porque el mundo de los hombres libres se derrumba cuando obedece a quien es capaz de alzar una espada contra los demás, en el nombre de Alá.