Colonialismo, exclusión y revuelta: ¿un Espartaco en la República Francesa?
Roma se convirtió en una República dominada por la clase Patricia. Los patricios eran las familias originarias de Roma, las propietarias de las tierras. Gozaban de todos los privilegios, políticos, civiles y religiosos y eran considerados ciudadanos de pleno derecho.
Frente a ellos, estaban los plebeyos, que tras siglos de luchas consiguieron que se les otorgaran ciertos derechos, como ser reconocidos como ciudadanos romanos, elegir representantes o tener sus propias instituciones políticas.
En los márgenes de esta estructura social se encontraban los esclavos. Carentes de todo tipo de derechos, eran considerados una propiedad. Muchos de ellos habían sido comprados a mercaderes extranjeros; la gran mayoría eran esclavizados como parte del botín de guerra tras la conquista.
La esclavitud fue un elemento fundamental para el desarrollo económico de Roma y también para los sistemas económicos que le sucedieron.
Durante el siglo I y el siglo II a.C., se produjo un aumento considerable del número de esclavos en Roma, debido al incremento de las guerras de conquista. Fue en este escenario en el que se ocurrieron levantamientos de esclavos exigiendo sus derechos. Los dos primeros en territorio de Sicilia, y el tercero –el más famoso de ellos– tuvo lugar en territorio metropolitano de Roma y estuvo liderado por el famoso Espartaco. La revuelta fue aplastada finalmente en el 71 a. C., pero fue la primera vez que las personas esclavizadas consiguieron poner en jaque a las fuerzas romanas.
La esclavitud fue un elemento fundamental para el desarrollo económico de Roma y también para los sistemas económicos que le sucedieron.
El imperio colonial francés se extendió por América, Asia y sobre todo África. El colonialismo fue determinante para el desarrollo económico de la metrópoli y para convertir a la República Francesa en una potencia de capitalismo avanzado y, posteriormente, imperialista.
Tras la Segunda Guerra Mundial, este mundo colonial entró en crisis, se produjeron guerras de liberación –entre las que destaca la argelina– y también tuvieron lugar los procesos acordados de independencia.
Sin embargo, la necesidad económica seguía vigente y se pusieron en marcha otros mecanismos, bien a través de lo que se conoce como neocolonialismo, o mediante la introducción de masas de trabajadores migrantes en pleno corazón de la metrópoli. Unos trabajadores que llegaban bajo una condición de debilidad y que fueron usados a placer para seguir engordando las arcas francesas.
Francia, al perder las colonias, no cambió la estructura colonial sino qu la asumió dentro del territorio metropolitano y con la misma finalidad: seguir explotando los recursos, en este caso seres humanos, de los que fueron sus territorios conquistados.
Frantz Fanon, en su libro "Los condenados de la Tierra", describe la oposición entre la ciudad del colono y la ciudad del colonizado, asumiendo que solo puede quedar uno. Francia, al perder las colonias, no cambió la estructura colonial sino qu la asumió dentro del territorio metropolitano y con la misma finalidad: seguir explotando los recursos, en este caso, seres humanos de los que fueron territorios conquistados.
Y es así como se desarrollaron las llamadas 'banlieues', que son barriadas, zonas residenciales creadas en pueblos o ciudades pequeñas próximas a las grandes capitales a partir de la década de los años 60, coincidiendo con el fenómeno de la llegada de migrantes procedentes de las antiguas colonias. El abandono del Estado hacia estas comunidades se fue acentuando de forma paralela al deterioro del tejido industrial francés.
A finales de los años 70 del siglo XX, se produjo un cambio en el modelo, que permitió el paso de una sociedad industrial a una sociedad de servicios. Unido a la fuerte crisis económica, este fenómeno provocó el aumento considerable del desempleo, sobre todo juvenil, y un proceso de marginalización de zonas enteras, donde los jóvenes –que debían reemplazar a sus padres en las fábricas– no encontraron salida laboral ni acceso a formación cualificada.
En el plano político también fueron años convulsos para los movimientos revolucionarios y para la izquierda en general. De este modo, se fueron asentado las ideas del individualismo, del "fin de la Historia" y del "fin de los grandes relatos". La izquierda comenzó a abrazar debates procedentes del ámbito académico, filosófico, subjetivo y abstracto; y a alejarse cada vez más de los intereses materiales y concretos de la clase trabajadora.
Francia no ha roto con la estructura colonial, en tanto que ha sido útil para usar o desechar a cientos trabajadores según sus intereses de mercado. El racismo no es, por tanto, una causa, sino una consecuencia de este accionar.
Pese a que el enfrentamiento entre los patricios y los plebeyos de la Francia del siglo XIX y XX había permitido victorias importantes para estos últimos, la clase trabajadora francesa fue perdiendo derechos conquistados de forma paralela a la extinción de la figura del "Tribuno de la Plebe", es decir, ese mecanismo de representación simbólica dentro de una sociedad que, aunque sigue siendo propiedad de los patricios, reconoce la fortaleza de sus antagonistas de clase cediéndole, sin muchas ganas, algunas medidas conciliadoras.
El gobierno de Jean–Pierre Raffarin (2002-2005) eliminó los empleos para los jóvenes y congeló los Fondos de Acción para la Integración. Nicolás Sarkozy inició políticas que facilitaron el abuso policial y las detenciones arbitrarias con su Ley de Seguridad Nacional, lo que aumentó la conflictividad social y la represión en los barrios marginalizados en Francia. Al final, el propagado "choque cultural" realmente no fue más que una cultura o política de choque que fracturó aún más a la sociedad francesa.
Es habitual que el papel ausente del Estado en determinados barrios sea suplido por instituciones religiosas. En zonas de mayoría musulmana, el trabajo social se llevará a cabo por organizaciones islámicas. Este fenómeno es utilizado, de forma oportunista y con grandes dosis de cinismo, por amplios sectores de la política institucional francesa para crear y potenciar con ello esa idea del "choque cultural" entre los suburbios y los principios laicistas de la República.
Finalmente, esto tiene unas consecuencias en la radicalización de distintos sectores, bien hacia la extrema derecha o bien hacia el integrismo religioso. Sin embargo, no podemos obviar que esta estructura ha sido construida por unas políticas determinadas y un contexto económico y social concreto.
Los jóvenes franceses marginalizados, mayoritariamente con antepasados de origen magrebí, debido a los acontecimientos históricos que he tratado de narrar, han acabado en los márgenes de la sociedad francesa. Esa realidad provoca un aumento del sentimiento de identidad grupal que, además, se entiende como un mecanismo de defensa.
Francia no ha roto con la estructura colonial, en tanto que ha sido útil para usar o desechar a cientos trabajadores según sus intereses de mercado. El racismo no es, por tanto, una causa, sino una consecuencia de este accionar.
Como decía al inicio, las dos primeras guerras serviles se lucharon en Sicilia, la tercera llegó a Roma misma. Espartaco no venció, y probablemente los disturbios de estos días también queden en nada cuando pase el calor de la protesta, como ha ocurrido tantas otras veces. Sin embargo, no podemos pasar por alto que lo que se está poniendo sobre la mesa es un cuestionamiento de toda la estructura de la actual República Francesa, y que afecta a su dimensión social, política y de desarrollo económico. Roma cayó por sus contradicciones.
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