Tras el fin de la Guerra Fría, EE.UU. obtuvo lo que llevaba años trabajando por conseguir: una hegemonía mundial en solitario. A partir de ahí, su política internacional se centró en tratar de sostener para siempre una unipolaridad que progresivamente se ha ido diluyendo.
El auge de los Estados Unidos de América hasta convertirse en único hegemón global tiene un recorrido histórico, basado en unas condiciones políticas y materiales concretas. EE.UU. surgió como nación en medio de una pugna geopolítica entre los imperios europeos, algo que facilitó su independencia y su desarrollo. A su vez, contó con unas potencialidades internas debido a los múltiples afluentes del río Misisipi (que sirven al transporte de mercancías y a la comunicación), el desarrollo del ferrocarril, una doble salida hacia dos océanos fundamentales, como son el Atlántico y el Pacífico, y una ventaja de casi cincuenta años de independencia respecto del resto de países que se emanciparían al principio del siglo XIX en el resto del continente americano.
Así, no es fortuita la primera declaración geopolítica del naciente EE.UU. En los debates previos a la presentación de la famosa Doctrina Monroe de "América para los americanos", John Quincy Adams planteó que Estados Unidos debía aprovechar la oportunidad para hacer una declaración unilateral que, atara "las manos de todas las potencias, Inglaterra inclusive, pero que se las deje libres, entera, absolutamente libres en América, a Estados Unidos".
Esta declaración de intenciones va a ser la carta de presentación para una guerra velada entre EE.UU. e Inglaterra por el control de todo el continente americano, que empezará a aclararse en beneficio de Washington durante la Primera Guerra Mundial.
Las contradicciones se agudizan, ya que incluso entre los países aliados a EE.UU., la diversificación económica a través de acuerdos con China, Rusia o Turquía, están creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.
A partir de ese momento, en los países de América se instaurarán regímenes funcionales a los intereses estadounidenses, que servirán como una plataforma continental para desviar la hegemonía europea más allá de las fronteras del continente americano. Este sistema comenzará su declive fundamental con el surgimiento, en las vísperas del inicio del nuevo siglo, de los llamados Gobiernos progresistas, debido a un agotamiento estructural de este sistema de dependencia.
Gran parte de la agenda internacional de EE.UU. en los últimos años se ha centrado en tratar de hacer caer o directamente derrocar a estos gobiernos, vía sanciones económicas, procesos de 'lawfare' (guerra judicial), creación de gobiernos paralelos o golpes de Estado clásicos, entre otras medidas.
Las contradicciones se agudizan, ya que incluso entre los países que se mantienen aliados a los intereses de EE.UU., la diversificación económica a través de acuerdos con China, Rusia o Turquía, entre otros; así como las posibilidades de nuevos acuerdos económicos regionales con grandes potencias como Brasil, están creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.
La otra plataforma fundamental para la hegemonía estadounidense se crea tras la Segunda Guerra Mundial, cuando este país aprovecha las condiciones generadas por la contienda para someter a sus principales adversarios en la lucha por una hegemonía mundial: Europa occidental y Japón.
EE.UU. mantiene en la actualidad el control geopolítico de Europa, a través de las alianzas con una Unión Europea, en constante crisis interna y dividida, y del control militar a través de la OTAN. Al respecto de la estrategia asiática, la diplomacia estadounidense en los últimos años ha enfocado sus esfuerzos en aumentar su presencia en la región, por ejemplo, con el desarrollo de la alianza AUKUS.
El control estadounidense sobre el golfo pérsico y el golfo de Adén (Yemen), como elementos fundamentales para garantizar su hegemonía mundial, está en cuestión. Una de las claves geopolíticas de 2023 fue la recuperación de las relaciones diplomáticas entre uno de los aliados fundamentales de EE.UU. en la región de Oriente Medio, Arabia Saudí, y su enemigo principal, la República Islámica de Irán.
Una vuelta a las relaciones entre ambas naciones facilitada por China, considerado el principal adversario a batir por parte de EE.UU. A su vez, el régimen saudí llegaba a acuerdos con la República Popular China para su integración en la Nueva Ruta de la Seda; y, finalmente, el 1 de enero de 2024, este país, junto a otras dos grandes potencias petroleras regionales como son Emiratos Árabes Unidos e Irán, ingresó como nuevo miembro del Grupo BRICS +.
Una de las claves geopolíticas de 2023 fue la recuperación de las relaciones diplomáticas entre uno de los aliados fundamentales de EE.UU. en la región de Oriente Medio, Arabia Saudí, y su enemigo principal, la República Islámica de Irán.
Es por esto que no resulta sorprendente que Joe Biden haya iniciado el 2024 usando el ataque yemení en solidaridad con Gaza a buques vinculados con Israel, como excusa definitiva para tratar de imponer una agenda de intervención en la zona a sus socios internacionales. Abriendo, además, una herida, como es la guerra por delegación que lideró Arabia Saudí contra Yemen y que, en el actual clima de negociaciones con China, podría tener una salida medianamente digna para los saudíes.
Por otra parte, Halford John Mackinder, político y geógrafo británico, sostenía a principios del siglo XX que quien controlase la zona de Asia central, podría manejar el mundo. Tras la desintegración de la URSS, EE.UU. se creyó capaz de intervenir en la zona, algo que se desmoronó en 2001, cuando se fundó la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), integrada por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la que se unirían India y Pakistán en 2017, e Irán en septiembre de 2022. Esta organización abarca el 80 % del área de Eurasia y contiene al 40 % de la población mundial.
Si algo teme EE.UU. en el actual escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por dejar fuera del terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las distintas estrategias empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como por sus antecesores en la Casa Blanca.
El adversario señalado es China, pero afecta a otros actores como Rusia e Irán, que han sido sometidos a políticas de máxima presión y desestabilización constante durante estos años. Si Biden ha buscado desgastar a Rusia y romper sus vínculos con Europa, Trump buscó aislar a China, llegando incluso a reunirse (sin mucho éxito) con el presidente de Corea del Norte.
Si algo teme EE.UU. en el actual escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por dejar fuera del terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las distintas estrategias empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como por sus antecesores en la Casa Blanca.
Hasta la conquista europea del continente americano, las relaciones internacionales, se habían establecido entre Europa, Asia y el norte de África, en tanto a ser los territorios con mayor extensión y relación entre sí. Por eso, no es de extrañar que los primeros grandes imperios de la Antigüedad surjan entorno al mar Mediterráneo: Egipto, Grecia o Roma, por ejemplo.
El desarrollo de potencias con capacidad naval crea nuevos imperios de ultramar con el inicio de los procesos de colonización. En primer lugar, los imperios ibéricos (actualmente España y Portugal) y después otros como el francés, holandés, danés o el que, finalmente, se impondrá: el imperio británico. Paralelamente a este proceso, desde el siglo XV, empieza a tomar forma el modo de producción capitalista, mundializado por primera vez y que vincula, obligatoriamente, a todos los procesos globales entre sí. De ahí, por ejemplo, los efectos adversos para sí mismos de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por EE.UU. y sus aliados.
Había una viñeta publicada en EE.UU. a principios del siglo XX que advertía que si China, India y África se levantasen, el poder de dominio Occidental caería. Lo cierto es que esto está ocurriendo, el desarrollo de las llamadas potencias emergentes, fruto de las contradicciones creadas por la propia evolución del capitalismo a nivel internacional, está favoreciendo el surgimiento de este nuevo mundo multilateral donde, al menos de momento, no parece haber cabida para hegemonías de una sola potencia.
EE.UU. está buscando un enemigo sin darse cuenta que la historia simplemente sigue su curso y lo que estamos viviendo es una transformación de las relaciones internacionales, adaptadas a un nuevo contexto y a unas nuevas condiciones materiales y políticas.
En 1992, con la Doctrina Wolfowitz, se festejó un mundo unipolar y se plantearon unas líneas a seguir para mantenerlo. Sin embargo, el 'enemigo' no se esconde en el Estrecho de Taiwán, ni en el Golfo de Adén ni en Suramérica: los procesos históricos van más allá de la voluntad de unos pocos. ¿Estamos en el principio del fin de la hegemonía Occidental del mundo, ante la incapacidad material y política de seguir sosteniendo imperios?