Los candidatos presidenciales de Argentina debatirán por primera vez el próximo domingo, a dos semanas antes de la elección, en medio de campañas contrastantes que van de la euforia oficialista por el éxito de sus movilizaciones masivas y la calma del peronismo que siente casi garantizado el triunfo.
Aunque hay seis candidatos, la mirada está puesta en los dos principales: el presidente Mauricio Macri, quien busca la reelección con su alianza Juntos por el Cambio, y Alberto Fernández, el jefe de Gabinete que logró unir a gran parte del peronismo y a otras fuerzas políticas en el Frente de Todos y que lleva en su boleta como candidata a vice a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, garantía de gran parte de los votos.
Ambos encaran con espíritus opuestos un debate que por primera vez es obligatorio y en el que la mayoría de los periodistas designados como moderadores son oficialistas.
Macri llega ilusionado por el éxito de las masivas marchas 'Sí, se puede' que comenzó a realizar el pasado 28 de septiembre y con las que recorrerá 30 ciudades antes de la elección. Es su estrategia principal para levantar el ánimo y la intención de voto después de la derrota de las elecciones primarias del 11 de agosto, en las que perdió al obtener el 31,8% de los votos contra el 47,7% que alcanzó Fernández.
Desde ese día, Macri ha vivido dos meses intensos: se enojó, regañó a los votantes, pidió perdón, no asumió su responsabilidad en la nueva devaluación y culpó a la oposición, echó a su ministro de Hacienda y nombró a uno nuevo, negó las primarias y luego dijo que iba a dar vuelta a los resultados, lloró ante la multitud que fue a apoyarlo a Plaza de Mayo, lanzó la campaña del 'Sí, se puede', invadió las redes sociales con mensajes de autoayuda, amplió programas asistenciales, aplicó medidas represivas como pedir el documento de identidad en trenes y prometió nuevos programas como si fuera candidato opositor y no quien gobierna desde fines de 2015.
A la desazón por la derrota se sumaron las malas noticias económicas resultado de su gestión: la pobreza aumentó al 35,5%, lo que implica que dejará al país más pobre que cuando lo recibió, la inflación acumuló 62,9% en un año, el dólar pasó de 46,20 a 59,50 pesos y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se negó a enviar los 5.400 millones de dólares que Macri necesitaba para enfrentar la recta final de las campañas.
El fracaso en las primarias abrió peleas internas en la alianza que lo llevó al poder. Parte del gabinete y aliados alimentan la optimista versión de que el 27 de octubre Macri aumentará caudal de votos, Fernández los reducirá y entonces ambos se enfrentarán en la segunda vuelta del 24 de noviembre que el presidente, finalmente, ganará.
Pero otros sectores del oficialismo, encabezado por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (el único que tiene serias expectativas de reelección), y la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, ya se resignaron a la derrota en las presidenciales en primera vuelta e iniciaron la construcción del post macrismo que se vislumbra como la principal oposición al eventual gobierno de Fernández.
Las más de 15 encuestas publicadas en las últimas semanas les dan la razón a los pesimistas del gobierno. Todas coinciden en que Fernández ganará en primera vuelta con más del 50% de los votos y que Macri quedará en un lejano segundo lugar, a lo sumo con un 38%. La cuestión es que la mayoría de las consultoras erró en sus vaticinios en las elecciones primarias y, ante el desprestigio generalizado, ahora nadie se atreve a confiar por completo en los estudios que, después del domingo, intentarán medir si el primer debate cambia o no el escenario rumbo al 27 de octubre.
El presidente asiste confiado al encuentro con sus oponentes gracias al recuerdo del éxito que tuvo en los debates presidenciales de 2015, en los que mostró el resultado de arduos entrenamientos previos que le permitieron lanzar eslóganes efectivos y concluir con un premeditado, ardiente y telenovelero beso de su esposa, Juliana Awada, en el escenario. El problema es que Macri incumplió la mayoría de las promesas que les hizo hace cuatro años a los argentinos en esos debates y hoy carece de indicadores económicos y sociales positivos para presumir. No hay besos que reparen el fracaso de una gestión.
Lo que sí tiene el presidente es la esperanza de evitar la derrota. La marcha del 'Sí, se puede' está dotada de un aura épica que el gobierno y sus simpatizantes dispersan por las redes sociales, sorprendidos por las multitudes que arropan a Macri, un líder político que nunca promovió ni disfrutó el contacto directo con la ciudadanía. Su equipo y él mismo pensaban que ese tipo de actos formaban parte de "la vieja política". Ahora, en cambio, se ufanan de que "parece la gira de los Rolling Stone". Les emociona la posibilidad de que las plazas llenas se transformen en urnas llenas. No siempre ocurre.
En el afán de ganar, Macri comenzó a apelar a la derecha más derecha y sorprendió al transformar su campaña en un tour en defensa del aborto clandestino. "Claramente, a favor de las dos vidas", gritó en Mendoza y repitió en Neuquén para allegarse la simpatía de grupos evangélicos y ultraconservadores que el año pasado demostraron su poder e influencia para impedir que se legalizara la interrupción del embarazo.
La desesperación de un presidente urgido de votos quedó en evidencia, también, la tarde en que besó el pie de una señora en el escenario, en plena sobreactuación de su nuevo papel como líder populista.
Por el contrario, en la campaña de Fernández no hay actos masivos en las calles, ni lágrimas, ni gritos, ni besos en los pies de los votantes.
Después de su victoria en las PASO, el exjefe de Gabinete realizó viajes a España, Portugal, Bolivia y Perú en los que fue recibido como si fuera jefe de Estado. A diferencia de Macri, su agenda incluye entrevistas con todo tipo de medios, ya sean afines o antikirchneristas. Además, recibió a empresarios, sindicalistas, gobernadores, delegados del Banco Mundial y del FMI en reuniones privadas en las que, más que un candidato, parece más bien un presidente electo que, en la semana previa al debate, está dedicado a la definición de su gabinete y al diseño de políticas de gobierno.
En las últimas semanas, la intensidad de sus actividades se redujo y el evento más importante de Fernández en términos de asistencia fue la presentación de su programa 'Argentina contra el hambre'. Entre muchas otras definiciones de lo que hará si gana las elecciones, anunció que se alejará del Grupo de Lima para emular a México y Uruguay en la posición no intervencionista contra Venezuela, tuvo idas y vueltas en sus anuncios para un rediseño impositivo e insistió en que la expresidenta no tendrá injerencia en los nombramientos de los ministros. Las dudas sobre el papel que desempeñará Fernández de Kirchner son permanentes.
Tanta tranquilidad de Fernández inquieta a algunos sectores peronistas que consideran que el freno de la campaña puede ser riesgoso cuando faltan sólo dos semanas para las elecciones. Subestimar a Macri, lo saben, le dio ventaja en 2015.
Desde otros ámbitos, sin embargo, le dan la razón al candidato del Frente de Todos. Después de las elecciones primarias, por ejemplo, ya han sido liberados siete exfuncionarios y empresarios vinculados al pasado gobierno kirchnerista que cumplían prisiones preventivas y que en su mayoría estaban acusados por corrupción, a lo que se añade la postergación de juicios contra la expresidenta. En Argentina, es sabido que el Poder Judicial se acomoda al poder político de turno, por lo que las liberaciones se interpretan como la convicción de jueces de que el peronismo triunfará el 27 de octubre.
Para ello todavía habrá que esperar los debates de este domingo y el del 20 de octubre, en los que además de Macri y Fernández participarán los candidatos de Consenso Federal, Roberto Lavagna; Frente de Izquierda Unida, Nicolás del Caño; Frente Nos, Juan José Gómez Centurión; y el Frente Despertar, José Luis Espert.