¿El fin de la disputa electoral en América Latina?

Alfredo Serrano Mancilla

La disputa en América Latina ya no es principalmente electoral. La restauración conservadora tiene otros mecanismos. Y no necesariamente son las urnas. La vía elegida casi siempre es otra. Cada caso es diferente: todo depende del país objetivo. Utilizan una u otra herramienta en función del escenario y la disponibilidad. Cada contexto condiciona el método de intervención para detener/eliminar al bloque progresista. Si aún tienen control del Poder Judicial, entonces, se busca esa vía para lograr sentencias en contra; si lo que ostentan es el Poder Legislativo, se procura un golpe parlamentario. Y siempre, sea donde fuere, el poder económico y el poder comunicacional actúan en modo conjunto. El primero usando todas sus armas para poner en jaque el equilibrio económico-social alcanzado; y el segundo erosionando la imagen con posverdades o fake news que acaban siendo parte del sentido común destituyente. Y a esta lista de poderes no falta nunca jamás "el poder internacional", que se une para aplicar todos los dispositivos de presión posible para deslegitimar cuando conviene, o legitimar opciones no democráticas afines a sus intereses.

En Brasil, claramente no van a permitir que Lula se presente a las elecciones esgrimiendo una excusa judicial sin sentido. Antes, ya habían sacado a Dilma de la presidencia a pesar del resultado electoral con un ridículo pretexto de "pedaleo fiscal" mediante un golpe parlamentario. Poder Judicial y Legislativo, orquestados con el económico y el comunicacional, todo ello con la complicidad internacional, para "ganar" sin tener que pasar por las urnas. Temer gobierna como demócrata a pesar de no haberse presentado a presidente.

Ecuador, otro escenario y otros métodos. Se usó al sucesor para evitar que la Revolución Ciudadana tuviera continuidad. Gracias a un pacto entre el actual presidente Lenín y todo la vieja partidocracia hubo una consulta sin consultar a la Corte Constitucional con el único objetivo de limitar que Correa pueda presentarse en una nueva cita electoral presidencial. Un nuevo modelo: restaurar desde adentro. La oposición se presentó a las elecciones y perdió. Pero eso no fue obstáculo para ganar la batalla política gracias a que usaron el "rencor contra Correa" de Lenín y cierta dirigencia. La banca y todos los medios se sumaron al nuevo consenso restaurador con la intención de poner fin al ciclo progresista encarnado en la figura de Correa.

Alfredo Serrano Mancilla, Economista y académico español, actual director ejecutivo del CELAG
"El campo de disputa política es cada vez más complejo: los votos son necesarios, pero también lo son el poder económico, comunicacional, Legislativo, Judicial y el internacional. Y lo militar, aunque parezca una cuestión del pasado, jamás debemos de dejar de prestarle atención porque siempre está más presente de lo que imaginamos".

En Argentina, a pesar que hubo una notable arremetida comunicacional y económica, la vía electoral bastó para acabar con el periodo kirchnerista. Había una ventaja: no se presentaba Cristina sino el sucesor, Scioli. Ellos ganaron por la mínima en los votos. Y luego rápidamente vinieron las detenciones judiciales, los procesos abiertos, portadas de prensa. Aún es pronto para saber cómo vendrá la disputa presidencial para el 2019, pero de ser necesario sacar del mapa electoral a Cristina o a cualquier otro candidato potencialmente ganador desde una propuesta progresista, que nadie tenga duda que se intentará por la vía judicial o parlamentaria.

En Venezuela, todo se amplifica. Lo último ha sido lo más evidente: definitivamente la oposición decide no acudir a las elecciones. Demuestra así que no le interesa la vía electoral para intentar obtener el poder político. De hecho, en este país, se ha intentado un golpe de Estado en el formato ortodoxo (año 2002); se ha ensayado un continuado golpe no convencional con una guerra económica sostenida de alta intensidad (vía precios y desabastecimiento); ha habido violencia en la calle ocasionando muchas muertes; se ha procurado un estallido social para derrocar al presidente; ha habido decretos de Estados Unidos con amenazas y bloqueo; ha habido prácticamente de todo (OEA, Parlamento Europeo, Grupo de Lima, Mercosur, Riesgo País, Banca Internacional). Y ahora, finalmente, no aceptan ir a las elecciones. Extraños demócratas que no creen en las reglas democráticas cuando auguran que van a perder. Lo interesante del caso es que en este país, el actual Gobierno tiene absoluta conciencia que el campo de disputa es tanto en lo electoral como en el resto de dimensiones. Y esto le permite ser un "superviviente" en esta nueva fase.

En Bolivia, también sucedió algo similar. El referendo revocatorio fue atravesado por un reality show que hizo daño a la popularidad de Evo. La artillería pesada vendrá de cara a las presidenciales del 2019. Sin embargo, el presidente ha entendido desde hace tiempo, desde los intentos de interrupción democrática en la etapa de la Asamblea Constituyente, que esta disputa es multifactorial. No significa que le será fácil, y todo es posible a partir de ahora. Pero hasta el momento, Evo apunta a ser el otro "superviviente" a esta arremetida restauradora. Ha sabido superar el último gran escollo: encontrar el mecanismo legal que le permitiera presentarse a la reelección. Era consciente que vendrían críticas por ello, pero prefirió esto a poner en peligro la continuidad del proyecto. Sabia decisión para seguir adelante con el aval del pueblo boliviano.

Definitivamente, estamos ante otra fase histórica del siglo XXI en esta "América Latina en disputa". Lo electoral cuenta pero no es el único camino elegido para acabar con el ciclo progresista. Algunos lo supieron desde siempre, y otros ya lo han aprendido después de haberlo sufrido en sus propias carnes. El campo de disputa política es cada vez más complejo: los votos son necesarios, pero también lo son el poder económico, comunicacional, Legislativo, Judicial y el internacional. Y lo militar, aunque parezca una cuestión del pasado, jamás debemos de dejar de prestarle atención porque siempre está más presente de lo que imaginamos.