Las lecciones que deja la irresponsable campaña de desinformación sobre la Sputnik V en Argentina

Cecilia González

La revista Lancet validó la eficacia de la vacuna Sputnik V contra el coronavirus y lo que debería ser un motivo de celebración, dado el estado de emergencia sanitaria en el que se encuentra el mundo, para muchos periodistas y políticos argentinos fue de mera decepción.

Y cómo no. Después de meses de militar contra esta vacuna en particular, ya no tienen más elementos para rebatirla.

Pero el daño está hecho. La campaña de desinformación que alimentaron durante meses generó dudas en la población sobre la pertinencia de inmunizarse con esta o con cualquier vacuna. Una encuesta reciente publicada por el diario Tiempo Argentino reveló que el nivel de confianza en las vacunas bajó un 7,9 % en el último año. ¿El resultado? Tres de cada 10 ciudadanos consultados dijeron que no se vacunarían contra el coronavirus.

En su afán ultraopositor, personajes públicos convirtieron a la Sputnik V en una de las dos únicas vacunas con nacionalidad, junto con la china. Siempre hablaron, en tono escéptico o condenatorio, de "la vacuna rusa", a diferencia del resto de vacunas que mantienen los nombres de los laboratorios que las desarrollan.

La estrategia fue burda pero efectiva. Sin haber podido superar la era de la Guerra Fría, la derecha argentina todavía promueve la idea de un mundo bipolar de buenos y malos. Y Rusia, por supuesto, está en el segundo bloque, por lo tanto, todo lo que provenga de ahí, incluido un avance científico trascendental como una vacuna, debe ser malo, sobre todo si se hace en alianza con el gobierno peronista encabezado por Alberto Fernández.

De ahí que diarios, portales, programas de radio y televisión y redes sociales se colmaran durante semanas de la pregunta: "¿te pondrías la vacuna rusa?". Más que una duda, era una invitación tácita a no hacerlo.

Cecilia González, periodista y escritora
Sin haber podido superar la era de la Guerra Fría, la derecha argentina todavía promueve la idea de un mundo bipolar de buenos y malos. Y Rusia, por supuesto, está en el segundo bloque: todo lo que provenga de ahí, incluido un avance científico trascendental como una vacuna, debe ser malo.

En aras de sus pruritos ideológicos, fomentaron campañas antivacunas con eje en la desconfianza a la Sputnik V, sin consultar (mucho menos contratar) a periodistas científicos y a costa de poner en riesgo la vida y la salud de una población en medio de una pandemia.

Mentiras

Argentina fue el primer país de América Latina que recibió y comenzó a aplicar la Sputnik V. Por eso recrudeció la campaña para desacreditarla a toda costa, incluso a partir de las teorías más inverosímiles y absurdas que eran retomadas y amplificadas por la prensa opositora como si tuvieran algún viso de seriedad.

Uno de los ejemplos más peligrosos fue el de Elisa Carrió, una excandidata presidencial que llegó a interponer una denuncia por "envenenamiento y atentado a la salud pública" en contra del presidente por aplicar la vacuna. También convocó a no vacunarse y afirmó que la Sputnik V era solamente "un negocio" de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el gobierno ruso.

Su demanda judicial y las afirmaciones temerarias, que suele hacer sin presentar pruebas, fueron transmitidas por medios y periodistas amigos sin interpelación alguna a pesar de la gravedad de sus dichos. Es lo mismo que ocurre desde hace años: es una de las políticas más mediáticas y sus recurrentes y muchas veces fantasiosas acusaciones son reproducidas sin ningún tipo de cuestionamiento.

Otros periodistas o figuras opositoras repitieron hasta el cansancio que jamás se aplicarían la vacuna rusa, que su eficacia no estaba demostrada, que la habían probado en apenas unas decenas de personas, que los ensayos clínicos no eran suficientes, que no estaba validada por la comunidad científica internacional, que tenía graves efectos adversos. Era lo peor. Así y todo, luego se quejaron de que no llegaban las dosis prometidas. 

"Quién sabe qué mierda nos van a inocular", llegó a decir en plena sesión Soher El Sukaria, una diputada del partido del expresidente Mauricio Macri.

Uno de los efectos más perniciosos fue el clima de desconfianza que generaron en torno a la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) de Argentina, el organismo que controla la calidad, seguridad y eficacia de productos como las vacunas y que goza de prestigio internacional.

Estrategias

Como la Anmat revisó y autorizó la aplicación de la Sputnik V en tiempo récord debido a la urgencia de morigerar la pandemia –lo que organismos similares de otros países también hicieron y por los mismos motivos–, parte de la oposición se lanzó en su contra y promovió dudas sobre su credibilidad para dañar a un organismo de renombre con tal de sacar un rédito político. De ese tamaño la mezquindad.

Luego de la publicación de Lancet están haciendo malabares para afirmar que el problema no era la vacuna, sino el gobierno, que tenían que esperar a que la validación proviniera de una revista especializada. La aprobación de las y los científicos de la Anmat no les alcanzaba.

En México, bastó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador anunciara la compra de la Sputnik V para que se replicara la campaña negativa que ya se había desatado en Argentina, con los mismos prejuiciosos y falaces argumentos. Por suerte duró menos, porque el artículo de Lancet se publicó antes de que la vacuna comenzara a distribuirse en ese país.  

Ni hablar de los sectores más radicalizados que siguen difundiendo que las vacunas –todas, ya no solo la Sputnik V– afectan la fertilidad; que incluyen un chip que inocula el comunismo o un chip 5G para que el empresario Bill Gates controle a las personas; que cambian el ADN; que se elaboran con fetos abortados.

Todas esas ideas forman parte de las convicciones antivacunas y anticiencia que siguen recorriendo el mundo. Cada vez son más las personas que, sin importar país o clase social, adhieren a teorías conspiracionistas que son muy difíciles de desarmar porque se basan en creencias y no aceptan información, datos o argumentos que las desmientan. En muchos casos, pesan más las filias y fobias políticas que las pruebas.

Sensatez

Lo terrible del caso argentino es que la desinformación sobre las vacunas fue protagonizada por personajes populares, ya sea políticos o mediáticos, que no dudaron en manipular a la opinión pública.

Cecilia González, periodista y escritora
No esperamos que nadie pida disculpas por haber promovido la antivacunación, pero ojalá lo ocurrido sea una lección para entender la importancia de manejarse con más responsabilidad en medio de la crisis sanitaria mundial.

Por supuesto que el gobierno argentino –todos los gobiernos– deben manejar las negociaciones y los contratos de las vacunas con transparencia. Las autoridades tienen el mayor grado de responsabilidad en construir credibilidad, en diseñar calendarios de vacunación cumplibles, en no prometer metas irrealizables que erosionen la confianza pública, en no sobreactuar épicas, en no contradecirse entre funcionarios, en evitar las declaraciones desafortunadas.

De todo eso y más el periodismo tiene que dar cuenta sin sucumbir a la 'indignacionitis', a una posición absolutamente negativa. Dudar, investigar y cuestionar a los gobiernos y a los poderes es nuestra labor. Pero no a costa de sumarnos a irresponsables campañas opositoras basadas solamente en intereses políticos que nada tienen que ver con el bienestar de la población.

Hoy lo importante es celebrar no solo a la Sputnik V sino el desarrollo en tiempo récord de todas las vacunas que sirvan para paliar la pandemia, además de reportar otros costados, desde el acaparamiento de los países ricos y las exitosas o fracasadas estrategias de los gobiernos, hasta el impacto en la vida cotidiana de las y los ciudadanos. 

No esperamos que nadie pida disculpas por haber promovido la antivacunación, pero ojalá lo ocurrido sea una lección para entender la importancia de manejarse con más responsabilidad en medio de la crisis sanitaria mundial.

Sí, ya sé. Es mucho pedir.