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¿En busca de una legitimidad esquiva? La impostergable deuda de la UE que pone en vilo la democracia

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¿En busca de una legitimidad esquiva? La impostergable deuda de la UE que pone en vilo la democracia

Uno de los elementos estructurales que fallan en el proyecto de integración de la Unión Europea es la relación de este organismo paraestatal con los propios Estados miembros y, sobre todo, su divorcio efectivo con las masas populares europeas.

La UE, llamada Europa por convención mediática y política, aparece en el imaginario colectivo como una fuente que provee de fondos económicos a los Estados y que aconseja, más bien obliga, a cumplir con unas normas para el acceso a esos recursos. La relación del pueblo europeo con este organismo no es cercana, sino más bien se asemeja a la del dios del Antiguo Testamento con el pueblo: una voz que desde arriba dicta sentencia sin que realmente se pueda materializar de dónde procede esa voz, y que, pese a ello, es asumida como una autoridad.

Desde este plano subjetivo, por lo tanto, la relación con la UE se refleja popularmente en una cultura inculcada sobre recibir fondos económicos. Unos fondos que realmente proceden de los bolsillos de los propios europeos, pero que pareciera que los entrega Úrsula von der Leyen directamente de su propio bolsillo.

El hecho de que estos fondos estén condicionados aparece como natural, sin ni siquiera plantear quién los gestiona y si es o no una estructura ajena a sus propios intereses y con claros déficit de legitimidad. Así, podríamos decir que esta relación entre la UE y los Estados se asemeja bastante a la relación del Fondo Monetario Internacional (FMI) con los países en desarrollo, con la diferencia fundamental de que, mientras el FMI es una de esas estructuras cuestionadas, la UE sigue gozando de un prestigio que no es más que burda propaganda.

La relación entre la UE y los Estados se asemeja bastante a la que tiene el Fondo Monetario Internacional (FMI) con los países en desarrollo, con la diferencia fundamental de que, mientras el FMI es una de esas estructuras cuestionadas, la UE sigue gozando de un prestigio que no es más que burda propaganda.

La Unión Europea está atravesada, entre otras cosas, por conflictos derivados del debate filosófico y jurídico del liberalismo clásico europeo. El enfrentamiento entre Soberanía Nacional y Soberanía Popular no solo no se resuelve, sino que se complejiza en un proceso donde parece que la Soberanía recae en entes abstractos y tecnócratas alejados de las masas populares.

Por otra parte, la propia esencia histórica de los Estados integrantes de esta alianza genera una constante contradicción de intereses entre unos países que, aunque se puedan llamar socios, nunca se van a llamar entre sí hermanos. Algo que se pone de manifiesto cada vez que la Unión Europea entra en crisis. Recordemos las palabras de Aleksandar Vučić, presidente de la República Serbia, durante la crisis del coronavirus: "La solidaridad europea no existe. El único que puede ayudarnos es China".

Igualmente, recordemos cómo tanto Rusia como Cuba –con su misión de galenos– tuvieron que acudir en el mismo contexto a socorrer a Italia, que se convirtió por unas semanas en el principal país afectado por la pandemia, mientras que los socios europeos acaparaban materiales de atención sanitaria y se enfrentaban entre sí para ponerse de acuerdo sobre cómo gestionar los fondos.

Los intentos de integración política europea han sido el reflejo de una búsqueda de legitimidad de la que el organismo carece, bajo los propios principios que ellos mismos dicen defender. Una contradicción insalvable que explica por qué la Unión Europea es probablemente el eslabón más débil en el contexto de cambio de modelo de las relaciones internacionales en el que nos encontramos.

El intento por dar legitimidad a este organismo se reflejó sobre todo a raíz del proceso para desarrollar una Constitución para Europa. Un proyecto de Constitución que fracasó en su intento, al no ser ratificada debido a la negativa vía referendo en naciones como Francia o Países Bajos.

Como esta estrategia no dio resultado, se presentó el Tratado de Lisboa (2009) con el fin de profundizar esa alianza política o, mejor dicho, esa sesión de poderes de los Estados para garantizar la proyección de legitimidad del proyecto de la Unión Europea.

En esta ocasión, aprendiendo de los "errores" de preguntar al pueblo, solo un país trató de ratificar la firma del Tratado vía referendo. El resto ratificó el Tratado sin pasar por ese "peligroso" escrutinio popular a excepción de Irlanda, donde fue rechazado en primera votación y se forzó una segunda para conseguir la ratificación.

¿Quién toma las decisiones en la UE?

El poder ejecutivo lo sustenta la Comisión Europea, cuyo presidente es elegido por el Consejo Europeo, conformado por los 27 presidentes de los países miembros y por el presidente saliente de la Comisión. El candidato a presidente debe ser elegido dentro de la línea ideológica del grupo político más votado y ratificado así por el parlamento europeo. Por lo tanto, el gobierno europeo es el resultado de un acuerdo entre los presidentes de los Estados y las fuerzas políticas mayoritarias.

La participación democrática en el proceso es mínima. No es casual que el Parlamento Europeo, el único organismo de la UE que se legitima por sufragio, sea considerado para la mayoría de la ciudadanía como un ente puramente ornamental. O, aún peor, que haya sido visto durante años como un retiro para políticos que pueden estar años sin hacer gran cosa, sin que esto tenga la más mínima consecuencia. 

Uno de los elementos clave de la Unión Europea, y que se ha reforzado en los distintos Tratados, es el desarrollo de una política internacional conjunta. La actividad de la UE como bloque en su dimensión internacional se ha caracterizado por la injerencia constante en asuntos externos, y el 'seguidismo' a la agenda de la OTAN y de EE.UU.

La actividad de la UE como bloque en su dimensión internacional se ha caracterizado por la injerencia constante en asuntos externos, y el 'seguidismo' a la agenda de la OTAN y de EE.UU.

Por ejemplo, fue significativo el reconocimiento del organismo a la presidencia autoproclamada de Juan Guaidó en Venezuela o la imposición de medidas coercitivas contra distintos países, aún cuando estas sanciones atacan directamente a la propia economía europea.

Igualmente, no podemos olvidar la celebración anual europea a la injerencia internacional, a través de los Premios Sájarov, una representación teatralizada del cuento del 'jardín y la selva' de Josep Borrell.

Las inconsistencias y los déficits de legitimidad constitutiva y de participación democrática de la Unión Europea generan una problemática difícil de resolver, si, además, lo unimos al conflicto constante entre los Estados y el debate abierto sobre el propio concepto de soberanía.

Fue durante la crisis griega cuando la Unión Europea alcanzó su mayor pico de impopularidad, sobre todo en los países del sur de Europa, que se veían amenazados por las imposiciones de la llamada Troika (UE, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo). En el referéndum del 5 de julio de 2015, el pueblo griego rechazó a la Troika y a sus imposiciones. Aún así, por la traición de su gobierno, liderado por Alexis Tsipras (líder en Grecia de esa corriente que se vino a llamar como "nueva política" europea), una vez más no se tuvo en cuenta el mandato popular y el rescate griego fue aceptado con consecuencias dramáticas para el país. De nuevo, lo que podemos sacar en claro es que la soberanía en la UE nunca recae en el pueblo.

Ante este escenario, no es de extrañar que corrientes de la derecha populista estén utilizando, y muchas veces con éxito, el debate sobre la soberanía, convertido habitualmente en chauvinismo, para obtener rédito político. No obstante, cabe señalar como ejemplo el caso de Giorgia Meloni en Italia para saber que este uso oportunista de las inconsistencias europeas no supone una forma de superación de la situación y que, finalmente, sólo sirven para reforzar la propaganda de la propia Unión Europea.

Así, las visiones criticas con este organismo son habitualmente tachadas de "euroescépticas" –como si fuese una crítica continental y no al organismo– o directamente de extrema derecha o fascistas. No obstante, es urgente que para resolver la cada vez más crítica situación de Europa se ponga sobre la mesa la falta de legitimidad constitutiva y democrática de este organismo y sus intereses ajenos al desarrollo de los pueblos.

Recientemente, Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, ha pagado en las urnas (quedando tercera por detrás de la extrema derecha) la introducción del país en la Alianza Atlántica. Sirva este ejemplo para comprender lo que puede ocurrir cuando la izquierda europea actúa exactamente igual que la derecha, aceptando los planes antisociales de organismos como la UE o la OTAN.

Este escenario, además, puede ser una antesala –de cara a la propia frustración social y la carencia de referentes políticos que defiendan a los pueblos– para que se abra paso a fuerzas de verdadero carácter fascista, que no van a dudar en aprovechar estas contradicciones. 

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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