La figura de un joven maduro, pleno de energía y lleno de voz al inicio de 2008, contrasta ahora con la imagen muchas veces cansada de un canoso mandatario que, simbólicamente, se despide con una oposición inmensa, entregando el poder al Partido Republicano y con ciudades militarizadas, como Atenas y Berlín, para impedir manifestaciones en su contra.
La campaña presidencial donde Obama tomó partido directo por una aspirante, usando el aparato estatal y su fuerza para apoyarla sin la neutralidad obligatoria (incluso gastando unilateralmente el dinero público de los contribuyentes), no solo le significó un rechazo contundente al perder su candidata, sino que develó al régimen estadounidense bajo su mandato.
Es imposible olvidar su primer discurso como presidente de Estados Unidos, donde hizo gala de ser el primer hombre negro en alcanzar dicha magistratura. Además de obtener el apoyo afroamericano, se hizo partícipe de las aspiraciones femeninas y de todo el pueblo que deseaba la paz en el mundo tan fuertemente conculcada por gobiernos anteriores, donde las promesas de iniciar las mejores relaciones con Cuba suspendiendo el bloqueo inmisericorde, cerrar Guantánamo, evitar confrontaciones e intervenciones y mejorar la economía de las clases trabajadoras y el país, entre otras, llenaron de esperanza al planeta. Paradójicamente, generar la paz en el mundo fue su consigna final.
En ocho años, prácticamente logró lo que ningún mandatario pudo
Pese a tener el control de las Cámaras, no hizo efectivo su compromiso y, en efecto, fue una máscara que ocultó proyectos peligrosos a partir de una sumisión completa a la 'corporatocracia', que le ordenó seguir sus dictados. Este adalid del discurso progresista finalizó su mandato casi provocando la Tercera (y última) Guerra Mundial.
En ocho años, prácticamente logró lo que ningún mandatario pudo: incrementar la deuda pública del país a cerca de un 70 %, obteniendo Estados Unidos el primer lugar planetario en este rubro tan negativo, combinado con un desempleo superior al 20 % y un nivel de pobreza que alcanzó a cerca de 50 millones de personas. De igual modo, a pesar de su discurso sobre la defensa de las negritudes, su raza, en 2016 se produjeron más de 120 asesinatos solo por parte de la Policía, muchos de ellos sin condena.
En el campo internacional quedó claro lo denunciado: desestabilizó, empobreció y destruyo el equilibrio en Medio Oriente y otras regiones; el régimen estadounidense apoyó el terrorismo internacional, creó el Estado Islámico, Al Qaeda y su filial, el Frente Al Nusra; vendió armas a Arabia Saudita para exterminar a los yemeníes y alentó golpes de Estado; elaboró conflictos con Rusia y China incentivando la carrera nuclear y, pese a su oposición, debió aceptar el plan de paz con Irán, aunque aplicó fuertes sanciones contra ese país durante su periodo.
Coherente con su legado, Hillary Clinton hubiera continuado dicha política y hubiese ahondado la estrategia máxima sustentada por Obama: a quien se opusiera habría que haberle torcido la mano, derrocarlo e incluso 'neutralizarlo'; es decir, eliminarlo de la faz de la Tierra, como fue el ajusticiamiento de Gaddafi. Se espera que no realice ningún acto decisivo en pro de la confrontación.
Para las élites, el triunfo de Donald Trump es un golpe demoledor. Por ello, continuarán desgastando su próximo Gobierno con el fin de que no consolide su cometido. Si solamente lograra detener la Tercera Guerra Mundial en curso, objetivo al que se oponen las clases dominantes del mundo aliadas en el complejo militar-industrial-comunicacional, sería fundamental y pagaría parte de su mandato.
Finalmente, pese a que Obama obtendrá el reconocimiento a su lealtad al proyecto del complejo transnacional expresada por políticos neoliberales en un proyecto mediático enorme, la realidad contradice su rol al servicio de la humanidad. Posiblemente, ahora su papel será el de conferencista, académico, invitado televisivo, filántropo, gerente de una multinacional o ligado a la OTAN o a otros complejos de seguridad privada. Sin embargo, la vida política puede ser imprevisible y no es descartable que, en un próximo periodo, vuelva renovado. Sería algo similar a lo que sucede en Chile, donde los expresidentes Lagos y Piñera intentan jugar sus cartas nuevamente, en la medida en que no existan figuras competitivas.
En términos de geopoder, su influencia no será decisiva ya, debido a su escasa competencia en inteligencia militar y política, aunque recibirá un pago por torcer el brazo al pensamiento soberano.
Finalmente, cabe afirmar que Barack Obama dejó al mundo varios legados, como la habitual política retórica de falsedad y fantasía evidente sin presentar pruebas, y deja un mundo donde la guerra nuclear está latente, especialmente cuando el secretario de Defensa de EE.UU., Ashton Carter, reveló que las mayores amenazas para Washington son el Estado Islámico (Daesh), Irán, Corea del Norte, Rusia y China, obviando la grave crisis de su propio país. Como dato paradójico, Obama concluirá su Administración alcanzando casi lo propuesto por Trump: superar los tres millones de deportados, ya que actualmente alcanza 2.571.860 personas, según cifras del Departamento de Inmigración hasta julio de 2016, pese a que puede incrementarse hasta el 20 de enero de 2017, cuando suceda el cambio de Gobierno, ostentando el récord nacional en deportaciones.
Independientemente de lo que haga Donald Trump y pese a determinados logros que se deben reconocer al próximo exmandatario, el país queda en una situación muy difícil, por lo que es muy posible que empeorar más no sea tan factible. Así, la esperanza es que el nuevo inquilino de la Casa Blanca sea juicioso y razonable, dedique sus esfuerzos a crear una nación estable y respetuosa con las soberanías y que sus declaraciones xenófobas, racistas y antilibertarias sean simplemente recetas de campaña. Es lo que desea la gente honesta y consciente del mundo.