Lo que significa la victoria de Bashar al-Assad en las elecciones presidenciales de Siria

Alberto Rodríguez García

Es el momento de interiorizar una cuestión muy importante: el resultado de las elecciones en Siria no importa, porque lo realmente importante es el proceso electoral. A estas alturas nadie, ni fuera ni dentro de Siria, se toma en serio las elecciones presidenciales como proceso electoral, porque es absurdo pensar que Bashar al-Assad fuese a perder. Por tres razones muy obvias: primero, porque todavía con una guerra y una crisis tan brutal, es absurdo cambiar de líder. Segundo, porque quedándose en el país durante toda al guerra y sin huir, como hubieran hecho muchos vecinos suyos, al-Assad se ha convertido en el sinónimo del Gobierno sirio (a nivel de imagen y su significado, más allá de las dinámicas internas del país donde el poder se diluye). Y tercero, porque el oftalmólogo es la única opción para el país. Todavía hoy, tras una década de agresión, ni los más fervientes opositores son capaces de presentar a un líder con la popularidad y capacidad de sustituir al presidente.

¿Y por qué en este contexto son importantes unas elecciones cuyo resultado no importa? Porque son la confirmación de que el Estado sirio ha ganado la guerra frente a la horda terrorista de al-Qaeda y Estado Islámico, frente a los vendepatrias mercenarios y salafistas a sueldo de Turquía y frente al proyecto etno-nacionalista kurdo de las YPG, que únicamente ha servido para establecer un protectorado mediante el cual EE.UU. y compañía puedan enriquecerse de los recursos sirios expoliados al tiempo que intentan someter a Damasco.

El Gobierno sirio, el Estado sirio, no solo ha logrado presentarse como el ganador de la guerra; sino que ha sido capaz de organizar movilizaciones tanto dentro de su territorio como fuera de millones de sirios, demostrando así que es el actor con más respaldo frente a unos rebeldes que apenas movilizaron a cientos en Idlib y unas milicias étnicas que son incapaces de mantener el orden en lugares como Raqqa, Hasaka o Qamisli. No hablemos ya de su capacidad de movilización nula para con cualquiera ajeno a sus milicias qasd (SDF).

A nivel interno las elecciones presidenciales han sido una victoria no solo de al-Assad, sino también del Gobierno sirio. Una victoria que marca un cambio de rumbo en las dinámicas regionales. Si en 2012 Hillary Clinton decía que los días de Bashar al-Assad estaban contados, el 26 de mayo de 2021, tras depositar su papeleta en Douma, Bashar al-Assad respondió a los dirigentes de Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos (ya conocidos por esa constante necesidad suya de meter las narices donde no les llaman, como si al mundo le importa lo que tengan que decir) que su opinión al respecto de Siria no valía nada.

Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo.
Al-Assad ha dejado muy claro que no se va a ir y que ha sobrevivido, resistido y superado la guerra, la insurrección yihadista financiada por terceros países y unas sanciones salvajes.

El Estado sirio cuenta con una base de apoyo suficiente como para mantener el orden y el monopolio de la fuerza, porque además, cuenta con el respaldo de China, Rusia e Irán, de aliados regionales como Hezbollah, Egipto ya propone la vuelta de Siria a la Liga Árabe y Siria cada día mejora más sus relaciones con países hace una década hostiles, tales como Jordania, Emiratos Árabes Unidos o de manera más tímida, Arabia Saudí, que ha pasado de pedir la cabeza del presidente sirio (y fin de las relaciones diplomáticas en 2012) a empezar a normalizar relaciones apostando por un acercamiento diplomático y en materia de inteligencia.

Incluso los mayores rivales del Gobierno sirio, aquellos que se sientan en Washington, Langley y Arlington, están empezando a entender el nuevo orden regional que ha supuesto la supervivencia del Gobierno sirio. Tal es así que ya se han olvidado prácticamente de aquellos rebeldes a los que durante años entrenaron, financiaron y armaron. Ahora, incluso, cabe la posibilidad de que empiecen a cambiar sus políticas respecto al petróleo sirio (ahora explotado por Delta Crescent Energy, una compañía norteamericana), de modo que sus títeres puedan de algún modo comerciarlo efectivamente con el Estado sirio, aunque esto por el momento todavía son especulaciones y se tendrá que ir viendo a lo largo de la segunda mitad de 2021.

De dos décadas en el poder, la última de ellas Bashar al-Assad ha sido un paria a ojos de la comunidad internacional, pero ahora en 2021 ha dejado muy claro que no se va a ir y que ha sobrevivido, resistido y superado la guerra, la insurrección yihadista financiada por terceros países y unas sanciones salvajes agravadas por la profunda crisis económica en la que ha quedado sumergido Líbano. Aceptar a Siria en el mundo, es aceptar a Bashar al-Assad y su gobierno como interlocutores legítimos.

La oposición solo ha quedado para que Hayat Tahrir al-Sham (el al-Qaeda 'family friendly' para el entre otanista y onanista 'think tanker' europeo) controle Idlib y otras milicias proturcas se disputen al-Bab y Afrín. El protectorado también conocido como la Autonomía del Norte y Este de Siria o Rojava no es más que un conglomerado tribal, enfrentado a los locales que no comulgan con la idea de ser los títeres de potencias extranjeras. Y frente a ello, el Gobierno de Siria ha logrado controlar de Alepo a Daraa, pasando por Homs y Damasco, llegando por el desierto hasta Deir Ezzor parando en Palmira, las principales carreteras y ciudades del país.

Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo.
El Estado sirio ha reafirmado su consolidación, su victoria en la guerra y se ha legitimado de cara a la reconciliación con sus vecinos árabes.

Sí, Bashar al-Assad dirige un país roto y empobrecido, pero es lo que hereda cualquier dirigente tras tantos años de guerra brutal, ocupación y terrorismo. Y sin quitar su gran parte de responsabilidad al Gobierno sirio, que ciertamente tiene el lastre de la corrupción, el clientelismo y la liberalización, no se pueden olvidar que la región entera atraviesa un momento de crisis económica grave, ni tampoco se pueden olvidar las sanciones y las políticas norteamericanas dedicadas durante años a expoliar el gas y el petróleo sirios al tiempo que amenazan con medidas contra cualquiera que quiera invertir en la reconstrucción de Siria.

Por otro lado, y a estas alturas, es necesario hacerse preguntas para comprender errores. ¿Es la democracia occidental un modelo universal exportable? ¿Es siquiera el mejor modelo de gobierno? ¿Es lo que hace a un gobierno bueno o malo? De hecho, ¿significan algo las categorías bueno y malo en un mundo de grises? Israel lleva cuatro elecciones sin poder formar gobierno, y aun así, por tantas elecciones que quiera celebrar, no deja de ser un Estado criminal, sostenido sobre un apartheid, que ocupa territorios que no le pertenecen, que bombardea a países vecinos y que semanalmente asesina a tiros más civiles palestinos de los que la shabiha y el mukhabarat sirios siquiera se plantearían. ¿Es legítimo exigir a Siria un gobierno como el de Idlib porque su modelo de Estado no convence a tal o cual PhD de tal o cual universidad anglófona que solo entiende los países árabes desde su postura de superioridad y recato moral? Porque el modelo de Idlib es un emirato terrorista que ve legítimo matar a apóstatas, infieles, cristianos, alawitas, adúlteras… un modelo de gobierno, por cierto, que ha tenido una década para celebrar elecciones y no ha celebrado ninguna.

Lo cierto es que las elecciones presidenciales en Siria no han sido más que un espectáculo. Pero han sido el gran espectáculo. Independientemente de lo que tengan que opinar los demócratas radicales en Europa y Estados Unidos, con el resultado del 27 de mayo que ha dado a Bashar al-Assad la victoria con el 95 % de los votos, el Estado sirio ha reafirmado su consolidación, su victoria en la guerra y se ha legitimado de cara a la reconciliación con sus vecinos árabes. El lema electoral de Bashar al-Assad era un mensaje en sí mismo: "Esperanza a través del trabajo". Estas elecciones presidenciales no han sido un proceso democrático, pero han sido el proceso que necesitaban Assad, el Gobierno sirio y la gran mayoría de la población para avanzar e ir poco a poco dejando atrás todo lo que ha supuesto la crisis iniciada en 2011.