El valor de una tradición mexicana que hoy acoge a Evo Morales (y a miles de perseguidos políticos en el pasado)
México es un país de puertas abiertas y recibe y protege a perseguidos políticos.
Esa es una de las primeras lecciones que los mexicanos aprenden en la escuela desde que son niños. Les enseñan a sentirse orgullosos por un valor que trasciende lo meramente histórico o diplomático. A saber cómo, por qué durante el siglo pasado miles de españoles, argentinos, chilenos, brasileños y uruguayos, entre otros, fueron cobijados y enriquecieron la vida política, social, económica y cultural del país.
La gratitud con México es una constante. Aunque hayan pasado décadas, los exiliados, sus familias, incluso los ciudadanos que no pudieron viajar y se quedaron en países que padecieron golpes de Estado, revoluciones, guerras o crisis económicas, sólo tienen palabras de agradecimiento hacia los mexicanos. El reconocimiento es internacional.
El asilo otorgado al presidente Evo Morales después del golpe de Estado en Bolivia se inscribe en esa tradición.
Por eso, más allá de las frases de odio que se multiplicaron en medio de la polarización política que hay en México y Bolivia, las redes sociales se colmaron de mensajes que recordaron el papel solidario y protector que jugó México en otros momentos de la historia: "Volvemos a los días en que fuimos refugio amoroso y ejemplo mundial", "Gracias México por tanto", "Gracias por cobijar a tantos argentinos en momentos muy dolorosos", "México lindo y querido, en la memoria de tantos argentinos, chilenos y uruguayos por darnos cobijo en los momentos más oscuros, nunca nos vamos a olvidar", "Agradecimiento profundo al pueblo hermano de México, que en los momentos de dictadura militar argentina también ha recibido a muchos de mis compatriotas perseguidos", "Eternamente agradecidos a los mexicanos por tantos a los que ha brindado asilo en nuestra historia, hoy honra su tradición nuevamente", "Aplausos para México y su gran tradición de asilo. Es un bálsamo entre tanto horror".
El canciller mexicano, Marcelo Ebrard, lo explicó de manera formal. Citó el artículo 15 de la Constitución mexicana, que no autoriza: "La celebración de tratados para la extradición de reos políticos, ni para la de aquellos delincuentes del orden común que hayan tenido en el país donde cometieron el delito, la condición de esclavos; ni de convenios o tratados en virtud de los que se alteren los derechos humanos".
También recordó que la posición humanitaria, que se convirtió en un derecho soberano y pilar de la política exterior mexicana, data de 1853, cuando se emitió la primera norma en materia de asilo y México y Colombia firmaron un tratado de no extradición por delitos políticos.
Dos décadas más tarde, llegó a México el primer asilado célebre, el poeta José Martí, quien, luego de un periplo por otros países, volvió a Cuba para liderar la pelea por la Independencia de la isla. El prócer latinoamericano murió luchando. La relación entre México y Cuba quedó marcada por una cercanía que trascendió lo geográfico. Tanto, que en 1955 México recibió a otro exiliado cubano llamado Fidel Castro, el hombre que conocería en la ciudad de México al médico argentino Ernesto 'Che' Guevara. Juntos partirían de las costas del Golfo de México para hacer la Revolución y terminar con la tiranía de Fulgencio Batista.
Una vez que Castro llegó al poder, México volvió a hacer gala de sus principios de autonomía y se convirtió en el único país de América que jamás rompió relaciones diplomáticas con la isla. Prevaleció el postulado de "no intervención" y México no criticó al gobierno castrista ni apoyó medidas que afectaran a Cuba y que, incluso hoy, siguen promoviendo otros países de la región.
Pero antes de Cuba, fue España. En 1939, el presidente Lázaro Cárdenas comenzó a recibir a los republicanos que necesitaban exilio ante la persecución de la dictadura de Francisco Franco. En sólo tres años llegaron más de 20.000 españoles, entre ellos los famosos "niños de Morelia", 456 menores de edad que fueron rescatados en un barco que atravesó el Atlántico.
México, que había apoyado a la República española, fue a contracorriente de la llamada "comunidad internacional" y no reconoció jamás al gobierno de Francisco Franco. Reanudó las relaciones con España hasta 1977, una vez muerto el dictador y recuperada la democracia.
Mientras en España el fascismo se asentaba, Cárdenas recibía en México a otro asilado de peso. Gracias a la intervención del pintor Diego Rivera, León Trotsky, el héroe de la revolución rusa que había roto con Joseph Stalin, llegó al país en 1936. Cuatro años más tarde fue asesinado en su casa del barrio de Coyoacán, que hoy es un visitado museo en su honor.
En los años 70, las dictaduras sudamericanas impusieron el terror. Y México volvió a salir al rescate. Una oleada de chilenos llegó al país después del golpe de Estado contra Salvador Allende. Lo mismo hicieron, en simultáneo, ciudadanos uruguayos que escapaban del régimen de Juan María Bordaberry. Antes, ya habían arribado brasileños acosados por la dictadura que derrocó al presidente João Goulart.
Los argentinos comenzaron a refugiarse en México incluso antes del golpe encabezado por Jorge Rafael Videla, debido a la violencia política que antecedió al gobierno militar. Fue el exilio más numeroso, ya que se calcula que fueron recibidos unos 8000 argentinos. En cada país en donde había represión, México abría las puertas de sus embajadas para proteger a los perseguidos, como hizo desde el domingo una vez consumado el golpe de Estado en Bolivia.
En la ciudad de México se destinó incluso el complejo de la Villa Olímpica, que había sido construido para albergar a los deportistas que participaron en las Olimpiadas de 1968, para que los exiliados sudamericanos tuvieran un lugar para vivir. El gobierno les ayudaba a conseguir trabajo y a sus hijos les facilitaba la inscripción en las escuelas públicas. Cuando sus países recuperaron la democracia, muchos de ellos volvieron, pero otros se quedaron para siempre en el país que los había adoptado.
A fines de los 90, convertido en el primer jefe de izquierda de la capital mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas hizo honor al legado de su padre, Lázaro Cárdenas, y declaró al entonces DF como ciudad refugio para escritores perseguidos. Salman Rushdie, acosado por la fatua del ayatolá Jomeini que lo condenaba a muerte, era uno de los casos más famosos, pero no el único. Desde entonces, autores de Egipto, Irán, Siria, Chad, Serbia, Kosovo, Argelia, Birmania, Senegal, Irak, Rusia y Zimbabwe han sido acogidos en la Casa Refugio Citlaltépetl, en la ciudad de México.
Este aplaudido rasgo de la política exterior mexicana arrastra contradicciones. En los 70, mientras recibía a los exiliados sudamericanos, el gobierno del presidente Luis Echeverría mantenía su propia y secreta guerra sucia contra guerrilleros mexicanos. Acumulaba muertos y desaparecidos. Pero de eso no se hablaba en la prensa.
Y hoy, el maltrato a los migrantes sudamericanos, que atraviesan el territorio mexicano con la esperanza de llegar a Estados Unidos, obligados por la violencia social y económica que padecen en sus países, no corresponde con la ayuda y protección que México debería brindarles en aras de respetar su propia tradición.
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