El gobierno de Alberto Fernández en Argentina está en vías de convertir al feminismo en uno de sus principales sellos de identidad. En una bandera propia.
La creación de un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y una dirección de Economía y Género, la promesa de promover la legalización del aborto y la designación de reconocidas militantes feministas en múltiples cargos son apenas esbozos de las políticas que está aplicando el presidente en un país que está a la vanguardia de las luchas de las mujeres en América Latina.
No es para menos. Hace 34 años, un puñado de feministas comenzó a realizar el Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina. Eran mediados de los 80, el tema todavía no formaba parte de la agenda prioritaria de los medios, del gobierno ni de la sociedad en general, pero la cita anual nunca dejó de cumplirse. Cada vez fue más masiva y se transformó en un caso inédito a nivel mundial. Creció tanto que en su edición 2019 contó con la participación de medio millón de activistas. Y, como reflejo de los necesarios procesos de diversidad e inclusión, hasta cambió de nombre para denominarse Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Transexuales, Travestis, Bisexuales y no binaries.
En el largo camino de avances, 2005 fue un año bisagra. Periodistas, escritoras, feministas recién llegadas al activismo o de larga y reconocida trayectoria convocaron a la marcha "Ni una menos", en repudio por los femicidios. La movilización fue histórica por su masividad. Demostró un hartazgo social que no había sido visibilizado. El grito argentino de "Ni una menos" trascendió fronteras y se convirtió en un lema global.
Cuatro años después, el debate por la legalización del aborto llegó por primera vez al pleno del Congreso y, ahora sí, la lucha feminista explotó en las calles con el pañuelo verde como un símbolo que también fue retomado en América Latina y en otras partes del mundo. El ex presidente Mauricio Macri sorprendió al habilitar la discusión parlamentaria, a pesar de que estaba en contra de los cambios. "El feminista menos pensado", lo calificaron algunos, con exageración. Fue una farsa. En la recta final de su gobierno, como parte de su campaña por la reelección y en medio del fracaso de sus políticas que sumieron al país en una grave crisis económica, Macri agitó el pañuelo celeste "en favor de la vida", que en realidad representa la negación de derechos. Pero su sobreactuación conservadora no le alcanzó y perdió las elecciones frente al candidato peronista que apoyaba la legalización.
Aunque la interrupción legal del embarazo no se aprobó el año pasado, sí abrió un intenso debate social protagonizado por miles de adolescentes, la nueva generación de militantes feministas. Una de ellas fue Ofelia Fernández, quien a sus 18 años se dio a conocer como una potente voz en la escena pública argentina. Tanto, que después del debate sobre el aborto se postuló a su primer cargo de elección popular al amparo del peronismo. Y ganó. Hoy es legisladora por la ciudad de Buenos Aires. La parlamentaria más joven de América Latina.
El triunfo de Alberto Fernández desató expectativas en los feminismos, en parte porque en su vida personal rompe con estereotipos familiares. Apoya de manera permanente a su hijo Estanislao, quien es drag queen. Además, el presidente no está casado y sólo vive con su pareja Fabiola Yáñez, quien ejerce de Primera Dama.
Cuando el presidente estaba en pleno armado de su gabinete, varias activistas comenzaron una campaña para exigir que hubiera paridad de género en las designaciones. La presión no surtió efecto. Entre 21 ministerios, 17 quedaron a cargo de varones y sólo cuatro de mujeres.
Sin embargo, sí hubo innovaciones. La más importante fue la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Al frente quedó la abogada Elizabeth Gómez Alcorta, quien a su vez eligió a un gabinete compuesto solamente por mujeres. Entre las nueve funcionarias nombradas destaca Alba Rueda, la primera mujer trans que ocupa una subsecretaría de Estado en este país.
Otra señal concreta del rumbo tomado por el gobierno fue la designación de Dora Barrancos, una de las intelectuales feministas más respetadas de América Latina, como asesora ad honorem del presidente. En el Ministerio de Economía, en tanto, se creó la Dirección Nacional de Economía y Género, nueva cartera a cargo de Mercedes D’Alessandro, destacada economista fundadora del sitio Economía Feminista y autora del exitoso libro del mismo nombre.
Poco antes de asumir, Fernández llegó de manera inesperada a la presentación de "Somos Belén", un libro en el que la periodista Ana Correa cuenta la historia de una joven que estuvo presa por haber tenido un aborto espontáneo. Ahí mismo, el presidente se reunió en privado con Belén y se abrazó con otra legendaria feminista, Nelly Minyersky. Desde entonces ha reiterado su apoyo a la interrupción legal del embarazo y ya anticipó que este mismo año enviará un proyecto para su discusión en el Congreso. La diferencia central con su antecesor es que el año pasado Macri habilitó el debate parlamentario pero no apoyó la legalización y, por lo tanto, no impulsó estrategia alguna para que la norma fuera aprobada. En cambio, Fernández sí hará presión política para que la reforma se concrete. Sabe que sería algo histórico.
Más allá del aborto, la equidad de género es un tema de permanente discusión fuera y dentro del gobierno, por ejemplo cuando se critica la ausencia de mujeres en fotos oficiales con gobernadores, intendentes, sindicalistas o cualquier otro colectivo de poder. Por eso, las nuevas funcionarias ya formaron el grupo "Mujeres gobernando" con el que ejercen presión para que en los actos públicos haya una mayor presencia femenina y para que en todos los planes de gobierno se incorpore una perspectiva feminista. O en cualquier actividad, como los partidos de funcionarios que se llevan a cabo en la residencia presidencial de Olivos. La futbolista y directora del Instituto Nacional de la Juventud, Macarena Sánchez, es una de las principales promotoras para que también se invite a mujeres.
Con todas estas medidas, las políticas feministas se asemejan, por su peso y representatividad en la incipiente gestión de Fernández, a lo que fueron las políticas de derechos humanos para los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
En 2003, cuando asumió Kirchner, sorprendió al enarbolar la lucha por los derechos humanos, en particular en lo referente a los crímenes cometidos durante la última dictadura militar de los años 70. "Somos los hijos y nietos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo", dijo el fallecido expresidente ante Naciones Unidas, al reivindicar a las mujeres que se enfrentaron a los represores para buscar a sus familiares y que nunca dejaron de luchar. Más tarde, Kirchner quitó el cuadro de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar y pidió perdón en nombre del Estado por los delitos de lesa humanidad cometidos por el Estado durante el gobierno de facto. Madres y Abuelas fueron asiduas de eventos oficiales y se erigieron como un sostén simbólico de los dos gobiernos de Fernández de Kirchner. Uno de los resultados concretos de estas políticas, que tuvieron reconocimiento internacional, fue la condena de cientos de represores.
El proceso no estuvo exento de contradicciones que ensombrecieron la larga batalla de los organismos, como un escandaloso fraude en la Fundación Madres de Plaza de Mayo y la inexplicable designación y permanencia de César Milani, un militar acusado por delitos de lesa humanidad, como jefe del Ejército durante el gobierno de Fernández de Kirchner.
La centralidad que los derechos humanos tuvieron en las políticas públicas es la misma que ahora está adquiriendo el feminismo, todavía sin contradicciones.