A punto de cumplirse ocho años de la quiebra de Lehman Brothers, los bancos centrales del Grupo de los 7 (G-7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) todavía no consiguen que sus economías registren tasas de crecimiento superiores al 3 por ciento.
En un primer momento, la política monetaria sirvió como una poderosa herramienta para evitar una depresión en escala mundial, no obstante, hoy prácticamente está agotada: los bancos centrales de los países industrializados no tienen ninguna posibilidad de revertir por sí solos el ciclo a la baja de la economía global.
La economía estadounidense refleja cómo la política monetaria 'no convencional' fracasó rotundamente en su intento por resolver las secuelas más profundas de la crisis de 2008. Según el Departamento del Trabajo de Estados Unidos, la tasa de desempleo se ubica muy cerca de 5 por ciento desde agosto de 2015.
No obstante, a la vez que buena parte de la gente ha dejado de buscar trabajo ante la falta de oportunidades, muchas de las personas que sí tienen un empleo en estos momentos estarían dispuestas a trabajar más tiempo para mejorar su nivel de ingreso.
Así las cosas, la tasa U-6 ('subempleo'), que toma en cuenta tanto a los desempleados como a los que trabajan a tiempo parcial por razones económicas sigue estancada en 9,7 por ciento, es decir, representa casi el doble de la tasa de desempleo oficial (4,9 por ciento).
Cabe destacar, adicionalmente, que la generación de empleo en Estados Unidos no ha logrado convertirse hasta el momento en un incentivo para que los empresarios incrementen las remuneraciones salariales de modo significativo. Por esa razón la tasa de inflación interanual sigue por debajo del 2 por ciento, que es el objetivo de la Reserva Federal (FED).
La caída de los precios del petróleo, por su parte, si bien sí ha tenido un impacto positivo en los bolsillos de las familias estadounidenses, ya que ha favorecido la disminución de los precios de los combustibles, también es cierto que el desplome de los precios de los hidrocarburos no deja de fortalecer las tendencias deflacionarias (caída de precios) que, dicho sea de paso, también se han visto apuntaladas por efecto de la apreciación del dólar.
Es así como la esperanza que el G-7 tenía puesta en la locomotora estadounidense para dejar atrás el bajo crecimiento se está diluyendo. El discurso que la presidenta de la FED, Janet Yellen, pronunció a finales de agosto en Jackson Hole, donde año tras año las autoridades monetarias mundiales se reúnen para intercambiar sus puntos de vista sobre los desafíos que enfrenta la economía global, lejos de despejar la incertidumbre, incrementó la desconfianza entre los bancos centrales.
Fiel a su estilo, Yellen puso de manifiesto su optimismo exacerbado, volvió a presumir que el sombrío panorama económico internacional no le ha impedido a Estados Unidos dirigirse hacia el 'pleno empleo'. Pero, paradójicamente, Yellen se resistió a lanzar cualquier expresión que permitiera anticipar una nueva subida de la tasa de interés de los fondos federales (Federal Funds Rate) en la próxima reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés), a realizarse a finales de septiembre. La presidenta de la FED quiso dejar claro que, aunque el proceso de recuperación de la economía norteamericana sigue tomando fuerza, aún no es concluyente.
Por ello, si bien el escenario de elevar la tasa de interés de referencia parece cada vez más cercano, todo parece indicar que, si la economía evolucionadesfavorablemente, será hasta la reunión de diciembre cuando quizás se ejecute el segundo aumento del costo del crédito, esto es, un año después de haberse llevado a cabo el primero.
Es que para el Gobierno de Barack Obama sería desastroso enfrentar un nuevo temblor financiero justo antes de concluir su mandato, a tan solo unos meses de realizarse la elección presidencial, situación que sería aprovechada por el candidato del Partido Republicano, Donald Trump.
De cualquier manera, lo cierto es que la FED ha perdido toda credibilidad, tanto entre los bancos centrales del G-7 como en el plano interno. Luego de que el mercado de trabajo sufriera un descalabro en mayo pasado, las cifras del mes de agosto distan mucho de ser promisorias: la nómina no agrícola añadió únicamente 151.000 empleos, en tanto que los inversionistas del mercado bursátil esperaban un incremento superior a las 180.000 plazas.
En definitiva, los multimillonarios son quienes han resultado más beneficiados por la presunta recuperación de la economía estadounidense, son ellos quienes a través de la especulación en la bolsa de valores, han ganado enormes sumas de dinero gracias a las políticas de crédito barato de la FED. Mientras tanto, el ingreso continúa concentrándose en el 1 por ciento de la población, con lo cual, crece el descontento social.
Según un sondeo realizado por Gallup en abril, solo el 28 por ciento de los estadounidenses tenía mucha confianza en las políticas que ha puesto en marcha la FED, mientras que el 35 por ciento tenía poca o ninguna. En contraste, en los tiempos en los que Alan Greenspan estuvo a cargo, la confianza en la FED estaba por encima de los 70 puntos porcentuales.
Los bancos centrales del G-7 perdieron la brújula. Janet Yellen, en lugar de presentar respuestas fiables a los graves problemas de la economía mundial, cae en el descrédito una y otra vez. En los años recientes, los bancos centrales de los países industrializados provocaron que la economía mundial se volviera adicta a la acumulación de deuda y a las operaciones de alto riesgo en los mercado bursátiles, por eso el estallido de una nueva crisis de dimensiones colosales es inevitable, solamente es cuestión de tiempo. El gran peligro es que esta vez los responsables de la política monetaria ya no tienen artillería para combatirla…