"¡Rusia es culpable!", declaró Ramón Serrano Súñer, filonazi, presidente entonces de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista y unos de los artífices del régimen de Franco en España, el 24 de junio de 1941. Dos días antes, Hitler había iniciado la Operación Barbarroja de invasión de la Unión Soviética. Este famoso discurso de Serrano Súñer serviría para justificar la participación de España en la Segunda Guerra Mundial a través de la llamada "División Azul", un ejército de "voluntarios" –muchos de ellos forzados por la voluntad de no morir o de que sus familiares presos no corrieran esa suerte en las cárceles franquistas– fueron enviados a luchar al frente oriental de la Alemania nazi.
Hace unos años, en un programa de tertulia política en una cadena privada de televisión en España, uno de los contertulios, en alusión a este hecho histórico, señalaba que el régimen franquista no luchó con los nazis en la Segunda Guerra Mundial, sino contra los rusos. Pese a la lógica básica, nadie entre el resto de los contertulios que estaban en esa mesa de debate señalaron que luchar con Alemania en la Segunda Guerra Mundial y contra los rusos, era, en efecto, luchar en el bando de los nazis. También olvidaron señalar la naturaleza del régimen franquista, que explicaría sin mayor complicación lo que realmente manifestaba ese escenario de 1941.
Lo cierto es que no son los únicos que olvidaron con facilidad la génesis del régimen franquista y el uso de fuerzas de choque fascistas para imponerse y, sobre todo, mantenerse. EE.UU. también lo olvidó rápido, cuando ya en 1947 había planteado no solo que el enemigo no era el fascismo o el nazismo, sino que este podría ser instrumentalizado contra su verdadero enemigo que, a su juicio, era la Unión Soviética. Como muestra más evidente de esta instrumentalización tenemos los acuerdos de EE.UU. con la dictadura franquista consolidados ya en 1953.
Sabemos que la llamada opinión pública puede ser fácilmente manipulada, hay múltiples ejemplos. Uno de ellos lo encontramos en la evolución de una encuesta realizada en Francia en relación con las percepciones de la ciudadanía acerca de la participación de las distintas potencias en la Segunda Guerra Mundial en tres fechas: 1945, 1994 y 2004. Según esta comparativa de encuestas, la Segunda Guerra Mundial la ganó Hollywood. Si en 1945 el 57 % de los franceses consideraba que la URSS fue el país que más contribuyó en la derrota del nazismo, y EE.UU. solo recibía un 20 % de apoyos; se observa una progresión inquietante hasta 2004, donde estas cifras directamente se intercambiaban.
No deja de ser llamativo que en el actual escenario europeo nos "protejan" de influencias externas censurando los canales de comunicación rusos, e incluso llegando al ridículo de tratar de vetar el estudio de escritores rusos en universidades europeas o eliminar películas de Tarkovski en festivales de cine; mientras que nadie parece ver cuál es y a qué intereses atiende nuestra principal influencia mediática y cultural extranjera.
No deja de ser llamativo que en el actual escenario europeo nos "protejan" de influencias externas censurando los canales de comunicación rusos, mientras que nadie parece ver cuál es y a qué intereses atiende nuestra principal influencia mediática y cultural extranjera.
El conflicto de EE.UU. con la Unión Soviética estaba marcado por un enfrentamiento entre modelos políticos y económicos antagónicos. Sin embargo, aunque actualmente no existe una confrontación de esa naturaleza en la esfera geopolítica, eso no significa que no exista el conflicto. La pérdida de hegemonía estadounidense y el surgimiento de un mundo multipolar lo están pagando pueblos enteros en distintas latitudes. Si Ucrania en este tablero de ajedrez geopolítico es un peón, Rusia sería la reina, y el paso final, algo que podemos advertir sin mucha dificultad, será tratar de dar jaque mate al rey chino. Una serie de guerras por delegación, de fomento de enfrentamientos regionales, que solo son comprensibles si miramos el cuadro completo.
A diez años del triunfo del Golpe de Estado del Maidán, vemos cómo los elementos que han caracterizado este conflicto desde una perspectiva interna, se internacionalizan, afectando de una forma directa a las potencias occidentales, sobre todo a las europeas.
La tergiversación informativa y el control mediático y cultural han servido durante diez años para la construcción de un relato que ocultase el trasfondo geopolítico del conflicto ucraniano, algo que obligaba a su vez a tapar ciertos elementos internos.
Para poder justificar el relato construido en torno a Ucrania, Europa ha necesitado de la banalización e incluso instrumentalización del fascismo, exactamente igual que hicieron los golpistas en Kiev.
Para poder justificar el relato construido en torno a Ucrania, Europa ha necesitado de la banalización e incluso instrumentalización del fascismo, exactamente igual que hicieron los golpistas en Kiev. El 2 de febrero de 2022, en el medio español El Mundo, entrevistaban a Ivan Vovk, como portavoz de la Asociación Patriótica de ucranianos en España, cuyas redes sociales se destacaban por imágenes de él mismo haciendo el saludo nazi entre otras lindezas.
Mientras, en la televisión pública española, los periodistas entrevistaban a "voluntarias civiles" en Járkov, sin poder evitar –quizás sin saber que tenían que hacerlo– los emblemas del Batallón Azov que salían en el plano. Pero todo esto fue antes del inicio de la Operación Especial Rusa. Después la cosa ha continuado llegando a un nivel de normalización asombroso. En Televisión Española (TVE) transmitían un reportaje sobre las navidades ortodoxas de los ucranianos en España, junto con una familia que no tenía ningún reparo en colgar, y que apareciera en plano durante todo el reportaje, un retrato de Stephan Bandera en el salón de su casa.
La necesidad de crear un "malvado", como en una narración de ficción, sirve, a su vez, para la justificación de un aumento del gasto militar europeo. Sin embargo, este gasto ya venía aumentando desde antes.
Todo este escenario tiene consecuencias más allá de los simbólico, como ya he denunciado en otra ocasión. En ese sentido, vemos cómo esta banalización llega al extremo de estar facilitando el envío de neonazis europeos como mercenarios para recibir formación militar en Ucrania. Un fenómeno que tampoco se limita a los últimos dos años y cuyas consecuencias ya se están evidenciando en un auge de las agresiones racistas en una Europa que, por otra parte, maneja profundas contradicciones de carácter social y económico.
La necesidad de crear un "malvado", como en una narración de ficción, sirve, a su vez, para la justificación de un aumento del gasto militar europeo. Sin embargo, este gasto ya venía aumentando desde antes, y tiene que ver con el creciente interés de EE.UU. en pivotar sus intereses hacia Asia y, por lo tanto, en un esfuerzo exigido a los socios europeos para poder reforzar su rol dentro de la OTAN. Aumentar las tensiones con Rusia, un país vecino de Europa, facilita la percepción de amenaza para poder justificar este aumento del gasto militar. Y, además, favorece un escenario real de fricciones.
Durante años en el parlamento europeo se han hecho preguntas directas sobre la pérdida de derechos civiles y políticos en Ucrania, sobre la persecución a periodistas o militantes políticos, y durante años se ha mirado hacia otro lado.
Hoy en día, la 'ucranización' de Europa es cada vez más un hecho. Periodistas detenidos sin acusaciones en firme solo por tener una doble nacionalidad rusa, medios de comunicación censurados, intelectuales o académicos señalados. La "rusofobia" instalada desde hace más de cien años y reforzada en los últimos tiempos, facilita una caza de brujas donde cualquier cuestionamiento o análisis que se salga del relato atlantista sirve para que te señalen como "pro-ruso" y, aunque esto no esté recogido en ninguna ley, tus derechos parezcan no existir. Esta es y ha sido la realidad de Ucrania esto diez años. Esta también es hoy la realidad de Europa.