Hace un año, Alberto Fernández ni siquiera era candidato ni tenía mayor protagonismo político en Argentina. Hoy, en cambio, es el presidente que concita niveles inéditos de apoyo y confianza que superan el 90 %, y que contrastan con la caída en la imagen de colegas latinoamericanos como Jair Bolsonaro en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México.
El coronavirus lo hizo, porque su reacción a la pandemia que transformó al mundo aceleró la consolidación de su liderazgo.
La carrera política de Fernández cambió para siempre el 18 de mayo del año pasado, cuando la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que él sería el candidato a presidente y ella a vicepresidenta. La meta era evitar la reelección de Mauricio Macri. Lo lograron el 27 de octubre, el día que la fórmula peronista ganó las elecciones en primera vuelta con el 48,24% de los votos. Nada mal, aunque muchos militantes se quedaron con el sabor amargo de no haber arrasado con más del 50 %.
Desde la campaña, la oposición política y mediática sembró dudas sobre el papel de Fernández. En su afán de hacer creer que la que mandaba era la expresidenta, lo bautizaron "Albertítere". Las especulaciones continuaron una vez que asumió el poder el pasado 10 de diciembre. En ese momento, los niveles de confianza hacia el presidente eran similares al porcentaje de votos que había recibido.
Pero llegó la pandemia y el escenario se modificó.
Por lo menos seis encuestas dadas a conocer en las últimas semanas, en medio de la cuarentena obligatoria, y elaboradas por las consultoras Trespuntozero, Analogías, Opinaia, D'Alessio-Berenztein, Oh-panel y Managment & Fit coinciden en que la imagen positiva del presidente oscila entre el 60 % y el 70 %. Lo más sobresaliente es que el 90 % de la población apoya las medidas tomadas por el gobierno para enfrentar la emergencia de salud, incluidos los votantes macristas que manifiestan su confianza en el gobierno, algo que era impensable hace un par de meses.
¿Cómo lo logró? Fernández se convirtió en el vocero principal de la crisis. A diferencia de las resistencias de Bolsonaro y López Obrador, reconoció la gravedad de la situación y decidió tomar medidas drásticas por anticipado. Antes de que estallaran las cifras de contagios y muertes, canceló vuelos, cerró fronteras y decretó la cuarentena obligatoria. Él mismo tomó precauciones. Se vacunó contra la gripe común, suspendió actividades masivas y trabajó lo más posible en la residencia presidencial. Puso el ejemplo.
La búsqueda de consensos fue esencial, porque hacía más de una década que la división peronistas-antiperonistas (o kirchneristas-antikirchneristas) predominaba en el país. Los fanatismos irreductibles, los mensajes de odio en ambos extremos y las tensiones parecían perennes.
En ese clima de permanente confrontación, Fernández sorprendió al convocar y obtener el respaldo de la oposición y ofrecer conferencias de prensa acompañado del (¿todavía?) macrista jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y los gobernadores de Jujuy, Gerardo Morales, y Santa Fe, Omar Perotti. El apoyo explícito de líderes que hicieron a un lado las diferencias y que entendieron que ya habrá tiempo para reanudar los pleitos tranquilizó a gran parte de la población. La famosa "grieta", como llamaron aquí a la polarización y que en realidad fue negocio de unos cuantos políticos y periodistas durante mucho tiempo, se desdibujó.
El asombro no dio respiro a las y los argentinos. "Presidente Alberto Fernández: Usted es el comandante en la batalla, somos uno solo en esta pandemia", escribió en Twitter Mario Negri, jefe de la bancada de la alianza macrista Juntos por el Cambio en la Cámara de Diputados, en otra muestra de los inesperados cambios de las relaciones de la clase política argentina provocados por el coronavirus.
"Capitán de la tormenta" se convirtió en el nuevo apodo de un presidente que, al término de sus discursos por la pandemia, es aplaudido desde los balcones por la población en cuarentena que, a través de las redes sociales, se deshace en elogios por sus regaños a los empresarios que especulan con los precios o despiden a empleados; por reforzar programas sociales para atender a la población más vulnerable y anunciar medidas en favor de la clase media; por insultar a quienes evaden el encierro; por responder personalmente en Twitter a los ciudadanos que le piden felicitaciones de cumpleaños o le hacen consultas específicas. Por sus frases contundentes: "No tenemos que caer en la falsa dicotomía de que es la economía o la salud. Una economía que cae siempre se levanta. Una vida que se termina no la levantamos más". "No estoy peleando por la economía, estoy peleando por la vida". "Acá de lo que se trata para muchos empresarios es de ganar menos, no de perder. Bueno muchachos, llegó la hora de ganar menos". "El estado va a estar más presente que nunca". "Voy a ser duro con quienes especulen y despidan gente. Aquí nadie se salva solo".
En medio de la incertidumbre por el impacto que la pandemia tendrá en el país, hay un sector de la oposición que, aunque marginal, sigue activo. Algunos advierten, con razón, del riesgo de que el consenso social alrededor de las medidas tomadas por el presidente termine justificando actitudes autoritarias y violencia institucional. Las cada vez más frecuentes denuncias de abusos de las fuerzas de Seguridad en contra de personas que supuestamente violan la cuarentena mantienen encendidas las luces de alerta. Los linchamientos mediáticos en contra de los "rebeldes" son inmediatos. Otros exigen que el gobierno haga tests masivos y, sin mayores pruebas, denuncian que los contagios no se están contando correctamente. O advierten del desorden entre los anuncios y su aplicación. Una de las campañas más recientes, apoyada incluso por el expresidente Mauricio Macri, fue por la repatriación de miles de argentinos que todavía quedan varados alrededor del mundo y que Fernández suspendió para evitar la propagación del coronavirus. Aunque garantizó que embajadas y consulados se harán cargo de las necesidades de quienes quedaron atrapados en distintos aeropuertos, persisten los reclamos para que los rescaten.
El tono épico del oficialismo alrededor de la pandemia también es criticado por los opositores más intransigentes. Irritados por el mayoritario apoyo de la población al gobierno, lo comparan con el clima exitista que se gestó durante la Guerra de Malvinas que Argentina perdió frente a Gran Bretaña en 1982. Olvidan el pequeño detalle de que ese conflicto lo inició una dictadura.
Hoy, en cambio, hay un gobierno democrático que no es responsable de la pandemia y que, al igual que el resto del mundo, trata de enfrentarla de la mejor manera posible. Todavía no podemos saber si la estrategia será exitosa o no. Mucho menos qué pasará con la súbita popularidad del presidente y la colaboración opositora. Lo único seguro es que el coronavirus permitió que asomaran facetas ciudadanas y político-partidarias que hasta hace muy poco parecían utópicas. Bienvenidas sean.