La muerte de Carlos Menem y el penoso intento de reivindicar una devastación neoliberal

Cecilia González

"Es más complejo", "hay que ponerlo en contexto", "la historia lo reivindicará".  

La muerte embellece, dicen, atempera percepciones, juicios. A veces hasta exonera. Y la muerte del expresidente argentino Carlos Menem es un ejemplo extremo.

Tanta es su influencia que, de pronto, el mapa de la polarización política se modificó en Argentina. El presidente Alberto Fernández y el expresidente Mauricio Macri, emblemas del oficialismo y la oposición, quedaron del mismo lado, lamentando su partida y valorando a un líder político que representó como pocos la corrupción, la frivolidad y, sobre todo, la impunidad.

En el ya de por sí diverso peronismo, la tensión apareció entre quienes pretenden justificar a Menem –por más difícil e incómodo que sea explicar y abrazar a un presidente que aplicó los postulados neoliberales que empobrecieron cultural, política, social y económicamente al país– y quienes advierten que no olvidarán la traición, porque no gobernó para beneficio del pueblo. Todo lo contrario.

Cecilia González, periodista y escritora
Bastó que se confirmara su fallecimiento para que estallara el operativo de lavado de imagen: lo llamaron modernizador, carismático, irreverente, polémico, incorrecto. Al final, dijeron muchos, no era tan malo.

Las definiciones ideológicas se entrecruzan, se empantanan. Menem fue peronista, tanto como Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, quienes transitaron del apoyo al repudio a las políticas aplicadas en los 90 y, durante sus gobiernos, ejercieron otro modelo de peronismo.

En ese sentido, Macri siempre fue más coherente: jamás dejó de aplaudir, defender y admirar al menemismo. Su contradicción, en todo caso, es achacarle a los inexistentes "70 años de gobiernos peronistas" el "retroceso" de Argentina. En ese periodo incluye a su venerado amigo Menem. Así, su crítica termina sin sustento. Vacía, como tantas facetas del propio macrismo.

Memoria

Hace tiempo, los intentos de rescatar la figura de Menem ya habían aparecido tímidos. Su exministro de Economía, Domingo Cavallo, artífice de la destrucción del 2001, es figura recurrente de la prensa opositora –que, amnésica, todavía le otorga autoridad para recomendar políticas económicas-, pero bastó que la mañana del domingo se confirmara su fallecimiento para que estallara el operativo de lavado de imagen: lo llamaron modernizador, carismático, irreverente, polémico, incorrecto. Al final, dijeron muchos, no era tan malo.

Otra vez asomó la permanente doble vara que anida en la vida pública de este país: periodistas y políticos que suelen escandalizarse por la corrupción kirchnerista omitieron alusiones, una mínima crítica, a la corrupción menemista –similar a lo que ocurre con las denuncias por corrupción macrista–.

Demostraron, una vez más, que no importa qué se hace, sino quién lo hace. A los amigos, a los que aplican las políticas con las que están de acuerdo, se les perdona todo. No los mueve la convicción honesta, sino la conveniencia ideológica. Un comunicador llegó a escribir que, en todo caso, Menem no vivía de forma más opulenta que un sindicalista o un empresario contratista del Estado. O sea, robó, pero no tanto. Para otros, robó pero hacía. ¿Los millones de dólares escondidos en Suiza? Una anécdota.

Cecilia González, periodista y escritora
Imposible olvidar que Menem indultó a los militares genocidas, que liberó al dictador Jorge Rafael Videla; que creó una Corte Suprema de Justicia adicta que tanto lo benefició. O los dos atentados terroristas que siguen impunes gracias a que su Gobierno no hizo nada por esclarecerlos, sino más bien por entorpecer la investigación.

La derecha no ocultó su luto. Y desde la alianza gobernante se alzaron voces para pedir que se le entendiera "en su contexto" histórico, que no se le analizara "en blanco y negro", que qué más podía haber hecho en los tiempos de gloria del neoliberalismo. Sí, por increíble que parezca, se puede ser (o decir que se es) progresista y menemista. Todo cabe.

Algunos intentaban que se le aplaudiera haber sido un presidente electo dos veces en democracia. Muchos más méritos no podían enumerar.

La memoria, a pesar de todo, está presente.

Ante las loas y omisiones –que se mezclaron con la cautela de mensajes luctuosos institucionales–, se multiplicaron los recordatorios de lo que Menem significó para millones de argentinos: del exterminio de la red ferroviaria, la privatización de la petrolera nacional y de tantos otros bienes del Estado, a los despidos, el desempleo y la desigualdad. De la Ferrari que el presidente no quería devolver y los abrigos de piel de la secretaria de Recursos Naturales, al espejismo de una convertibilidad que igualó al peso argentino con el dólar y que fue parte de la bomba de tiempo que estalló en 2001.

Imposible olvidar que Menem indultó a los militares genocidas, que liberó al dictador Jorge Rafael Videla y compañía; que creó una Corte Suprema de Justicia adicta que tanto lo benefició. O los dos atentados terroristas que siguen impunes gracias a que su Gobierno no hizo nada por esclarecerlos, sino más bien por entorpecer la investigación. O su asumida –y por muchos aplaudida– subordinación a Estados Unidos; el comprobado pago de sobresueldos a funcionarios y la incesante destrucción de la industria nacional que culminó un proceso que había iniciado la última dictadura militar.

Testimonios

La impunidad frustra. Las decenas de causas que enfrentó Menem se aletargaron, se entorpecieron una y otra vez gracias a jueces, fiscales y una clase política que le permitieron vivir libre y cobijado en la comodidad de sus fueros como senador.

Pero quizá su triste legado queda todavía más claro en las dolorosos recuerdos personales que se replicaron desde el momento en que se confirmó que Menem había muerto.

"Mi papá trabajaba en el Banco Nacional de Desarrollo, el primero que privatizó Menem. A los 47 años, con tres hijos, se quedó sin trabajo. Murió a los 54 años de dos infartos, hundido en deudas, después de que el banco nos rematara la casa y el auto. Eso es el menemismo para mí", escribió el periodista Eliezer Budasoff.

Historias similares poblaron las redes sociales: empresas destruidas, despidos, pobreza, desamparo. El daño es muy concreto, palpable, visible. Inolvidable.

¿De verdad quieren matizar, minimizar, reivindicar, justificar, "complejizar" esta herencia?

Por suerte aparecieron ejemplos de dignidad. La municipalidad de Río Tercero se negó a adherir al duelo de tres días decretado por el gobierno nacional. No olvidan que Menem era uno de los principales acusados del atentado de la explosiones de la Fábrica Militar ocurrido en 1995 en esa ciudad y con el que se taparon las pruebas del tráfico ilegal de armas de Argentina a Croacia y Ecuador.

Cecilia González, periodista y escritora
Pero lo más visible del lunes fue la imagen de un presidente peronista velado y enterrado sin el cobijo del pueblo. Las masas no salieron a llorarlo. Y ese es, quizá, el mejor y más contundente balance de su Gobierno.

La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) recordó que durante el menemismo se cometieron los atentados a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Las víctimas siguen sin justicia. "Menem muere en libertad a pesar de  que su Gobierno utilizó a las instituciones del Estado argentino para  perpetuar la impunidad y encubrir la responsabilidad  de quienes cometieron y fueron cómplices de los atentados", acusó en un comunicado.

Con nula altura política, el exsenador peronista Jorge Yoma respondió de manera virulenta. Calificó a los dirigentes de la DAIA de "sátrapas, comerciantes, racistas, empachados de indemnizaciones". En su mensaje tampoco faltó el tufo antisemita.

El debate sobre Menem continuará. Cada quien reescribirá su versión de la historia, a favor o en contra, o intentará un esfuerzo de equilibrio para evaluar esa década infame.

Pero lo más visible del lunes fue la imagen de un presidente peronista velado y enterrado sin el cobijo del pueblo. Las masas no salieron a llorarlo. Y ese es, quizá, el mejor y más contundente balance de su Gobierno.