Plebiscito en Chile: una lección de lucha y esperanza que todavía tiene un largo camino por recorrer

Cecilia González

La historia suele tener momentos fundacionales.

El de Chile es la imagen de las y los estudiantes secundarios que en octubre de 2019 se rebelaron al alza del precio del boleto del metro. Se juntaron, gritaron, saltaron los molinetes una, dos, diez veces. Y desmoronaron los cimientos de la ficticia prosperidad del país que era puesto como exitoso ejemplo del neoliberalismo en América Latina.

Un año más tarde, gracias al estallido social impulsado por esos jovencitos y al arrasador voto del 78,2% en favor del "Apruebo" en el plebiscito realizado este domingo, se escribirá una nueva Constitución que sustituirá a la que dejó el dictador Augusto Pinochet y que, aun con múltiples reformas, era una pesada herencia para la democracia. Una loza que promovió la desigualdad, que nunca garantizó derechos para todos los ciudadanos y que fue el germen de los reclamos y las protestas inéditas, históricas y masivas que se convirtieron en una postal cotidiana del Chile revolucionado.

Según el presidente del Servicio Electoral, Patricio Santamarina, en términos absolutos nunca había votado tanta gente en el país: fueron 7,4 millones de chilenos y chilenas los que el domingo salieron a validar, a través de las urnas, un profundo cambio institucional que será histórico. Pero no fácil, ni rápido.

Cecilia González, escritora y periodista
Nunca había votado tanta gente en el país: fueron 7,4 millones de chilenos y chilenas los que el domingo salieron a validar, a través de las urnas, un profundo cambio institucional que será histórico. Pero no fácil, ni rápido.

Los activistas inician un nuevo capítulo. Hasta el domingo, la lucha se centraba en aprobar la redacción de la nueva Constitución. Ahora viene la integración de la Convención Constituyente.

El cronograma oficial establece que los chilenos tendrán que volver a las urnas el próximo 11 de abril para elegir al nuevo órgano, que estará compuesto por 155 ciudadanos representantes de la mayor cantidad posible de sectores de la sociedad, que tendrá paridad de género y cuotas todavía no definidas para pueblos originarios.

Uno o dos meses después de esas elecciones, los convencionales comenzarán a trabajar. Y entre enero y abril de 2022 deberán tener lista un texto constitucional que, en agosto de ese año, será sometido a un plebiscito para legitimar su aprobación y puesta en marcha. O su rechazo. El pueblo chileno tendrá la última palabra.

En medio de este proceso, el 21 de noviembre de 2021, Chile elegirá nuevo presidente. Por eso, para muchos políticos, el plebiscito se transformó en una señal para acelerar la competencia de candidaturas en un país que desde el año pasado tiene en Sebastián Piñera a uno de los presidentes con peores niveles de popularidad de América Latina

Debilidad

La noche del domingo, con las tendencias irreversibles del triunfo del "Apruebo", Piñera salió acompañado de su gabinete para dar un discurso en el que celebró la fortaleza democrática de Chile. Habló de madurez, responsabilidad y estabilidad. 

"Nuestro gobierno siempre estará del lado de la libertad, la paz, la democracia y los derechos humanos", dijo en un afán de capitalizar políticamente el plebiscito. ¿Podrá? Pareciera difícil, porque la última encuesta realizada por la consultora Criteria le otorga apenas un 22 % de aprobación. 

De todas formas, no es una mala noticia tomando en cuenta que, desde que comenzó la revuelta social, Piñera llegó a tener menos del 10 % de popularidad. La pandemia le permitió revertir escasamente este desplome, pero aun así no logra superar el 25 %. La debilidad de su gobierno es evidente y complica el año que le queda como presidente y que hoy se antoja eterno.

Sorprendió, además, que Piñera apelara a los derechos humanos, justo él, que sigue justificando las violentas y constantes represiones policiales en aras del orden y el cumplimiento de la ley.

Para gran parte de los manifestantes que celebraron anoche en la Plaza Italia de Santiago, rebautizada por ellos mismos como Plaza Dignidad, el resultado del plebiscito es una derrota para un presidente que se niega a reconocer y a responsabilizarse por las violaciones a los derechos humanos, por la arraigada violencia institucional ejercida por las fuerzas de Seguridad chilenas. Parece que nadie les informó que hace 31 años volvió la democracia.

Ahí están los informes de Amnistía Internacional, y de Michelle Bachelet, la expresidenta chilena y Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que reportan uso de armas letales, ataques indiscriminados contra manifestantes pacíficos y violentos, torturas, malos tratos, violaciones y abusos sexuales, detenciones arbitrarias masivas, heridas con armas de fuego a adultos, jóvenes, niñas y niños.

Ahí están, frente a las cámaras en vivo, los chorros de agua, las persecuciones, los gases lacrimógenos, la sangre. Los muertos, los mutilados, los heridos.

Mundos paralelos

Como en todo proceso, el respaldo al plebiscito y a la nueva Constitución no fue unánime.

Aprovechando uno de los más exitosos e insultantes lugares comunes que la derecha ha impuesto en la región, los opositores advirtieron que el país ahora será 'Chilezuela', que se implantará el comunismo y que Chile caerá en el abismo.

Raro. Es como si los nostálgicos defensores del fracasado modelo chileno no se hubieran enterado de todo lo que pasó desde octubre de 2019.

Cecilia González, escritora y periodista
Aprovechando uno de los más exitosos e insultantes lugares comunes que la derecha ha impuesto en la región, los opositores advirtieron que el país ahora será 'Chilezuela', que se implantará el comunismo y que Chile caerá en el abismo. Raro. Es como si los nostálgicos defensores del fracasado modelo chileno no se hubieran enterado de todo lo que pasó desde octubre de 2018.

Viven en realidades ajenas.

No es nuevo. Ya lo habíamos descubierto cuando el exministro de Economía Juan Andrés Fontaine, en plena crisis por el alza del boleto del metro, les recomendó a los trabajadores que se levantaran más temprano para evitar el costo extra. "Es necesario ese esfuerzo", convocó el rico funcionario que jamás usaba el transporte público y les pedía más sacrificios a la población.

Quizá nadie fue tan contundente entonces como Cecilia Morel, la esposa del presidente. "Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirlas... por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racionar la comida. Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", dijo en una involuntaria confesión a través de un audio que se filtró a la prensa y a las redes.

Este año, se sumó Jaime Mañalich, el entonces ministro de Salud. "Hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia", reconoció en medio de la crisis sanitaria provocada por la pandemia.

La falta de contacto de los ricos con respecto a la realidad social de Chile volvió a evidenciarse este mes por un estudio realizado por el Círculo de Directores (que reúne a importantes directores de empresas) y la firma de big data Unholster, y que reveló que los empresarios creen que el 25 % de la población chilena es de clase baja; el 57 % es clase media; y el 18 %, acomodada. Pero los indicadores ciertos son 77 %, 20 % y 3,0 %.

Creen que viven en un país con una mayoritaria clase media que, en verdad, no existe.

Otra realidad

Lo que sí existe es una sociedad agotada que se organizó en colectivos, que enfrentó al gobierno y a los Carabineros, que obligó al presidente y a la clase política en general a repensar su sistema democrático. A crear una nueva Constitución en la que se dará batalla por la inclusión, la pluralidad, la equidad, los derechos básicos y universales.

Es una sociedad en la que participan jóvenes como el que el domingo avisó: "Vengo por todos los que perdieron sus ojos", al referirse a las más de 300 personas que han sido mutiladas en ataques policiales durante las protestas sociales y que esperan justicia.

O la adolescente de 17 años que, impedida de votar por su edad, regaló lápices en la calle a todo aquel que lo necesitara para cruzar la boleta del plebiscito. O las y los chilenos que hicieron largas e inéditas filas en los consulados alrededor del mundo. Que lloraban cuando ganaba el "Apruebo" porque, a pesar de estar tan lejos de casa, ponían su granito de arena en esta lucha democrática.

Cecilia González, escritora y periodista
En la Plaza Dignidad, una bandera gigante resumía el principal objetivo de esta lucha: "borrar tu legado será nuestro legado". Era un mensaje dirigido al último dictador chileno. Ayer comenzaron a lograrlo.

Los agradecidos recuerdos a las y los jovencitos que el año pasado se saltaron los torniquetes del metro para protestar por el alza del boleto se repitieron a lo largo de la jornada. "Lograron cambiar la historia de Chile", reconocía un funcionario de mesa. Una mujer, emocionada por votar, advertía que gracias a ellos había terminado una larga espera de tres décadas para dejar atrás la Constitución pinochetista. Otra lloraba al acercarse a la urna. Votaba con la esperanza de un futuro mejor, en particular para que la comunidad mapuche, a la que pertenece, por fin sea respetada. "Gracias por el tremendo ejemplo de lucha que hicieron esos jovencitos, gracias por habernos abierto los ojos", decía.

En la Plaza Dignidad, una bandera gigante resumía el principal objetivo de esta lucha: "borrar tu legado será nuestro legado". Era un mensaje dirigido al último dictador chileno. Ayer comenzaron a lograrlo.