Un temblor financiero provocó que el club de Davos se hundiera en el pesimismo. Los más de 2.000 empresarios y líderes políticos que se reunieron en Suiza (entre el 20 y 23 enero) ya no saben cómo convencer a la población mundial de que la economía está bajo control. A tan solo unos días de llevarse a cabo la XLVI edición del Foro Económico Mundial, los inversionistas entraron en pánico: a lo largo de las primeras tres semanas de enero las diferentes bolsas de valores sumaron pérdidas por 7,8 billones de dólares, de acuerdo con las estimaciones de Bank of America Merrill Lynch.
Para el banco de inversión de origen estadounidense este mes de enero será recordado como el momento más dramático para las finanzas desde la Gran Depresión de 1929. Los circuitos financieros internacionales son cada vez más vulnerables. Y el desplome de la confianza empresarial parece irreversible. La consultora PricewaterhouseCoopers (PwC) publicó recientemente los resultados de una encuesta que recoge la opinión de 1.409 presidentes ejecutivos de empresas (CEO, 'Chief Executive Officers') de 83 países sobre el panorama económico: el 66% de los entrevistados considera que sus organizaciones corporativas enfrentan mayores amenazas hoy que hace tres años y, únicamente, el 27% piensa que el crecimiento global mejorará.
La incertidumbre es tal que durante la cumbre de Davos no hubo consenso entre los gigantes empresariales sobre dónde estallará la próxima crisis. Con todo, la prensa occidental no se cansa de señalar a la desaceleración de China como la causa principal de las turbulencias de la economía mundial. De hecho, el especulador George Soros (quien tumbó a la libra esterlina en la década de 1990) sostuvo en Davos que un aterrizaje violento de la economía china es "inevitable"; sin lugar a dudas fue una afirmación exagerada. A mi juicio hay una campaña de propaganda dirigida contra Pekín que pretende ocultar las graves contradicciones económicas y sociales que persisten en los países industrializados (Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, Japón, etc.).
A pesar del triunfalismo de la presidenta del Sistema de la Reserva Federal (FED), Janet Yellen, en las últimas semanas la economía de Estados Unidos ha vuelto a mostrar signos de debilidad. El sector manufacturero acumuló en diciembre pasado dos meses de contracción: el nivel más bajo de los últimos seis años. Asimismo, el derrumbe de los precios de las materias primas ('commodities') ha apuntalado la apreciación del dólar y, con ello, vuelve más complicado para el Gobierno norteamericano enterrar el peligro de la deflación (caída de precios). El horizonte ahora es más sombrío luego de que la cotización de referencia internacional del petróleo cayó por debajo de los 30 dólares por barril. Todavía peor, el Fondo Monetario Internacional (FMI) disminuyó de nueva cuenta sus perspectivas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial para este año, del 3,6 a 3,4%.
La verdad es que las políticas de crédito barato impulsadas por los bancos centrales de los países industrializados tras la quiebra de Lehman Brothers provocaron enormes distorsiones en los mercados de crédito y ahora todo el mundo está pagando la factura. Según los cálculos del fondo de inversiones Elliot Management (dirigido por Paul Singer), los bancos centrales de las grandes potencias han inyectado a la economía global un aproximado de 15 billones de dólares desde la crisis de 2008 mediante la compra de bonos de deuda soberana y activos hipotecarios. Lamentablemente esta estrategia no sentó las bases de una recuperación estable, sino por el contario, incrementó la fragilidad financiera.
La Zona Euro todavía no consigue salir de las bajas tasas de crecimiento económico. La crisis ya no golpea únicamente a países como España y Grecia; el mismo núcleo de Europa se ha visto envuelto en severas dificultades: la deflación ya amenaza de cerca a Alemania, luego de darse a conocer que los precios al consumidor avanzaron apenas 0.3% en promedio durante 2015, la cifra más débil desde la recesión de 2009, cuando el PIB germano se contrajo 5%; y el presidente de Francia, François Hollande, recién anunció "estado de emergencia económica" ante el elevado desempleo y la debilidad de la inversión.
Esto tiene muy preocupado al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, quien se ha visto obligado a considerar la ampliación de las medidas de estímulo para el próximo mes de marzo. Y lo mismo sucede en los casos del Banco de Inglaterra y el Banco de Japón: a pesar de haber colocado en un nivel mínimo la tasa de interés referencia y lanzado agresivos programas de inyección de liquidez, todavía no consiguen sacar a sus respectivas economías del atolladero ni incrementar de modo sustantivo la inflación, que se mantiene muy alejada del objetivo oficial del 2%.
Con todo, la aplastante dominación del dólar en el mercado global de capitales le atribuye a Estados Unidos un papel decisivo en la determinación de la política monetaria de los demás países. No cabe duda de que la FED se equivocó al elevar la tasa de interés de los fondos federales ('federal funds rate') en diciembre pasado. Simplemente no había elementos suficientes que permitieran llegar a la conclusión de que la recuperación de la economía de Estados Unidos era sólida y sostenida. Ahora que la situación ha empeorado es casi seguro que en sus próximas reuniones el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) de la FED no solamente no aumentará el costo del crédito, sino que incluso es probable que reduzca la tasa de interés de referencia.
No obstante, el gran problema es que nadie sabe a ciencia cierta cómo van a reaccionar los mercados financieros ante el más ligero movimiento de la FED ¿Las caídas sucesivas de Wall Street detonarán una recesión en escala mundial? ¿Será finalmente herida de muerte la hegemonía del dólar ante la venta masiva de bonos del Tesoro de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto resistirán China y los países emergentes? La crisis que viene es un enigma para todos…