Alberto Fernández es el único presidente de América Latina que entiende la agenda feminista. Y que la retoma en su programa de gobierno.
Así lo demostró en el mensaje con el que inauguró las sesiones ordinarias del Congreso y que incluyó variedad de temas a tono con la rebelión que millones de mujeres protagonizan en contra de las violencias machistas en todo el mundo y que en Argentina tiene una fortaleza particular.
El anuncio más importante fue el proyecto para legalizar el aborto. Ya se sabía, ya lo había anticipado, pero igual emocionó a los colectivos de mujeres que hace décadas pelean por este derecho y que, pañuelo verde en mano, se aprestan a salir a las calles para presionar a diputados y senadores. La pelea va a ser voto por voto.
En su discurso, Fernández habló en lenguaje inclusivo, propuso incorporar la perspectiva de género en el diseño de políticas públicas y anticipó "un contundente programa" de Educación Sexual Integral y de prevención del embarazo no deseado. También adelantó un proyecto de ley para ratificar el Convenio contra Violencia de Género y Acoso Laboral y el relanzamiento de la Línea 144 para atención a víctimas de violencia de género. En el alud de referencias feministas, Fernández dijo que se reforzará la Ley Micaela (bautizada así en homenaje a una joven víctima de femicidio) para capacitar a funcionarios en temas de género.
Junto con la iniciativa sobre el aborto, presentó un Plan de 1000 Días con el que se garantizará la atención y el cuidado integral de la mujer embarazada y de sus hijos o hijas en los primeros años de vida. Así, su propuesta va por dos vías: que el Estado ampare los derechos de las mujeres que quieren ser madres y las que no. De todas. Al presidente nomás le faltó repetir el lema feminista: "La maternidad será deseada, o no será".
Antes de su mensaje en el Congreso, Fernández ya había creado el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad que encabeza la abogada Elizabeth Gómez Alcorta, quien eligió a un gabinete compuesto solamente por mujeres. Entre ellas destaca Alba Rueda, la primera mujer trans que ocupa una subsecretaría de Estado en este país. La respetada intelectual feminista Dora Barrancos aceptó ser asesora ad honorem del presidente. Y en el Ministerio de Economía se creó la primera Dirección Nacional de Economía y Género.
Son todas señales del rumbo feminista tomado por el gobierno y que el domingo tuvieron un punto culminante. Fernández hizo historia al convertirse en el primer presidente argentino que presentará ante el Congreso una iniciativa para terminar con el aborto ilegal, promesa lanzada desde la campaña y repetida desde que ganó. No sorprendió. Ya es un feminista predecible, lo que no resta trascendencia a un anuncio que contrasta con su antecesor.
Hace dos años, Mauricio Macri fue el primer presidente argentino que habilitó el debate parlamentario sobre el aborto a pesar de que siempre estuvo en contra de la legalización. Su decisión sorprendió tanto que algunos lo calificaron incluso como "el feminista menos pensado". Jamás lo fue. El tema tomó las calles, se instaló ante la opinión pública como nunca antes. Pero al expresidente nunca le interesó que la ley se aprobara, sólo permitió que se discutiera. Prefirió mantenerse al margen a pesar de que hubiera sido uno de sus escasos méritos, quizá el único derecho otorgado durante su gobierno. El proyecto terminó rechazado en el Senado.
Para peor, el año pasado, en su desesperada y fracasada búsqueda por la reelección, Macri decidió correrse todavía más a la derecha. En sus actos gritó una y otra vez que estaba "a favor de la vida", el lema de las organizaciones conservadoras que se oponen a la legalización y que convirtieron al pañuelo celeste en su símbolo de lucha para contrarrestar la marea de pañuelos verdes que salía en masa a militar el aborto legal.
Pero Macri perdió frente al candidato que prometió justo lo contrario: aborto legal, en un momento en el que las luchas feministas se topan con la resistencia del resto de los gobiernos de la región.
En el resto de América Latina
Andrés Manuel López Obrador vive en México un año de confrontación con el movimiento de mujeres. No lo entiende, no lo abraza. Su torpeza para abordar los femicidios y el feminismo en general derivó en la convocatoria al Paro Nacional de Mujeres que se realizará el próximo 9 de marzo. Si bien no es una protesta contra su gobierno, sino contra un sistema machista en general, también refleja la falta de respuestas y programas claros por parte del presidente para combatir las violencias de género.
Colombia está inmersa en un debate sobre el aborto que se permite por tres causales desde 2006 y que organizaciones conservadoras pretenden echar abajo para volver a penalizarlo por completo. El presidente Iván Duque rechaza la legalización, al igual que Jair Bolsonaro, el líder brasileño que, además, se caracteriza por sus frecuentes expresiones machistas y que pertenece a influyentes grupos evangélicos, los mismos que, después del golpe de Estado en Bolivia, están representados por la autoproclamada presidenta Jeanine Añez.
Algunos de manera más directa, otros más velada, Mario Abdo Benítez en Paraguay, Sebastián Piñera en Chile, Nicolás Maduro en Venezuela y Martín Vizcarra en Perú tampoco apoyan la legalización del aborto, uno de los principales reclamos feministas.
Por eso Uruguay todavía forma, junto con Cuba, la dupla de países latinoamericanos en donde sólo basta la voluntad de la mujer para interrumpir legalmente el embarazo. A pesar de que el nuevo presidente Alberto Lacalle Pou está en contra, ya garantizó que no intentará cambiar la ley.
En este escenario no es tan difícil que Alberto Fernández se destaque con el tinte feminista que ya impuso a su gobierno. Ojalá los demás presidentes sigan su ejemplo.