Una vez más, un nuevo suceso, esta vez la llegada del coronavirus, pone en jaque a toda la economía mundial y muy especialmente a la economía latinoamericana. El impacto de este hecho fatídico será mayor debido a que tenemos una economía mundial débil y en permanente crisis (contracción de la economía real, actividad comercial disminuida, baja productividad, endeudamiento masivo y excesiva volatilidad especulativa).
A este orden económico global, complejo y plagado de desequilibrios, es al que le toca resistir otra prueba de fuego: el coronavirus. Hoy nadie podría predecir con exactitud cuáles serán las consecuencias en la economía mundial, y particularmente en la latinoamericana. Todavía es muy pronto para ello, pero sí podemos ya aportar algunos datos para tener una primera aproximación a esta situación tan difícil.
1. El Instituto de Finanzas Internacionales calcula que el valor de la salida de capital registrada de las economías emergentes en los primeros 45 días de coronavirus en el mundo (mucho antes de que se propagara por la Unión Europea) es de 30.000 millones de dólares. Este valor es récord a nivel global, superando incluso lo sucedido después del crash financiero 2007-2008. Esto significa que cuando existan datos actualizados, con toda seguridad habrá una salida de capital sin precedentes de las economías emergentes que afectará -y mucho- a la economía latinoamericana.
2. En el lado opuesto se encuentran los que se benefician de dicha fuga. ¡Sorpresa! El principal refugio es el bono estadounidense. Así se reordenan los flujos financieros a favor del país hegemón.
3. Siempre que existe un shock externo, sea cual fuere, se busca una respuesta monetaria expansiva, contracíclica. Incluso la ortodoxia neoclásica cede en esos casos. La Reserva Federal de Estados Unidos puso a disposición del sistema financiero 1,5 billones de dólares; el Banco Central Europeo anunció que inyectará a la economía 120.000 millones de euros; el FMI también está dispuesto a movilizar un billón de dólares. Sin embargo, una vez que se hace una fuerte emisión, luego nos olvidamos de identificar la ruta de ese dinero. ¿Llegará a la economía real o se optará por destinarlo al mundo financiarizado?
4. La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo prevé una pérdida de ingresos globales de 2 billones de dólares como consecuencia de esta crisis. Sólo en febrero, por el efecto de la crisis en China, las pérdidas en producción manufacturera fueron de 50.000 millones de dólares. Definitivamente, estamos también ante una próxima crisis de oferta que aún no dimensionamos: se están paralizando muchas cadenas globales de producción y también de suministros.
Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres. Con el coronavirus todo es más incierto, si cabe. La economía no se entiende sin expectativas. Y cuanto más enferma está, peor es su capacidad para gestionar factores de alto riesgo. Hasta el momento se ha precipitado un deterioro de todos los indicadores que dependen, justamente, de las expectativas: precio de petróleo, índices bursátiles, tipos de cambio, riesgo país, etc. La diezmada economía global sigue en caída.
Veremos qué pasa después de este gran tsunami. Luego de cada gran crisis, siempre se reacomoda el orden económico global. Después de 2008, la economía global aprendió poco y siguió denostando a la economía real. A partir de ahora, lo interesante es saber si el consenso surgido en la contingencia perdurará en el tiempo: más y mejor sanidad pública, más Estado, más política fiscal expansiva cuando acechan las dificultades, más economía real y, sobre todo, dar mucha más importancia a los asuntos verdaderamente imprescindibles para la vida humana. ¿Tiene sentido que el capitalismo global haya producido más de 1.500 millones de smartphones en un año y tan pocos respiradores asistidos en caso de una pandemia? No. ¿Tiene sentido que estemos tan poco preparados económicamente para una pandemia que, hasta el momento, ha sido letal para el 0,000092% de la población mundial (y que ha infectado al 0,00235%)? Tampoco.
Esperemos que, al menos, el coronavirus nos sirva para algo. Y ojalá aparezca una suerte de nuevo New Deal, nuevo contrato social y económico, en el que la salud y otros derechos básicos estén en el centro de la economía, y que la economía financiera esté al servicio de la economía real, y no sea al revés.