Los propios abusos que la UE (y España) obvia cuando habla de derechos humanos a Rusia
Cuando Josep Borrell viajó a Moscú a principios de febrero, cometió el grave error de hacerlo con la soberbia por delante. Borrell cometió el gran error de querer dar lecciones de democracia a Rusia, olvidando que en casa –tanto en la Unión Europea (UE) como en España– nadie predica con el ejemplo. Y contra estas torpezas y este intento de decirle a un país cómo debe gestionar sus disidencias (Navalny en este caso) y sus asuntos internos en general, Serguéi Lavrov, que ya está curtido en mil batallas diplomáticas, toreó al Alto Representante de la UE recordándole la más que cuestionable gestión del asunto catalán por parte de España. Fue entonces cuando la derechita llorona de 'neocons' ofendidos, esos generales de sofá que se creen con la autoridad suficiente como para querer imponer sus ideas, puso la maquinaria mediática en marcha para poner el grito en el cielo ante tal agravio. Y así pues, todo el debate se centró en Lavrov hablándole a Borrell de Cataluña; mientras se ignoraba lo que realmente estaba diciendo: "No os metáis en los asuntos rusos y no nos meteremos en los vuestros".
Pero tras el viaje, lejos de zanjar la polémica en Rusia y aceptar la derrota mediática, Borrell volvió a Bruselas para, como perro relamiendo sus heridas, decir todo lo que ante Lavrov no pudo o no supo decir. Según Borrell, no pudo evitar dar lecciones de libertad y defensa de los derechos humanos a los rusos, porque "están en el ADN de la UE". Y ahí surge la primera duda: ¿es eso cierto?
Es difícil creer las palabras de Josep Borrell cuando se le olvidan los derechos humanos en el momento en el que Azerbaiyán comete crímenes de guerra en el Alto Karabaj mientras Italia cierra jugosos acuerdos comerciales con los que lucrarse de la destrucción y la post-guerra. Cuando se somete a las ambiciones expansionistas de Turquía (el país con más periodistas detenidos del mundo, por cierto) y no es capaz siquiera de defender a un aliado como Grecia. Cuando la UE no tiene ningún problema a la hora de firmar acuerdos de pesca con Marruecos, aun cuando estos acuerdos son ilegales según el Tribunal Europeo.
La libertad y los derechos humanos son tan parte del ADN de la UE que Hungría (Estado miembro) viola continuamente los derechos humanos en su frontera, de acuerdo al Tribunal de Justicia de la UE. Bulgaria, otro país miembro, es conocido por la corrupción, la persecución de disidentes, los abusos policiales y la más que cuestionable justicia para con las minorías. A la UE le preocupa Rusia, no una Rumanía tan corrupta en la que hasta para recibir una atención médica decente hay que sobornar a médicos y enfermeras. Sin ir a la otra punta del bloque, a la UE le preocupa que una minoría disidente pueda protestar en Rusia, pero cierra los ojos ante los chalecos amarillos por toda Francia; ante los abusos policiales, los más de diez muertos, las decenas de mutilados, los miles de heridos y las decenas de miles de arrestos.
Y como Borrell ha quedado tan retratado como la hipocresía de una Unión Europea que exige lo que no cumple ni en casa, alguien tenía que entrar en escena para deshacer el embrollo. El problema es que ese alguien ha sido la mayor desgracia para la diplomacia española en los últimos años: Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Laya, cuyos únicos méritos han sido un servilismo casi sadomasoquista a Turquía cuando Erdogan se reía de Grecia y los intereses europeos en Libia, y el hacerlo todo mal.
Con Borrell contra las cuerdas, Arancha González Laya hizo aquello para lo que debe de creer que está cobrando. Y no, no es tejer puentes, mejorar relaciones y hacer negocios que beneficien a España. González Laya pasó a la ofensiva contra Rusia –y adivinen, salió mal– zanjando el debate con un "en España no hay presos políticos, hay políticos presos" porque "es una de las 23 democracias plenas". Y claro, esto puedes decirlo cuando representas a un país –imaginario– de conducta intachable y moral pura, pero es que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España por vulnerar el derecho de manifestación. La Justicia española es tan ejemplar dentro de la UE que Bélgica sigue protegiendo a Puigdemont y se niega a extraditarlo, cuestionando (como toda la UE) la legitimidad del Tribunal Supremo de España (vaya, aquí ya no ofende tanto que terceros quieran meterse en los asuntos de los españoles, ¿no?).
Y es que para añadir más ridículo al espectáculo de lo grotesco que estamos viendo estos días, mientras González Laya daba lecciones sobre lo mucho que le preocupan los derechos humanos, el Ministerio de Exteriores se dedicaba a justificar y promover las sanciones contra terceros países. Unas sanciones que han demostrado no funcionar, que son un castigo colectivo contra civiles por ser leales a su patria (en Irak las sanciones mataron tanto como la guerra, pero no mataban tras un estallido de pólvora sino que lo hacían lentamente, con el hambre y las enfermedades) y que el Consejo de Derechos Humanos de la Unión Europea califica como lo más parecido hoy día a un asedio medieval.
Pero es que, además, la defensa de los derechos humanos de Borrell y Laya no solo es hipócrita, sino que también es cobarde. Mientras Laya comentaba lo poco democrática que es Rusia, mientras el Ministerio de Exteriores defendía las sanciones, uno de los crímenes más horribles que se pueden cometer desde un despacho, la ministra se daba paseos por el metro de Riad.
En pleno corazón de Arabia Saudí, a Arancha González Laya no le importaron lo más mínimo las ejecuciones públicas y posterior crucifixión de la víctima por delitos tan graves como apostasía o brujería. Tampoco le importó que Arabia Saudí ahora mismo esté cometiendo crímenes de lesa humanidad en Yemen. Tampoco le importó el maltrato que sufre la minoría chií en Qatif (cuyos representantes a la hora de pedir derechos terminan en la cárcel, como Nassima al-Sadah, o ejecutados, como Nimr Baqr al-Nimr).
Tampoco le importó que los inmigrantes de países como Bangladés o Pakistán vivan como esclavos y tengan menos derechos que un árabe. Tampoco le importó que en Arabia Saudí haya mujeres como Samar Badawi, detenida por desafiar a su guardián (el padre). Tampoco le importan las detenciones de Loujain al-Hatholoul por querer conducir. Tampoco ha llamado la atención durante su visita al embajador Álvaro Iranzu, que poco antes de la visita de Laya se ha estado reuniendo con el responsable de la empresa armamentística nacional saudí SAMI para estudiar "oportunidades de cooperación". Pero ¿quién se sorprende a estas alturas? Si no hay nada más hipócrita y falso que los valores europeos.
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