Hoy no podrá decirse lo de siempre cada vez que hay cita electoral. No ha habido fiesta democrática. En Colombia, ganó el no a la paz en el Plebiscito. Por la mínima pero ganó: 50,22% frente a 49,77%. Una diferencia de unos 60.000 votos.
Las reglas de la democracia liberal no lograron resolver un conflicto político que dura más de seis décadas. Solo un 18% de la población habilitada para votar decidió el destino de esta disputa: 6.430.911 personas votaron no de un total de 34.899.945. La mayoría de la población no fue a votar: el 63% del pueblo colombiano no acudió a las urnas. Algo que no es de extrañar en la reciente historia política del país. En el año 2014, en la cita presidencial pasada, la abstención fue del 60%; en el año 2010, del 56%; en el año 2006, el dato fue muy parecido. En la pasada convocatoria a la Asamblea Constituyente de 1991, la abstención llegó hasta el 78%. Con datos en la mano, la baja participación electoral es una constante en Colombia. A más de la mitad de la población no le interesa ir a votar. En Colombia, la exclusión histórica ha sido de tal magnitud que excluyó a las mayorías de la vida política. Dejaron de creer en las urnas como juego para resolver los problemas.
Y la antítesis paz-guerra tampoco logró atraer la atención electoral del pueblo colombiano. Seguramente fue mucho más seductora esta idea para los focos internacionales que para la vida cotidiana de las mayorías. Como sucede en muchas situaciones, desde afuera se entienden las cosas de una manera muy diferente a como lo vive diariamente la gente. Un nuevo aprendizaje para los análisis aéreos. El pueblo colombiano no creyó que sus dificultades sociales y económicas se resolvieran con una papeleta electoral.
A partir de ahora, aparecerán miles de interpretaciones posibles para entender la victoria relativa del no. Unos dirán que muchos votaron contra Santos más allá del tema de la paz. Otros considerarán que la situación económica que padece el pueblo colombiano está muy por encima del debate plebiscitario de guerra sí, guerra no. No faltará quien afirme que la restauración neoconservadora sigue creciendo en América latina. También habrá lecturas más proclives a pensar que la guerra se instaló tan fuertemente en el sentido común que no hay manera de extirparla por la vía electoral.
Falta aún mucho por desmenuzar para entender bien lo qué sucedió en esta tragedia democrática, pero por ahora, todo nos conduce hacia un laberinto que muchas veces procuramos evitar: cuando el conflicto político no tiene salida por la vía electoral. En ese momento, la democracia liberal tiembla. Es incómodo pero debemos afrontarlo.