Coincidiendo con el 152 aniversario de La Comuna de París, ardían las calles de toda Francia debido a la aprobación por decreto del gobierno de Emmanuel Macron
de la reforma de las pensiones.
La apuesta de Macron –que, recordemos, sólo sigue la agenda de Bruselas– no sólo se percibe como un atentado a los derechos de la clase trabajadora, sino también como una afrenta nacional. Por un lado, en relación con el desarrollo de su propia soberanía; y por otro, en lo tocante a la autopercepción de la idea sobre la República Francesa que tiene gran parte de su población.
La cuna de la revolución que acabó con el antiguo régimen, que desarrolló por primera vez los derechos del hombre y también de la mujer, que luchó en sus calles por grandes conquistas sociales, convive con el lastre, también histórico, de la deriva neoliberal, de una Unión Europea que no representa a los pueblos, de un ejército que no es soberano y de un colonialismo trasnochado.
La soberanía y la identidad francesa están presentes en las luchas en las calles de Francia. Clarificador fue el canto de la Marsellesa, himno del país y emblema de la Revolución francesa, como gesto de protesta en la Asamblea Nacional durante la aprobación por decreto de la reforma de las pensiones.
Un sindicalista francés de la Confédération Général du Travail (CGT), principal sindicato francés y organizador en estas protestas, declaraba: "Nuestro sistema social es parte de nuestra historia". Los franceses no sólo entienden esta lucha desde una perspectiva estrictamente social, sino como una crisis de identidad nacional y una afrenta directa a su propio hilo histórico.
Francia trata de definirse a sí misma, en lo interno, en relación con su papel en la Unión Europea y en la OTAN, y como referente en la esfera internacional general, conectando con las luces y las sombras de su propia biografía nacional.
La posición de Francia en Europa y en el mundo también se encuentra presente en el debate social. Vimos manifestaciones contra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el envío de armas a Ucrania en París; e igualmente, en estos días se hizo viral un vídeo donde se quemaba la bandera de la Unión Europea durante las protestas.
Francia trata de definirse a sí misma, en lo interno, en relación con su papel en la Unión Europea y en la OTAN, y como referente en la esfera internacional general, conectando con las luces y las sombras de su propia biografía nacional.
Los debates que abre la oposición francesa no son ajenos a Macron, al que veíamos reunirse de urgencia en otros países europeos, como España, Portugal, Italia o Alemania, en una búsqueda desesperada por intentar mantener un perfil relevante en la esfera internacional y, sobre todo, llevar la dirección del proyecto de la Unión Europea en manos de la Europa occidental.
Por otro lado, la relación de Francia con la OTAN tiene su propio desarrollo. Francia abandonó la estructura militar en 1966, bajo la presidencia del general Charles de Gaulle. La premisa era clara: ejercer su propia soberanía en esa área. Aun así, el país europeo participó en las operaciones de la Alianza Atlántica en Bosnia, Kosovo y Afganistán.
Durante la cumbre de Estrasburgo-Kehl, en abril de 2009, Francia volvió a integrarse a la estructura militar de la OTAN, alegando la "necesidad de influir en la alianza" y de "reforzar la Europa de la defensa", tal y como señala el informe de 2012 que el exministro del partido socialista Hubert Védrine, realizó a petición del gobernante conservador Nicolas Sarkozy.
El documento –titulado "Sobre Francia y la mundialización"– suponía, además, la creación de un nuevo sentido común al respecto de la propia OTAN y del papel de Francia en el mundo. Los teóricos de la vuelta a la OTAN para Francia creían que el reforzamiento de la Unión Europea, tras la creación de la zona euro, y el liderazgo que hasta entonces creían indiscutible del eje franco-alemán, facilitaría tener influencia en las directrices de la Organización.
El espejismo de poder compartir el poder dentro de la OTAN se ha disipado por completo. Sin embargo, faltaríamos a la verdad si creyésemos que no ha existido ninguna contrapartida para Francia en relación con su reintegración en la estructura militar de la Alianza Atlántica.
Para Francia, la Unión Europea, como bloque, era una apuesta segura. O eso creyeron. Por un lado, para poder desarrollar sus propios planes hegemónicos a nivel mundial. La moneda única era una forma de hacer frente a la hegemonía del dólar. Y, por otro lado, en el plano militar, asumiendo la estructura OTAN, pero convencidos de poder articular dentro de la Alianza del Tratado Atlántico la influencia que esperaban. En la actualidad, el espejismo de poder compartir el poder dentro del organismo se ha disipado por completo. Sin embargo, faltaríamos a la verdad si creyésemos que no ha existido ninguna contrapartida para Francia en relación con su reintegración en la estructura militar de la Alianza Atlántica.
El caso más conocido fue la intervención en Libia en 2011. Recordemos que ese operativo fue liderado por Francia, y que, con base al uso y abuso de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el país galo –con apoyo de la OTAN, sobre todo de Reino Unido y EE.UU.– fue el que determinó cuáles serían "todas las medidas necesarias" a aplicar en la nación del norte de África.
Francia, extralimitándose en su mandato y usando una Resolución de Naciones Unidas para defender sus propios intereses bajo el paraguas y la cobertura de la OTAN, provocó las consecuencias trágicas que ya conocemos y que, de momento, quedarán impunes.
"La era de la Francáfrica ha terminado", declaraba Macron en su reciente gira por el continente africano. Pero, ¿qué es la Francáfrica o 'Françafrique'?
El término fue acuñado por Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil, en 1955, y se refería al estrecho vínculo del Estado francés con sus antiguas colonias africanas, y a veces también con antiguas colonias belgas. En 1998, el economista francés François-Xavier Verschave publicó un ensayo titulado "La Françafrique, le plus long scandale de la République" (La Francáfrica, el escándalo más largo de la República), donde da un giro al concepto. Es esta definición, de hecho, la que tiene vigencia en la actualidad y a la que presumiblemente se refería Macron.
Para Verschave, la creación de la 'Françafrique' se corresponde con determinados intereses del Estado francés, que han servido tanto a la corrupción de distintos líderes africanos, como para ahondar las situaciones de dependencia económica y subdesarrollo en esos países.
Por un lado, la articulación de este "patio trasero" ha buscado asegurar el lugar del Estado francés a nivel internacional, gracias a una "esfera de influencia" en el África francófona que garantizaba, entre otras cosas, un número significativo de votos en Naciones Unidas e incluso en organismos regionales del continente africano. Es decir, una vulneración de la soberanía política de esos países que desvela la necesidad de un nuevo proceso "descolonizador" en África, reivindicado habitualmente y que muestra las carencias de los procesos de descolonización que se llevaron a cabo.
A su vez, la idea de la Françafrique ha servido para garantizar un acceso privilegiado a materias primas estratégicas, generando un entramado de corrupción y malversación de ayuda pública para el desarrollo, dinero que han beneficiado a distintos intermediarios, incluidos políticos tanto franceses como africanos. También señala este ensayo cómo esta estructura facilitó el papel del Estado francés como subcontratista de EE.UU. en África, en el contexto de la Guerra Fría.
La idea de la Françafrique ha servido para garantizar un acceso privilegiado a materias primas estratégicas, generando un entramado de corrupción y malversación de ayuda pública para el desarrollo.
Según estas tesis, tanto en el derrocamiento de líderes políticos como en el impulso a golpes de Estado o en la imposición de presidentes, la participación de la estructura de la Françafrique y, por tanto, del Estado francés, ha sido determinante. Es por todo esto que no son de extrañar las antipatías que en la actualidad genera Francia en África.
En un nuevo contexto donde las relaciones internacionales abren nuevas posibilidades, esta relación de dominación está llegando a su fin. Muestras de esta pérdida de influencia son, por ejemplo, la marcha de las tropas francesas de Malí en agosto de 2022 o la exigencia de salida de estas tropas por parte del gobierno de Burkina Faso, en febrero de este mismo año. Igualmente, la ampliación de los socios comerciales en África (China, Rusia, Alemania e incluso EE.UU.), que ya comparten mercados con los franceses. Finalmente, serán los países africanos los que decidan qué oferta les resulta más conveniente.
"Si Francia quiere competir hoy con todos los demás socios de África, debe sintonizarse con la política africana y la forma en que los pueblos africanos miran ahora a los socios de cooperación", señaló Felix Tshisekedi, presidente de la República Democrática del Congo (RDC). Se inició así una acalorada disputa que concluyó con una declaración impactante por parte de Emmanuel Macron: "No acusen a Francia de lo que depende de ustedes".
Esas palabras de Macron, sin embargo, olvidaron –supongo que por el calor de la discusión– aquello que él mismo había reconocido sobre la necesidad de acabar con la 'Françafrique' y el hecho de que ya había reconocido la responsabilidad histórica del Estado francés.
África ya no acepta ser un patio trasero. Y, además, se dan las circunstancias para que deje de serlo. Macron parecía tener buena intención con aquello de acabar con la 'Françafrique', pero al parecer es difícil sacar de su cabeza ideas muy asentadas sobre un papel histórico de colonizador.
Entre la Marsellesa, La Comuna de París, De Gaulle y el colonialismo, Francia se encuentra en un punto de inflexión. Esperemos que las luchas sociales y el nuevo mundo multipolar que se va forjando ayuden a construir un futuro para ese país que esté a la altura de lo mejor y no de lo peor de su historia.