El expresidente Mauricio Macri se fue de vacaciones a París.
Se fue en plena pandemia. Justo cuando los contagios y muertes van en aumento en Argentina, el país al que dejó sumido en una profunda crisis económica que se intensificó todavía más por el coronavirus.
La incertidumbre y el desasosiego acechan a millones de argentinos que ni siquiera pueden salir de sus casas para no exponerse al covid, pero Macri elige viajar en Europa acorde con su condición de millonario privilegiado. Él mismo y sus defensores creen que tiene derecho. Total, ya no gobierna. Ya no tiene responsabilidades de gestión.
El problema es que se supone que quiere liderar la oposición al gobierno de Alberto Fernández. Y que hace apenas ocho meses terminó un gobierno que dejó un triste saldo de deuda, pobreza, inflación y devaluación récords.
Todo ello explica que hoy la popularidad de Macri oscile entre el 10 % y el 20 %, según las encuestas que se difunden cada tanto, y que sea uno de los políticos peor valorados en el país.
Habrá que esperar los próximos sondeos para saber cuánto impactarán en la sociedad las imágenes de un Macri que pasea tranquilo por las soleadas calles parisinas junto a su esposa y su hija, que se hospeda en hoteles cinco estrellas y cena en exclusivos restaurantes. Que descansa después de sus largas vacaciones post gobierno, aun después de haber sido el presidente argentino que más días libres se tomó durante sus cuatro años de mandato.
Los 157 días de reposo que tuvo cuando gobernaba, sin importar en qué condiciones estuviera el país, le valieron una fama de indolencia que, ya fuera del poder, sigue alimentando.
Vive la liberté
"Acá se vive en libertad y con responsabilidad", dijo Macri apenas llegar a la capital francesa. Fue su modo de criticar por enésima vez a su sucesor por imponer una cuarentena como estrategia central para frenar a la pandemia, tal y como ha hecho la mayor parte de los países en el mundo más allá de las ideologías.
El expresidente usa y abusa de la palabra "libertad", como si alguien pudiera estar en contra de ser libres. Se apropia de un concepto. Lo vuelve falaz. Pero le sirve con su público, el mismo al que incita para que salga a las calles a defender una libertad que, en Argentina, no corre ningún peligro. Es una más de las batallas imaginarias de la oposición antiperonista.
Es, además, contradictorio, porque Macri declaró hace poco que espera que el Ejército venezolano intervenga para terminar con el gobierno de Nicolás Maduro. El expresidente mexicano Felipe Calderón también pidió una intervención armada en ese país. Al final, la derecha internacional poco y nada tuvo de moderna y democrática y apela al viejo y conocido golpe de Estado.
La declaración de Macri tuvo el mismo dejo de superioridad y desprecio que marcó a su gobierno. Porque creía, así lo decía, que él y los empresarios que llamó para formar parte de su gabinete se estaban sacrificando. En lugar de disfrutar sus fortunas, se ponían al servicio del país. Mártires del desarrollo y crecimiento económico que nunca llegó. Los bautizó como "el mejor equipo de los últimos 50 años". Pero todo les salió mal. Y cuando perdió las elecciones primarias y vio como el peronismo ganaba un apoyo mayoritario, culpó a los votantes de la crisis que empeoraba cada día más. Todavía hoy, simpatizantes macristas siguen insultando a quienes evitaron su reelección y permitieron el triunfo del peronismo en primera vuelta. "Genios del voto", los llaman con rencor.
De ahí que abunden las declaraciones de personajes que, con suma indignación, amenazan con irse del país en cuanto termine la pandemia. Para ellos, Argentina no tiene remedio. Es el mismo sentido que tiñe el viaje de Macri. Como bien definió el cómico Diego Capusotto: "Se creen los dueños de un país que detestan".
A todo esto, la agenda de Macri en Europa está cubierta por un velo de misterio. Nunca hubo información oficial, apenas trascendidos de que llegaría a París, se iría a la Costa Azul a jugar golf, y después a Suiza para asumir su cargo como presidente de la Fundación FIFA, un órgano creado recién en 2018 y sin mayor relevancia.
Macri, a quien en Argentina lo esperan varias causas judiciales, ya se reunió en París con Nasser Khelaifi, el magnate qatarí y presidente del club Paris Saint-Germain que está acusado de corrupción. También verá a su amigo Gianni Infantino, el presidente de la FIFA que es investigado por el mayor escándalo de corrupción en la historia del futbol. El mes pasado, visitó a otro amigo envuelto en líos judiciales, el expresidente paraguayo Horacio Cartes sospechado de vínculos con el narcotráfico y acusado de corrupción.
Ese viaje exprés a Asunción fue todavía más misterioso. Aunque al principio se especuló que Macri iba en plan de trabajo por su nombramiento en la FIFA, el propio expresidente aclaró después que sólo había volado para visitar a Cartes y al presidente Mario Abdo Benítez.
Sin cargo oficial que lo justificara, si solo iba a charlar con sus amigos políticos, podría haberse conectado desde su casa, como lo están haciendo millones de argentinos para cumplir la cuarentena. A qué fue Macri a Paraguay, de verdad, es una pregunta que, quizá, jamás tendrá respuesta.
Deudas impagas
La realidad se encarga de construir sus propias metáforas.
El martes, el gobierno de Alberto Fernández alcanzó al ansiado acuerdo con los acreedores de una deuda que generó mayormente Macri. Después de meses de tensión, con una economía mundial enfrentando su peor crisis en un siglo por la pandemia y con Argentina envuelta en un 'default' al que el macrismo rebautizó con el eufemismo de "reperfilamiento", el peronismo resolvió uno de los grandes problemas que heredó de su antecesor.
Al mismo tiempo, una de las llamadas "revistas del corazón" mostraba en portada las fotos del viaje de Macri en París. Muchas sonrisas. Mucho descanso. Mucha frivolidad. Nula empatía y sensibilidad hacia el país que gobernó. Como si él no tuviera nada que ver. Como si no fuera el responsable del mayor endeudamiento de los últimos años.
En Buenos Aires, varios de sus exministros hicieron gala de cinismo y felicitaron o cuestionaron la reestructuración de la deuda que ellos mismos dejaron sin resolver y que era una bomba de tiempo.
El escritor Alejandro Rozitchner, uno de sus asesores, solía decir que le preocupaba que el país no estuviera a la altura de Macri.
Quizá tenía razón. Quizá los argentinos merecían a otro tipo de presidente. Así lo entendieron. Y por eso lo cambiaron a fuerza de votos.