Bombas frente a hambre. Así se podría resumir la política del partido demócrata frente a la de Trump para Oriente Próximo, y es que la política estadounidense en la región, sobre todo para palestinos, sirios, iraquíes, yemeníes e iraníes, varía poco entre mal o peor. Pero incluso en la catástrofe, los matices son importantes porque, a fin de cuentas, cambian cosas, y algunas son importantes.
Si algo ha caracterizado a Donald Trump ha sido la política de oficina frente a la de trinchera. Es el único presidente en décadas que no se ha lanzado a nuevas guerras, incluso cuando ha pisado fuerte deteriorando todavía más las relaciones con Irán al salirse del Plan de Acción Integral Conjunto (conocido como acuerdo nuclear) y asesinando a Qassem Soleimani, imponiendo las sanciones más inhumanas contra persas y sirios y asentando las bases para la legitimación y normalización de Israel, haciendo que la mayoría de países árabes empiecen a plantear una política que rompa definitivamente con –o al menos retire de la retórica propagandística– la causa palestina. Y aun con todo, es una política lógica si lo que se quiere es una retirada organizada pero no humillante del embrollo en el que se metieron anteriores presidentes como Bush hijo y Barack Obama. Una política que no ha maquillado e incluso celebra retirando personal de Afganistán y más tímidamente de Irak; y es que si bien el hasta ahora presidente norteamericano quiso dejar de derrochar en guerras que nunca terminan, tampoco quiso perder la influencia en la región que tanto le ha costado a EE.UU. conseguir. Y es que en este punto es importante abrir un paréntesis para recordar que Trump y Biden, como Bush y Obama, son los dos colores de un mismo sistema.
En el caso de Biden, lo más probable es que haya un re-entendimiento con los iraníes, pero con reservas. Reservas porque ni este ni su gabinete podrán deshacer –como si nada hubiese pasado– todo lo que Donald Trump provocó saliéndose del Acuerdo Nuclear y cruzando la línea roja de asesinar a Soleimani. No al menos cuando tienen enfrente a una nación que destaca por orgullosa, paciente y estoica.
Pero la política de Biden y los demócratas hacia Irán no significa una apuesta por la paz y la tranquilidad en Oriente Próximo. Responde a la incapacidad de confrontar directamente a un enemigo poderoso que ha sabido establecerse –directa e indirectamente– en varios países de la región. Responde a la necesidad de intentar llevar el conflicto –al contrario que Trump– de fuera a dentro de Irán, a través de su sociedad, pero también a los países que han logrado cierto grado de estabilidad gracias a su alianza o al menos política de no confrontación con Teherán. Porque a pesar de la aparente moderación de Joe Biden, la esencia de la política exterior iraní es el 'Eje de Resistencia [a Israel]', mientras que Biden se ha llegado a declarar sionista, reconoce que 'ama a Israel', ha afirmado que su apoyo a este es incondicional e incluso mantiene que no volverá a mover la embajada de EE.UU. de Jerusalén a Tel Aviv.
En favor de países como Siria, Irak y Yemen, que no deberían creer que las acciones del gabinete Biden estarían motivadas por un sentimiento de filantropía, estos podrían dejar de ser el único terreno de disputa de potencias; desviándose los conflictos en parte (y solo en parte) hacia otros países. Los demócratas se han caracterizado este mandato de Donald Trump por criticar la represión interna de Arabia Saudí, pero también por contar con mandos militares que condenan la aventura de Erdogan en el norte de Siria e Irak contra las milicias kurdas del YPG y PKK. Tal vez y si sale más rentable que continuar con el legado de Obama, estos dos países que han sido los victimarios de la región exportando muerte y guerra, podrían llegar a sentirse víctimas de EE.UU. en algún punto. Al menos en el caso saudí, podemos prácticamente afirmar que va a haber una enorme reducción en la financiación norteamericana para la guerra en Yemen. En el caso turco, por otro lado, la política de Biden podría perdonar el entendimiento con Irán, pero no va a tolerar el acercamiento a Rusia en materia militar; no cuando Turquía está en la OTAN y cuando el discurso demócrata se articula en torno a una delirante rusofobia.
Lo cierto es que en el caso de Trump, este se ha rodeado de halcones, auténticos fanáticos de la guerra a los que el presidente (nada sospechoso de moderado) ha tenido a menudo que atar en corto, echar el freno e incluso despedir. Biden, que es un títere incapaz de conectar conceptos como cualquiera ha podido comprobar a lo largo de su campaña electoral, cuenta con un equipo menos belicoso, o al menos menos agresivo en las formas. Y es que aunque se señale a Trump, el Partido Demócrata no va a revertir ninguna de las sanciones o campañas de máxima presión lanzadas por los republicanos contra sus rivales en Oriente Próximo. De hecho, cabría esperar campañas mucho más duras, valiéndose del 'márketing positivo' que han logrado este tipo de acciones (véase la guerra de drones iniciada por Obama). A fin de cuentas, el niño reventado por una bomba o acribillado por un marine es una escena grotesca difícil de ocultar, pero al que matan de hambre ni siquiera se le presta atención.
Más allá de la retórica y la imagen de Biden creada por sus publicistas, este es un hombre de guerra. En 1999 Biden votó a favor de bombardear Yugoslavia. En 2002 Biden votó a favor de utilizar la fuerza militar contra Irak. Desde 2011 Biden ha apoyado a la oposición siria, hoy imposible de negar (al menos con argumentos racionales), que está compuesta práctica y exclusivamente por fanáticos yihadistas y mercenarios al servicio de Erdogan. Pero como es demócrata se le perdona que sus manos estén bañadas en sangre, porque años más tarde 'pide perdón'. ¿Pero qué políticas se pueden esperar de un presidente cuyo historial consiste en primero dar la orden de matar y después, acaso si eso, como tras la destrucción de Libia, pedir perdón? Y esto hay que tenerlo muy presente en todo momento, porque mientras que Trump mantiene un discurso en el que busca terminar las guerras, Biden habla de querer recuperar el liderazgo en una región en la que cada día son más irrelevantes y dejan espacio a terceros, cuartos y hasta quintos países con algo que decir, un mercado que hacer crecer y la posibilidad de expandir su influencia.
Aun con lo agresiva política de Trump, aun con las sanciones de la Ley César que están provocando en Siria una catástrofe humanitaria jamás vista en toda la guerra, aun y con todo, el sentimiento general en Oriente Próximo es de que las políticas de Trump han sido mejores que las de Obama. Y en este caso cabe preguntar si Biden seguirá el legado de Obama a quien acompañó durante su presidencia, o si se amoldará a las políticas iniciadas por Donald Trump. Los países que se resisten al dominio norteamericano seguirán siendo víctimas de Washington. Los países del Golfo, tendrán que responder a las críticas por sus abusos de los Derechos Humanos. Pero una aproximación así, desde la amenaza y desde la distancia, tras tantos años ya hemos aprendido que solo termina en más caos.
Oriente Próximo es diverso, como diversos son los intereses de los países y los líderes que lo forman. Irán, Qatar y Yemen salen menos desfavorecidos con Biden. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel salen perjudicados sin Trump. Jordania, Líbano Omán o Kuwait parecen indiferentes. Siria e Irak no tienen opciones de mejorar a corto plazo con ninguna de las opciones. Así que, ¿qué se puede esperar para Oriente Próximo? Cambios cosméticos, pero en esencia, más de lo mismo.