Georgia y las consecuencias del negacionismo de Occidente

Carmen Parejo Rendón

Josep Borrell, que pronto abandonará el cargo de Alto Representante de la política exterior de la Unión Europea, mostró su preocupación por un "alejamiento de los valores y principios de la UE" en Georgia. Al fin y al cabo, en su criterio, los georgianos han cometido un error muy grave: votar mal.

Sin embargo, lo cierto es que Georgia ha mantenido una estrecha relación con Occidente desde la desintegración de la URSS, mostrando su interés en integrarse tanto a la Unión Europea como a la OTAN.

El país solicitó la adhesión a la UE en marzo de 2022 y obtuvo el estatuto de candidato en diciembre de 2023. Del mismo modo, en julio de 2016 entró en vigor el Acuerdo de Asociación UE-Georgia con una zona de libre comercio de alcance amplio y profundo, aunque este pacto ya se aplicaba de forma provisional desde 2014.  

En relación a la OTAN, un punto clave fue la declaración en la cumbre de la organización celebrada en Bucarest, en 2008, cuando se aseguró que Georgia se convertiría en miembro de la alianza, aunque sin establecer un cronograma específico.

Es cierto que en los últimos años el partido Sueño Georgiano, vencedor de los recientes comicios, ha mostrado ciertas posturas críticas al respecto de la expansión de la OTAN, sobre todo en relación al análisis sobre el conflicto en Ucrania, pero aun así eso no ha supuesto una ruptura de relaciones con Occidente, en especial con la UE, a la que siguen aspirando integrarse. Entonces, ¿por qué están tan molestos?

El rechazo que tanto la UE como EE.UU. han mantenido ante la recuperación de los vuelos directos con Rusia no es ninguna novedad, como tampoco lo son las molestias que generó entre los socios atlantistas la negativa de Tbilisi a implementar las sanciones occidentales contra Moscú.

"El número de vuelos directos a varios destinos desde o hacia Rusia ha aumentado significativamente durante el periodo de referencia", señalaba Borrell durante su comparecencia. Más allá del relato que el político español pretendía construir sobre una suerte de teoría de la conspiración de "injerencia" rusa, sus palabras esconden algo más básico e interesado.

El rechazo que tanto la UE como EE.UU. han mantenido ante la recuperación de los vuelos directos entre ambos países vecinos no es ninguna novedad, como tampoco lo son las molestias que generó entre los socios atlantistas la negativa de Tbilisi a implementar las sanciones occidentales contra Rusia.

Rusia y Georgia no han recuperado aún sus relaciones diplomáticas, rotas tras el conflicto en Osetia del Sur, en 2008. Sin embargo, los nexos económicos se han mantenido e incluso incrementado en los últimos años. En ese sentido, Sueño Georgiano trata de aplicar una política pragmática, donde las buenas relaciones con Occidente no impliquen un enfrentamiento con sus vecinos y, en especial, una ruptura total con Moscú, algo que desde Occidente parecen no entender.

En su declaración, Borrell también aprovechó para establecer una macabra comparación entre la nación caucásica y Ucrania, al asegurar que el país eslavo sí está haciendo bien las cosas, ya que "pelea en dos frentes: en el campo de batalla, en la guerra real, y por otra parte luchando por promover las reformas que le permitirán ser parte de la UE".

Podemos "estar tranquilos" porque los ucranianos no han podido votar ni bien ni mal, pese a que el mandato de Volodímir Zelenski expiró el pasado 20 de mayo. ¿De verdad alguien en su sano juicio querría el destino que los aliados occidentales han generado en Ucrania?

El golpe de Estado del Euromaidán supuso el inicio de una guerra civil, la pérdida de parte de su territorio y una catástrofe demográfica para Ucrania, que pasó de 40 millones de habitantes a solo 15 millones en la actualidad.

Batallones fascistas integrados en las Fuerzas Armadas del país, homenajes a colaboracionistas nazis como Stepán Bandera, la consolidación de una red internacional de formación militar para grupos neonazis de todo el mundo, son solo algunos de los logros que ha cosechado el actual régimen de Kiev, aupado y sostenido por los "valores y principios" de Washington y Bruselas.

Sin embargo, podemos "estar tranquilos" porque los ucranianos no han podido votar ni bien ni mal, pese a que el mandato de Volodímir Zelenski expiró el pasado 20 de mayo. ¿De verdad alguien en su sano juicio querría el destino que los aliados occidentales han generado en Ucrania?

No deja de ser paradójico que mientras la UE exige a Georgia que solvente sus conflictos internos y la polarización de su sociedad, como una de las exigencias para entrar en la alianza, esté a su vez favoreciendo el enfrentamiento en el país y dicha polarización. Tratando de forzar al país, como ya ocurrió con Ucrania, a ser un peón más en la ofensiva de la OTAN contra Rusia, aún a costa de su propia destrucción.

Sin embargo, los socios atlantistas se equivocan, ya no estamos en 2014 ni en 2008. El mundo ha cambiado, Georgia está reforzando alianzas comerciales con distintas naciones como Turquía o China. La dependencia occidental ha llegado a su fin, una realidad que se manifestó de forma clara en la reciente cumbre de los BRICS, donde se demostró que, pese a las presiones de Occidente, Rusia no solo no está aislada, sino que es parte de un nuevo mundo en ascenso.

El negacionismo de la realidad actual del mundo está llevando a los socios atlantistas al ridículo, creyendo que aún pueden andar exigiendo a otras naciones que defiendan sus intereses. Y progresivamente, esta negación de la realidad también les llevará al aislamiento. Un mundo multipolar no va a aceptar exigencias e imposiciones, sino negociaciones de igual a igual.