Palestina y el dilema del 'control occidental' de Oriente Medio

Carmen Parejo Rendón

"Las fuerzas armadas yemeníes siguen impidiendo que los barcos de todas las nacionalidades que se dirigen a puertos israelíes naveguen por el mar Arábigo y el mar Rojo, hasta que traigan los alimentos y medicinas que necesitan los palestinos de la Franja de Gaza", afirmó el portavoz del movimiento popular yemení Ansar Allah, el pasado 12 de diciembre.

Desde mediados de noviembre, el grupo insurgente hutí ha llevado a cabo distintas operaciones de ataque y bloqueo a embarcaciones de propiedad israelí, como el carguero Galaxy Leader, con bandera de Bahamas, pero que pertenece a un magnate del país hebreo.

Entre las consecuencias, algunas empresas navieras que operan a nivel internacional han suspendido el paso de sus buques por el Mar Rojo, entre ellas Maersk y Hapag-Lloyd, y también petroleras como la británica BP. En este contexto, EE.UU. anunció una coalición militar de 10 países en la zona para frenar los ataques hutíes.

Sin embargo, la mayoría de esos países han respondido a la llamada estadounidense con aparente desgana, como es el caso de España, que advertía que no participaría "unilateralmente" en esta operación.

Desde los medios de comunicación, los principales analistas y los líderes políticos formulan una nueva interrogante: ¿el aumento de las tensiones en el Mar Rojo puede suponer una escalada al ámbito regional del conflicto en Gaza? Es en esa línea donde cabe preguntarse si alguna vez la cuestión palestina ha dejado de tener un carácter regional y geopolítico.

También es necesario destacar la reacción de los aliados tradicionales de EE.UU. en la región y que, además, han tenido un papel destacado en la guerra de agresión contra Yemen desde 2014, como son Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Los primeros buscarían que este escenario sirviese para coordinar nuevas acciones militares en Yemen, con el apoyo militar de Washington, y para considerar oficialmente al grupo insurgente Ansar Allah como una organización terrorista a nivel internacional.

Diferente es el caso de Arabia Saudita, para quien la aventura en Yemen ha supuesto un absoluto fracaso y ha generado la necesidad de buscar una salida negociada que deje al régimen de los Saud en una posición medianamente digna.

En ese sentido, este país se encuentra inmerso en unas negociaciones que, además, se enmarcan en un escenario superior: la vuelta a las relaciones diplomáticas con Irán por mediación de China, y los acuerdos saudíes con el gigante asiático. Por otra parte, debemos recordar que Arabia Saudita, al contrario que Emiratos Árabes Unidos, no entró en los procesos de normalización con Israel, y que la nueva escalada en el conflicto palestino dificulta aún más que pueda llevarse a cabo.

Desde los medios de comunicación, los principales analistas y los líderes políticos formulan una nueva interrogante: ¿el aumento de las tensiones en el Mar Rojo puede suponer una escalada al ámbito regional del conflicto en Gaza? Es en esa línea donde cabe preguntarse si alguna vez la cuestión palestina ha dejado de tener un carácter regional y geopolítico.

Es habitual –incluso en Naciones Unidas y los representantes de Exteriores de otros Estados– la consideración de la Península arábiga como parte de la región denominada Oriente Medio. Sin embargo, esta conceptualización es conflictiva. En primer lugar, porque varía sus límites territoriales con frecuencia, a veces incluyendo a países (sobre todo musulmanes) de Asia central y el norte de África; y en otras ocasiones, limitando el espacio a través del concepto de un Oriente dividido en tres: próximo, medio y lejano.

En segundo lugar porque, evidentemente, este concepto tiene un origen vinculado al colonialismo europeo: un Oriente que está cerca o lejos en relación a Europa. Y es este origen del término, lo que nos da una pista sobre cómo la geopolítica mundial ha influido en el desarrollo de este territorio.

Lo cierto es que Palestina se encuentra en la península arábiga, una zona que conecta por tierra a tres continentes (África, Asia y Europa) y enlaza, a su vez, el mar Mediterráneo y la salida al Atlántico con el Océano Índico. Por tanto, es un territorio históricamente atravesado por importantes vías comerciales.

Con la apertura en 1869 del Canal de Suez, se habilitó una vía artificial de comunicación, casi en línea recta, entre el Mar Rojo y el Mar Mediterráneo. Este tramo sigue siendo uno de los predilectos en la actualidad, permitiendo que 10 % del comercio global circule por ese corredor. Además, es una región rica en recursos naturales como el petróleo, el oro negro que ha marcado la economía mundial de los últimos ochenta años.

Es imposible no relacionar el actual escenario que se presenta como una escalada regional con otros hechos acaecidos recientemente, como la invasión de Irak por EE.UU. en 2003, o la agresión contra Siria y su intento de desmembramiento.

Volviendo al concepto Oriente Medio, se trataría de una traducción del inglés Middle East, originado en la década de 1850, y popularizado, años después, por el estratega naval estadounidense Alfred Mahan, en su artículo 'El golfo Pérsico y las relaciones internacionales', publicado en septiembre de 1902 en el diario británico National Review. En este texto, Mahan aseguraba que la Marina Real Británica debería tener la facilidad de concentrar su fuerza en el golfo de Aden, India y el golfo Pérsico, señalando estas tres zonas como claves estratégicas para el desarrollo de una hegemonía mundial.

Tras la caída del imperio otomano, de hecho, se produjo la partición y la rapiña de este territorio clave por parte de los dos imperios fundamentales del momento: el francés y el británico. Igualmente, con los procesos de descolonización, el Estado de Israel ha servido como base de operaciones para sus aliados occidentales.

Este escenario ha generado, entre otras cosas, una inestabilidad regional que ha favorecido impedimentos al desarrollo, fuertes movimientos migratorios y crisis de refugiados, así como el saqueo de los recursos de la región o la pérdida de control soberano sobre sus vías marítimas fundamentales.

Es imposible no relacionar el actual escenario que se presenta como una escalada regional con otros hechos acaecidos recientemente, como la invasión de Irak por EE.UU. en 2003, la agresión contra Siria y su intento de desmembramiento, el aumento de las políticas de máxima presión contra la República Islámica de Irán y, por supuesto, la guerra por delegación de los aliados estadounidenses en la región contra Yemen.

Estos escenarios previos han reforzado una serie de alianzas regionales que identifican todos estos conflictos, aparentemente locales, con un enemigo común: las fuerzas occidentales en la región. De ahí surge el nacimiento del llamado Eje de la Resistencia, que incluye a distintos actores en distintos países que, en medio de la reciente crisis en Gaza, realizan una confesa acción coordinada.

El líder de Hezbolá en Líbano, en recientes declaraciones, afirmaba que las acciones en el sur de su país creaban una división forzosa de los esfuerzos militares israelíes; del mismo modo, el bloqueo en el Mar Rojo es el aporte de los hutíes a una causa que no es solo la del pueblo palestino, sino que se enfrenta en una dimensión regional y geopolítica que ha ido desarrollándose en los últimos años.

Seguir azuzando el conflicto en Oriente Medio es visto con preocupación desde el cercano Occidente (Europa), conscientes de su pérdida de influencia y del valor estratégico de la región, pero, a su vez, asumiendo que una escalada militar podría suponer una nueva crisis de refugiados que aún no ha sabido cómo sortear en coyunturas previas.

Los Estados de la UE profundizan en este contexto nuevas leyes migratorias cada vez más restrictivas, como la aprobada esta semana en la Asamblea Nacional francesa, mientras que el espacio Schengen, principio fundacional de la Unión Europea, es cada vez más cuestionado.

Así, no es de extrañar la desgana que manifiestan los políticos europeos ante las propuestas operacionales del Lejano Occidente que es EE.UU. y que, definitivamente, tiene menos contradicciones que manejar.