La victoria de los talibán y el sanguinario atentado con el que respondió el Estado Islámico - Jorasán (la franquicia más letal del grupo terrorista) en el aeropuerto de Kabul impactaron al mundo porque nos recordó una aterradora realidad que ni el covid ni los volcanes ni ninguna noticia de tendencia puede llegar a ocultar por complejo: el terrorismo de carácter yihadista lejos de desaparecer, se mantiene fuerte y está evolucionando hacia formas más complejas y efectivas. Claro, ya no atacan en Europa con la virulencia de principios de los 2000 o en 2014, 2015 y 2016, pero siguen cometiendo crímenes atroces, maltratando a población y conquistando tanto recursos como territorios (Mozambique es un constante tira y afloja).
Además de Afganistán, hay otra veintena de países que solo en agosto sufrieron al menos un atentado de inspiración yihadista: Siria, Irak, Filipinas, Yemen, Egipto, Pakistán, Argelia, Mali, Somalia, Chad, Burkina Faso… En Oriente Próximo, en el Sahel y en el Sudeste Asiático el terror está lejos de haber sido derrotado. Ni siquiera Francia en África está siendo capaz de frenar el avance yihadista. Es cierto que últimamente los franceses han dado de baja a dirigentes históricos de las diferentes provincias (wilayah) del autoproclamado Califato de Estado Islámico. Descabezar a este tipo de organizaciones, sin embargo, lejos de destruirlas abre la posibilidad a que "evolucionen". Y es que su fuerza no está en el líder autoritario y carismático, sino en la ideología, las raíces que echan en ciertas comunidades y los beneficios a corto plazo que pueden conseguir para sus leales. Así pues, sin los líderes históricos que juraron lealtad a al-Baghdadi, ahora pueden adaptarse a la nueva realidad. Adaptarse a formas que este año han demostrado ser efectivas como la de los talibanes.
La evolución de este tipo de grupos criminales puede verse sobre todo en Siria debido a que controlan territorio estable, y Turquía y Catar mediante, pudiera decirse que tienen su departamento de relaciones exteriores. Hayat Tahrir al-Sham –la antigua filial de al-Qaeda que pasó de tener en su seno a los futuros miembros del Estado Islámico a cosechar apoyos de lobbistas y think tankers de EEUU, Canadá, Israel y Europa–, es un gran ejemplo de la 'talibanización' del yihadismo para, irónicamente, venderse como "más moderados" cara a tener financiación y apoyos desde el extranjero.
Hayat Tahrir al-Sham, que gobierna Idlib mediante organizaciones pantalla (porque aunque algunos activistas perversos quieran presentar al Gobierno de Salvación de Idlib como una organización libre y revolucionaria, la realidad es que el poder judicial está controlado por el mismísimo Mazhar al-Ways, alias 'Abdurrahman al-Shami', el ideólogo de HTS y artífice de una de las doctrinas más extremistas), ahora ha adoptado el discurso de la agenda nacional frente al terrorismo global que ha sido estandarte de la organización hasta hace apenas un par de años. No en vano, recientemente, desde la victoria de los talibanes han publicado varios especiales incluyendo un video-discurso de su sheikh Abu Abd Allah al-Shami explicando por qué los afganos son su modelo a seguir.
Y es que si algo han demostrado los talibanes, es que mientras no supongan una amenaza para las potencias occidentales, la guerra contra el terror solo es palabrería belicosa –bueno, realmente nunca fue más que eso–, y es que al 'terrorista encauzado' ya no le caen bombas, sino billetes. Eso es al menos lo que quieren los grupos terroristas dentro de Siria desesperados por la aprobación de alguna potencia bélica más allá de Turquía. En Afganistán, hasta cierto punto, está funcionando esta nueva estrategia. La Red Haqqani, que ha sido especialmente brutal contra las tropas de EEUU y dio cobijo a responsables del 11S, ahora tiene cargos en el nuevo Gobierno afgano, que ya ven algunos como el mal menor al que apoyar frente a Estado Islámico.
El yihadismo evoluciona hacia una estrategia más pragmática pero igual de fanática, porque este año ha vivido un momento de revitalización moral. Afganistán han demostrado que 20 años de persistencia pueden traducirse en una aplastante victoria, aunque años atrás hubiesen sido derrotados con sus miembros prácticamente desaparecidos. La clave está en no abrir más frentes de los que pueden abarcar y enraizarse en las comunidades y sus dinámicas; algo que aunque desde fuera puede sorprender, no es un reto para estas organizaciones. Tanto los talibanes, como HTS como las filiales de al-Qaeda y Estado Islámico por el mundo, están imponiendo su sharía tremendamente estricta, pero lo hacen evitando la desaprobación de una mayoría que ya vivía bajo ciertas doctrinas más laxas, pero no ajenas.
Afganistán ha sido una importante victoria moral para el terrorismo yihadista internacional. Esa batalla ya está perdida, pero su otro gran frente es Siria; donde los grupos más afines a los talibanes controlan parte del norte amparados por Turquía y una comunidad internacional que ata de pies y manos tanto a Damasco como a sus aliados en Moscú y Teherán. El Sahel está demostrando ser un frente demasiado complicado, donde problemas estructurales, divisiones tribales y la ausencia de gobiernos capaces hacen que combatir a ISIS y al-Qaeda sea una tarea titánica. Sin embargo, en ese momento en el que estos grupos están mutando, todavía hay tiempo para volver a arrebatarles la moral: ni reconocimiento, ni concesiones. y dar luz verde a quienes están dispuestos a combatirlos a cualquier precio. Idlib es el último gran frente, y no es momento de recatos morales.