Polonia y Ucrania: las contradicciones de una 'luna de miel' que nunca fue
Corría el año 2003 cuando Donald Rumsfeld, entonces ministro de Defensa de EE.UU., afirmó: "Alemania es un problema, Francia es un problema. No veo a Europa como Alemania y Francia. Pienso que ésa es la vieja Europa. Si uno mira toda Europa, su centro de gravedad pasó al Este". El contexto de esas declaraciones era el enfrentamiento entre Washington y el eje franco-alemán, en relación con la invasión de Irak que se ejecutó ese mismo año.
En días pasados, los medios de comunicación occidentales destacaban el supuesto fin de la 'luna de miel' entre Polonia y Ucrania. Sin embargo, ¿existió alguna vez esa luna de miel?
Vladímir Zelenski afirmó ante la Naciones Unidas (ONU) que algunos países de Europa estaban "socavando la solidaridad", y haciendo del suministro de grano ucraniano "una película de suspenso". La respuesta a esa declaración llegó rápidamente.
Marcin Przydacz, jefe de la Oficina de Política Internacional de la Cancillería Presidencial de Polonia, declaró: "Si Ucrania no quiere ser amiga de Polonia, si Ucrania no quiere buscar esta amistad, entonces nos las arreglaremos. [...] Hoy es Ucrania la que tiene problemas. Es Ucrania la que debería preocuparse por el apoyo de Polonia".
Es difícil establecer un discurso coherente entre el nacionalismo polaco y el apoyo a un régimen como el actual en Kiev, que convierte en héroes nacionales a figuras como Stepán Bandera, Román Shujévich y otros colaboradores nazis.
Al contrario de lo que se ha vendido desde los medios de comunicación europeos, el grano ucraniano no va hacia África, sino que principalmente se dirige a Europa. Es por este motivo que, a finales de marzo, cinco países fronterizos con Ucrania (Hungría, Bulgaria, Rumanía, Polonia y Eslovaquia) solicitaron a la Comisión Europea intervenir para imponer la prohibición de exportación de cereales ucranianos, por el fuerte revés que genera a los agricultores europeos, sobre todo de los países mencionados.
La situación ha propiciado masivas protestas de los agricultores de estos países y el escenario ha llevado, en efecto, a poner límites a las exportaciones ucranianas. En la mayoría de los casos de forma unilateral por parte de las naciones más perjudicadas.
El próximo 15 de octubre serán las elecciones parlamentarias en Polonia. El actual partido gobernante, Pis (Justicia y Libertad), si bien en 2022 situó al país como la vanguardia de la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) en Europa, junto con los países Bálticos, y lideró el apoyo a Ucrania, también tiene su principal base de votantes entre los agricultores del país. Es decir, existe una contradicción económica real que, además, en medio de una contienda electoral, el gobierno polaco no puede obviar.
El relato de "víctima"
Sin embargo, para comprender lo que está ocurriendo en Polonia es importante destacar también otros elementos de carácter estructural, históricos y de conformación ideológica de su actual régimen y, sobre todo, del actual partido en el gobierno.
Tras la caída del socialismo, el nacionalismo polaco ha recreado un relato basado en una idea de "víctima" histórica de Rusia y de Alemania. Es decir, la rusofobia del nacionalismo polaco –también el sentimiento antialemán– es evidente. No obstante, ¿esto supone obligatoriamente una historia de amor con Ucrania?
Las actuales Ucrania y Polonia, por tanto, tienen dos proyectos nacionalistas que se presentan excluyentes entre sí, que van a generar y ya están generando choques inevitables entre ellos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA, por sus siglas en ucraniano) fue colaboracionista con los nazis y perpetró el genocidio conocido como la masacre en Volinia (1943-1944), en la que fueron asesinados hasta 200.000 personas, entre polacos, ucranianos, rusos y judíos antifascistas.
Es difícil establecer un discurso coherente entre el nacionalismo polaco y el apoyo a un régimen como el actual en Kiev, que convierte en héroes nacionales a figuras como Stepán Bandera, Román Shujévich y otros colaboradores nazis, al tiempo que levanta monumentos para honrar a los líderes del UPA y los glorifica a través de sus libros de texto.
Por otro lado, hay reclamos de sectores de la sociedad polaca que consideran que una parte del territorio ucraniano les pertenece. Polonia obtuvo su independencia en 1918 y, en medio de la guerra civil rusa, inició una invasión de territorios en lo que hoy es Ucrania occidental y Bielorrusia, que Varsovia reclamaba como suya.
-Con ustedes, un veterano ucraniano que combatió contra la Unión Soviética en la IIGM. ¡Vamos! ¡Aplausos, de pie!-Un momento… si combatió contra los soviéticos en la IIGM es que combatió contra los Aliados, es decir, del lado a los nazis. ¿No?-¿Ah, además de sabelotodo,… pic.twitter.com/54CDrXIoVB
— Ahí les Va (@ahilesvainfo) September 27, 2023
El conflicto duró hasta marzo de 1921 y supuso el control de Polonia sobre más de 201.000 kilómetros cuadrados del oeste de Ucrania y de Bielorrusia. Esos territorios fueron reintegrados tras la Segunda Guerra Mundial.
Las actuales Ucrania y Polonia, por tanto, tienen dos proyectos nacionalistas que se presentan excluyentes entre sí, que van a generar y ya están generando choques inevitables entre ellos.
En medio de las contradicciones entre Polonia y Ucrania, lo que está claro es que sí existe una convergencia entre los intereses de Varsovia y Washington. Kiev, en ese sentido, solo sería un instrumento compartido.
El ascenso de Polonia como potencia intermedia entre Rusia y Europa continental, facilita dos frentes: el acoso a Moscú y el cambio del eje europeo que anunciaba Donald Rumsfeld. En recientes declaraciones, EE.UU. dejó claro que sigue considerando a Varsovia un aliado "incondicional" y, en ese sentido, anunció la concesión de una ayuda de 2.000 millones de dólares para que Polonia pueda modernizar sus Fuerzas Armadas, todo en pleno auge de tensiones con Ucrania por la decisión polaca de no comprometer el envío de más armas a este país.
En ese contexto, EE.UU. también vive su propia contradicción interna. Recientemente, hemos visto cómo Zelenski volvió sin un dólar de su gira americana. De hecho, de ese periplo solo ha sacado una polémica: la ovación a un nazi en el parlamento canadiense.
La polémica ha tenido eco en toda la prensa internacional, rompiendo el cerco mediático que habitualmente rodea a todo lo que se salga del relato atlantista sobre Ucrania; y que, además, llevó a una solicitud de extradición, precisamente, por parte del gobierno polaco. El contexto electoral en EE.UU., la crisis interna estadounidense y los enfrentamientos dentro del 'establishment' del país son otros elementos a destacar que explican el actual escenario.
En los países más próximos a Ucrania, tanto geográficamente como a nivel histórico o político, la grieta se profundiza, un signo de ello es la reciente victoria electoral en Eslovaquia de fuerzas políticas que cuestionan la posición de la Unión Europea respecto a Kiev.
La estrategia de EE.UU., en medio de la actual pugna geopolítica que cuestiona su hegemonía, es impedir una alianza económica euroasiática. Hay dos vías para esto: destruir las relaciones Rusia-China o mellar los nexos Europa-Rusia. La segunda acción, actualmente en curso, parece estar generando un efecto indeseado.
La aplicación de medidas coercitivas unilaterales a varios países de la periferia, además de Rusia, está generando, a su vez, la búsqueda de otras vías comerciales entre los países afectados y, por tanto, de modelos de comercio alternativos a los actuales, algo que al largo plazo beneficiará fundamentalmente a China, por no mencionar el fracaso de los socios atlantistas por hacer del conflicto ucraniano un asunto de interés internacional. Hasta ahora, la mayor parte del mundo ve la cuestión como un tema de carácter regional.
Se hace evidente que algo está fallando en la estrategia implementada por los socios atlantistas. Este hecho, unido a varios escenarios electorales, facilitan un panorama que en paralelo expone las contradicciones y convergencias de los aliados de la OTAN.
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