Contra viento y marea, los venezolanos salieron a votar el pasado domingo 30 de julio para elegir a sus representantes de la Asamblea Nacional Constituyente. Se contabilizaron más de 8 millones de votos, un número que representa una participación de aproximadamente 40% del padrón electoral. La derecha opositora encabezada por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), además de anunciar que no iba a participar, semanas antes llamó a boicotear la elección y, adicionalmente, lanzó la advertencia de que bajo ninguna condición iba a reconocer los resultados de la votación. Ya en plena jornada electoral, los opositores locales se manifestaron violentamente, de la misma forma como lo han venido haciendo a lo largo de los últimos cuatro meses.
Pero la oposición local no es el único frente de batalla para el chavismo. La campaña de linchamiento internacional liderada por el Gobierno de Estados Unidos comenzó a crecer de forma exponencial a unos días de realizarse la elección de la Asamblea Nacional Constituyente. Es que después de anunciar una serie de sanciones en contra de 13 funcionarios de alto rango del Gobierno venezolano, militares y ejecutivos de la petrolera estatal PDVSA, Trump se lanzó en contra del propio presidente Nicolás Maduro, bloqueando todos los activos del mandatario que se encuentren bajo jurisdicción estadounidense, y prohibiendo a los ciudadanos estadounidenses contraer cualquier acuerdo con él. Mientras tanto, varios países latinoamericanos han tomado la decisión de respaldar las acciones del magnate de Nueva York, entre ellos, Colombia, Panamá, Perú y México.
RT reproduce en exclusiva la entrevista que Ariel Noyola Rodríguez realizó a Aram Aharonian, comunicador uruguayo, fundador de TeleSUR, y especialista en temas de integración regional latinoamericana. En opinión de Aharonian, después de realizarse la elección para integrar la Asamblea Nacional Constituyente, para el Gobierno venezolano ha llegado el momento de pasar a las grandes definiciones, no existe otra alternativa para el chavismo que hacer un balance crítico para evitar los errores que se cometieron en el pasado y redoblar la apuesta emancipadora. Es el futuro de todo un país el que está en juego.
Ariel Noyola Rodríguez (ANR): La mayoría de los medios de comunicación ha hecho eco de las declaraciones de los altos funcionarios del Gobierno de Estados Unidos que, de una u otra manera, muestran a Venezuela ante la opinión pública como un país sumergido en el caos. Si bien es cierto que existe descontento social hacia el Gobierno de Nicolás Maduro, fundamentalmente por la debacle económica, muchos piensan que esto ha sido usado por los medios de información para crear un consenso a favor de un cambio de régimen. Una vez realizadas las elecciones para conformar la Asamblea Nacional Constituyente, ¿Cuál es tu valoración de este proceso? ¿Cuál es el mensaje que el pueblo venezolano manda al mundo?
Aram Aharonian (AA): Hay algunos elementos que hay que poner sobre la mesa para analizar la situación. Primero, que el mismo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se puso al frente de la operación, habida cuenta que no podía contar con una oposición sin cabeza (en el más amplio sentido de la palabra), que dilapidó su financiamiento por lustros sumando frustración tras frustración, ni con su Ministerio de las Colonias, la Organización de Estados Americanos (OEA), sin siquiera un consenso para suscribir una declaración, mucho menos para una intervención.
El pasado 13 de julio, en la sede de la misión estadounidense de la OEA en Washington, el ex representante permanente de Estados Unidos ante ese organismo, Michael Fitzpatrick, y el director para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional, Juan Cruz, instruyeron y chantajearon a diplomáticos de América Latina y el Caribe, Europa y Asia para que iniciaran una fuerte campaña mediática en contra de la Asamblea Nacional Constituyente y anunciaran sanciones contra Venezuela, similares a las aplicadas por Estados Unidos.
El presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, tuiteó el 16 de julio que “suspender la Constituyente (…) es el único camino para lograr la paz en Venezuela”; el colombiano Juan Manuel Santos, pidió el 17 de julio “desmontar la Constituyente”, justo el mismo día que Trump dijo que “Estados Unidos tomará fuertes y rápidas medidas económicas”. Brasil, Argentina, Costa Rica, Puerto Rico, Perú y México, se han sumado a la línea dictada por Estados Unidos, al igual que la alta representante de la Unión Europea para la política exterior, Federica Mogherini.
Esto no significa que no continúen en su intento de condenar, demonizar, aislar a la Venezuela bolivariana, la locomotora del renacimiento del ideal de integración regional. Es difícil que los líderes de la oposición varíen su rumbo, a pesar de su falta de credibilidad y sus fracasos en cadena: la violencia no da réditos, solamente muertos (más de 110) y heridos (unos 1,500) en menos de cuatro meses.
En segundo lugar, quizá no sea correcto calificar a todos los actos de violencia de calle como terrorismo. Pero impedir por la fuerza y bajo amenaza que la gente salga de su casa sí tiene las características propias del terrorismo: es una acción contra la población civil, que se basa en la violencia y genera miedo o terror. Ocultar las horrendas muertes –por fuego– de gente del pueblo, producidas por los provocadores, no son errores, ni casualidades, son políticas pensadas en laboratorios inhumanos, destinadas a sembrar el terror y convencer a la opinión pública. Algo semejante ya se vino practicando con el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y la guerra que se libra en Siria. Lo que la prensa occidental cataloga como terrorismo inhumano en otras latitudes, es una oda a la democracia en Venezuela.
En tercer lugar, hay que señalar que vivimos en una guerra de cuarta generación, donde lo importante no es tanto la realidad real sino la virtual, el imaginario colectivo impuesto por los medios masivos de comunicación controlado por cada vez menos corporaciones trasnacionales. El problema aquí es que esta post-verdad (esta mentira) la compró el Gobierno de Estados Unidos y la asumieron 14 Gobiernos latinoamericanos junto con la Unión Europea. La matriz mediática legitima toda la violencia desplegada por la oposición, la presenta como justa, épica y necesaria.
Quizá no sea correcto calificar a todos los actos de violencia de calle como terrorismo. Pero impedir por la fuerza y bajo amenaza que la gente salga de su casa sí tiene las características propias del terrorismo
La respuesta de los venezolanos es la masiva concurrencia, que demuestra el nivel de conciencia alcanzado por el pueblo desde 1999. La gente salió a derrotar la violencia, el terror, asumió su épica de manera personal y comunitariamente (cruzando arroyos y ríos, calles bloqueadas, evadiendo paramilitares y malandrines), haciendo lo imposible para cumplir con su deber cívico, político, ético y moral; superando las amenazas (y las balas, las bombas, los morteros) de adentro y de afuera. Haciendo recordar aquel 13 de abril de 2002 cuando ese mismo “pueblo bravío” salió a las calles, Constitución en mano, a demandar el retorno de su presidente constitucional Hugo Chávez, derrocado brevemente por un golpe cívico-militar respaldado por Estados Unidos y las derechas de España y Colombia, entre otros.
ANR: Según el presidente Nicolás Maduro el objetivo central de la Asamblea Nacional Constituyente es la redacción de una nueva Constitución. Es decir, a través de una nueva Carta Magna, se busca refundar al Estado venezolano, relanzar el proyecto histórico encabezado por el comandante Chávez, ¿Qué expectativas tienes sobre la nueva Constitución venezolana? ¿Es suficiente con modificar las leyes para resolver los problemas estructurales de raíz?
AA: En Venezuela confluyen problemas estructurales y coyunturales. No cabe duda que el apoyo recibido por el Gobierno de Nicolás Maduro supone un necesario golpe de timón, que incluya las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales para el fortalecimiento de un Estado socialista, basado en las comunidades, en los intereses populares. Que solucione, ante todo, el abastecimiento de alimentos y de medicinas.
En los últimos meses se registró un aumento sustancial de la distribución de alimentos y la práctica eliminación de las colas de horas para abastecerse; que se sumó a los periódicos reajustes de los sueldos y las pensiones. Porque para Chávez la deuda social era innegociable, era una cuestión económica absolutamente prioritaria.
Sería irreal pensar que un acto electoral dará por terminado el conflicto político, pero hay una pieza nueva en el tablero de ajedrez: la existencia de una Asamblea Nacional Constituyente que bien puede profundizar el conflicto, o ayudar a superarlo con un llamado a un proceso de negociaciones, quizá con acompañamiento internacional. Las bases del acuerdo al que se arribe pudieran incluso constitucionalizarse de mutuo acuerdo y someterse a una consulta consensual antes de la elección presidencial.
También sería irreal creer que un nuevo texto solucionará todos los problemas, acumulados durante décadas al no poder superar la dependencia del rentismo del monocultivo petrolero, si no se nacionaliza la banca y controla el tipo de cambio, si no se industrializa el país, si no se garantiza la soberanía alimentaria, si no se realiza una auditoría de la deuda externa… también habrá que lidiar con los que desde adentro buscan destruir el legado de Hugo Chávez –lo que el expresidente definía como ineficiencia, ineficacia y corrupción– y con los apátridas dispuestos a entregar Venezuela –y sus recursos naturales– a los intereses de Estados Unidos y las corporaciones trasnacionales.
ANR: Hay quien piensa que si el Gobierno de Donald Trump impone más sanciones económicas en contra de Venezuela la economía estadounidense corre el riesgo de sufrir graves daños. Por un lado, muchas empresas norteamericanas dependen de las importaciones de crudo venezolano. Y por otro lado, si Venezuela llega a incumplir con el pago de sus deudas, los bancos estadounidenses se verían también en serios problemas ante la falta de reembolso. En este sentido, ¿Es posible que las sanciones económicas contra la economía de Venezuela impuestas por Trump pudieran terminar afectando más a Estados Unidos? ¿Crees que Trump dé marcha atrás o, por el contrario, impondrá más sanciones?
AA: Soy periodista sin pretensiones de futurólogo, pero sí creo que en ese tono prepotente que tanto le caracteriza, Donald Trump –quizá creyó (o le hicieron creer los congresistas Marco Rubio y Bob Menéndez, los operadores de la oposición) que los venezolanos iban a salir a la calle a pedir la intervención de tropas gringas– no tuvo ocasión para evaluar bien las circunstancias.
Quizá caer en default (la incapacidad de pago frente a la deuda externa o la deuda interna con acreedores internacionales que operan en Venezuela), tan publicitado por muchos “analistas” estadounidenses, puede complicar aún más el panorama para la banca trasnacional que al mismo Gobierno de Maduro.
Las sanciones al crudo venezolano tendrían su mayor impacto sobre los tenedores de bonos. La posibilidad de la suspensión de las importaciones de petróleo venezolano, principal fuente de divisas del país, puede preocupar: sin ellas Venezuela no podría importar todos los bienes de consumo básico que necesita, de los cuales produce apenas una tercera parte, ni pagar sus elevados compromisos financieros internacionales. Una sanción de peso sería impedirle participar de nuevos contratos con el Gobierno federal a través de su subsidiaria, CITGO.
La presión internacional contra el Gobierno de Venezuela no sale del área de influencia de Washington y todo parece indicar que no podrá prosperar sin negociar antes con Rusia y China.
En las últimas semanas varias refinadoras que procesan crudo venezolano han hecho cabildeo con la administración Trump para evitar que eso ocurra. La medida podría provocar que los efectos más perjudiciales los padezcan los estadounidenses, a través de incrementos en el costo del combustible y la energía en general para consumo doméstico. No obstante, por más que se reduzca su margen de acción, no hay ninguna garantía de que sea suficiente para obligar al bolivarianismo a una salida negociada.
Los dirigentes opositores señalan que un embargo petrolero estadounidense (a todos los venezolanos) sería una pésima idea, que rompería el bloque de más de los 14 países latinoamericanos que hoy los apoyan. Incluso hay quienes señalan que el triunfo del Gobierno el 30 de julio se debió en parte a la injerencia directa de Trump. La medida puede ejecutarla sin la aprobación del Congreso, amparado por la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA, por sus siglas en inglés), bajo el argumento de que existe una amenaza externa para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Las reservas internacionales venezolanas están en el nivel más bajo de los últimos 15 años: menos de 10,000 millones de dólares. Y por sus dificultades de flujo de caja, Caracas ya tiene una moratoria sobre el pago de las deudas que tiene con China. Mientras, el Gobierno venezolano ha continuado pagando a los tenedores de bonos de Wall Street, recortando gastos en importaciones.
ANR:Finalmente, me gustaría tratar contigo el tema de los aliados y los adversarios del Gobierno venezolano en el plano internacional. En esta ofensiva encabezada por Estados Unidos contra Venezuela, ¿Qué papel desempeñan países como Rusia y China, hasta qué punto sirven de contrapeso para neutralizar la embestida estadounidense? Por otro lado, todo parece indicar que países como Colombia y México, e inclusive Panamá Perú, están colaborando muy de cerca con el Gobierno de Trump para forzar un cambio de régimen en Venezuela ¿Qué tan importante es Venezuela en el tablero latinoamericano? Ante una eventual caída del chavismo, ¿Sería el final de proyectos de integración regional como el Mercosur o Petrocaribe tal como los conocemos?
AA: La presión internacional contra el Gobierno de Venezuela no sale del área de influencia de Washington y todo parece indicar que no podrá prosperar sin negociar antes con Rusia y China, poderosos aliados económicos y políticos desde hace más de tres lustros del país sudamericano con las mayores reservas de petróleo. Venezuela es el principal destino de inversiones de China en América Latina y el segundo socio comercial de Rusia en la región.
Hasta ahora no ha sido posible un acuerdo –impulsado por Estados Unidos– en las principales instituciones multilaterales sobre Venezuela. China y Rusia han bloqueado cualquier acción intervencionista en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Uruguay bloqueó un comunicado más fuerte, y la expulsión de Venezuela del Mercado Común del Sur (Mercosur, integrado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela), y los países caribeños han hecho imposible un acuerdo en el seno de la OEA, organismo del cual Venezuela ya comenzó su proceso de salida. Para aquellos que se mueven en el cabildeo anti-venezolano, principalmente en Washington, es hora de dar señales contundentes de que “el mundo” (léase únicamente ellos) quiere evitar una guerra civil y una crisis migratoria.
Desde 1999 Venezuela ha sido la locomotora de la integración latinoamericana y caribeña, y también la bandera del combate contra los tratados de libre comercio. Por eso la despiadada ofensiva de los nuevos regímenes neoliberales para separarla de cualquier organización regional. Simultáneamente están vaciando y volviendo invisibles a las instituciones que tanto costaron articular, como el Mercosur, la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El argentino Mauricio Macri, el brasileño Michel Temer y el paraguayo Horacio Cartes están haciendo del Mercosur un club de amigos de la derecha sudamericana, eso sí con poderosos patrocinadores extrarregionales. Están unidos por su adscripción sin atenuantes al neoliberalismo, sus vínculos con resonantes casos de corrupción, la permeabilidad a las indicaciones de Estados Unidos y su visión compartida de un Mercosur abierto al libre comercio.
En la Cumbre de Mendoza aceleraron la firma de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea para diciembre y acordaron avanzar en la convergencia con la Alianza del Pacífico (portadores de las banderas del libre comercio), tras firmar una Declaración sobre el Proyecto Corredor Ferroviario Bioceánico, que unirá el puerto de Santos, Brasil (en el océano Atlántico) con el puerto de Ilo, Perú, (en el Pacífico) pasando por Bolivia. Estos acuerdos de convergencia pueden significar una gravísima amenaza para la producción y el trabajo de millones de sudamericanos de los países del Mercosur.
Por otra parte, los planes de las corporaciones petroleras de Estados Unidos con relación al Caribe pasan por su principal plataforma energética y geopolítica, Petrocaribe, y por su sostén, creador e impulsor, Venezuela. Buscan generar un clima de inseguridad y zozobra con el objetivo de desestimular las bases de apoyo de los acuerdos de cooperación y tratando de conducir a sus países miembros (sobre la base del temor) a que firmen contratos desventajosos y financieramente dañinos con las trasnacionales estadounidenses.
Contrario a la inestabilidad y alto endeudamiento que significa la alternativa estadounidense del gas natural para la región, Petrocaribe (aún con todas las complicaciones que ha tenido la empresa estatal PDVSA producto de la abrupta caída de los precios del petróleo), sigue mostrando resultados positivos: cubre 32% de petróleo del Caribe, y ha incidido positivamente en el 25% del Producto Interno Bruto (PIB) de cada uno de sus países; las refinerías y empresas mixtas dirigidas por la empresa PDV Caribe facilitan el acceso a los hidrocarburos, y las modalidades solidarias de pago evitan que el endeudamiento se transforme en un yugo que limite sus posibilidades de crecimiento económico. Por esa razón quieren terminar con Petrocaribe.
ANR:No cabe duda que Venezuela vive momentos de grandes definiciones, habrá que estar muy atentos a lo que sucede durante las próximas semanas, el panorama puede cambiar drásticamente de un momento a otro. Aram, agradezco mucho que hayas compartido tus reflexiones sobre lo sucede en un país de enorme relevancia para el continente latinoamericano.