El 11 de marzo de 2004 se producía en España el mayor atentado terrorista de su historia, en el que 192 personas fueron asesinadas y 1.500 resultaron heridas. Las víctimas eran trabajadores y estudiantes que a diario tomaban trenes para ir a sus puestos de trabajo o centros de estudio en la capital o en las ciudades y pueblos colindantes.
En mi estancia por motivos laborales en Madrid, durante una temporada debía tomar a diario el tren de cercanías en dirección a Alcalá de Henares. Recuerdo que me llamaba la atención cómo en la tarde, a mi vuelta, los pasajeros iban dormidos hasta que despertaban de forma intuitiva al llegar a su parada. Así, día tras día, los vagones van repletos de trabajadores cansados, autómatas urbanos que, durante años, recorren largos trayectos para ir y volver de sus labores.
En el veinte aniversario de este horrible crimen, es necesario recordar cómo inició otro fenómeno igualmente macabro: el oportunismo político de unos y de otros, que favoreció un clima donde vencer en el relato se convirtió en prioridad, mientras que las víctimas y la verdad quedaron en un segundo plano.
Es necesario recordar cómo inició otro fenómeno igualmente macabro: el oportunismo político de unos y de otros, que favoreció un clima donde vencer en el relato se convirtió en prioridad, mientras que las víctimas y la verdad quedaron en un segundo plano.
En 2004 se cumplía el primer aniversario de la invasión ilegal de Irak, el relato propagandístico por excelencia de la Administración de George W. Bush, sobre una supuesta guerra de civilizaciones no conseguía imponerse en la esfera europea. ¿El motivo? Entre otras cosas, las discrepancias entre las potencias centrales europeas en ese momento (eje franco-alemán) y EE.UU. al respecto de la propia invasión del país de Oriente Medio.
En España, igualmente, el debate estaba sobre la mesa. José María Aznar, presidente del Gobierno, se había destacado en el apoyo a EE.UU. en su plan contra Irak; así, junto a Polonia, Portugal y Reino Unido, se convirtió en el apoyo más visible en territorio europeo a la invasión estadounidense de Irak.
Con un rechazo de más del 90 % de la población española a la participación de su país en esta invasión, el partido de la oposición –en ese momento, el PSOE– liderado por José Luis Rodríguez Zapatero, se cubrió con la bandera del "No a la Guerra" en su camino hacia la Moncloa.
Tres días después de estos atentados estaban previstas las elecciones generales en España y el resultado fue una contundente victoria del candidato de oposición. Para muchos, el análisis era sencillo: el terror habían determinado esos comicios. Sin embargo, es necesario ir más allá.
El Partido Popular (Aznar no se presentó en esa elección) no solo perdió las elecciones por el atentado, sino también porque mentían y habitualmente eran descubiertos, y también porque la polarización social estaba cuestionando la política internacional española.
En tres días, el gobierno de Aznar hizo una recopilación de lo peor de su mandato: mentir, actuar de forma autoritaria, forzar investigaciones y faltar el respeto a las víctimas. Un recordatorio, a días de las elecciones, de los motivos por los que esa administración ya venía siendo cuestionada con anterioridad a los terribles hechos del 11 de marzo.
En primer lugar, se apresuraron a señalar como responsables de estos atentados terroristas a la organización armada independentista vasca ETA. Esta organización emitió varios comunicados rechazando su autoría, al tiempo que las investigaciones que iban realizándose apuntaban en la dirección de Al Qaeda, que, además, acabaría reivindicando el atentado.
Sin embargo, el gobierno de Aznar, con el ministro de Interior, Ángel Aceves, a la cabeza, siguió insistiendo sobre la teoría que vinculaba el atentado con el independentismo vasco y no con la política exterior que había seguido su gobierno.
Esta actitud no era una novedad. Mentir y usar el altavoz mediático con fines partidistas para ocultar escenarios de crisis recordaba demasiado a cómo actuó el gobierno de Aznar tras la crisis del petrolero Prestrige, en las costas gallegas en 2002, o con el caso del avión ucraniano siniestrado en Turquía con sesenta y tres militares españoles a bordo, en 2003.
En ese sentido, las protestas contra el gobierno de Aznar habían ido creciendo durante esa legislatura, llegando al zenit con las manifestaciones masivas en todo el Estado contra la participación de España en Irak, que señalaban, a su vez, otra mentira: las supuestas armas de destrucción masiva.
El Partido Popular (Aznar no se presentó en esa elección) no solo perdió las elecciones por el atentado, sino también porque mentían y habitualmente eran descubiertos, y también porque la polarización social estaba cuestionando la política internacional española.
La España de Zapatero no fue la heredera de las marchas contra la guerra en 2003, sino la que gastó más de 4.200 millones en misiones militares en el exterior, y mantuvo a más de 3.000 efectivos desplegados en operaciones en Afganistán, Líbano, Somalia o Libia.
Zapatero inició su gobierno retirando –tal y como había prometido– las tropas españolas de Irak. Sin embargo, esto no supuso una verdadera autonomía al respecto de Washington, y menos aún, la aplicación de una política internacional bajo esa bandera "pacifista" que había aupado al político del PSOE hasta la Moncloa.
En 2014, Zapatero se disponía a defender en el Congreso la intervención de España en Libia. A sus ojos, Libia debía ser un caso muy diferente al de Irak. Desde que había llegado al poder en 2004, hasta ese momento, el presidente se había convertido en el más intervencionista de la historia del país, creando una escuela en la que se inscribieron con facilidad Mariano Rajoy (que retornaría las tropas a Irak) y el actual presidente, Pedro Sánchez.
La España de Zapatero no fue la heredera de las marchas contra la guerra en 2003, sino la que gastó más de 4.200 millones en misiones militares en el exterior, y mantuvo a más de 3.000 efectivos desplegados en operaciones en Afganistán, Líbano, Somalia o Libia.
En el vigésimo aniversario de los terribles atentados de Madrid, el medio Euronews destaca: "11-M: Veinte años del atentado que cambió la lucha antiterrorista en Europa", señalando que estos hechos sirvieron para facilitar una política antiterrorista común en territorio europeo y, sobre todo, para que el pueblo se concienciara de la amenaza del terrorismo yihadista. De nuevo, construyendo un relato que no busca las causas profundas que condujeron al atentado sino el uso oportunista que se puede, aún hoy, sacar de él.
Nadie señala que Al Qaeda se desarrolló gracias al apoyo que desde Occidente se dio a los muyahidines en Afganistán, solo por los intereses geopolíticos de desgastar a la Unión Soviética, que tenía un acuerdo de defensa con el gobierno afgano. Tampoco el rol de desestabilización histórico que occidente ha llevado a cabo en todo el mundo árabe y que ha favorecido escenarios de radicalización político-religiosa. Ni siquiera se habla de las consecuencias internas, el aumento de la islamofobia y de los enfrentamientos racistas y raciales dentro del propio continente europeo.
Otro gran ausente del "debate" es el análisis de cómo la aplicación de determinadas "políticas antiterroristas" se han usado y se usan para mermar derechos civiles y políticos. Al contrario, vemos como siguen utilizando las consecuencias derivadas de estos actos para, como hizo Zapatero, aumentar el intervencionismo criminal en el resto del mundo, agravando el problema y también sus consecuencias.
Las víctimas, aquellos trabajadores y estudiantes que iban en el tren son olvidadas o, como mucho, sirven para seguir aprovechándose de su memoria, haciendo un uso oportunista para garantizar intereses geopolíticos y económicos perversos, que solo benefician a personas que jamás han pisado un tren de cercanías en Madrid en hora punta.