Una académica mapuche preside la Convención Constituyente de Chile: los vientos de cambio que alientan a América Latina

Cecilia González

Hace solo dos años, nadie hubiera vaticinado que en Chile habría una revuelta social protagonizada por jóvenes que pondrían al Gobierno de Sebastián Piñera en jaque. Que lo obligarían a organizar un plebiscito para consultarles a los chilenos si querían una nueva Constitución. Que arrasaría el "sí". Que los convencionales que redactarían la nueva Carta Magna serían elegidos por el voto popular y representarían, en su inmensa mayoría, liderazgos de izquierda y centroizquierda.

Más inviable aun era pensar en la posibilidad de que una mujer mapuche presidiera la Convención Constituyente, el órgano que rediseñará por completo el funcionamiento institucional del país.

Pero todo eso ocurrió. En octubre de 2019, Chile entró en una vorágine histórica que comenzó con las y los jovencitos que se saltaron los molinetes para protestar contra el alza del boleto del metro y que fue el disparador del hartazgo por la desigualdad que ya anidaba entre la población.

Desde entonces han sido múltiples las emocionantes postales que hemos visto en Chile y que demuestran el valor y la trascendencia de las luchas populares.

A las protestas masivas, a la Plaza Dignidad, al plebiscito y a la elección de los convencionales, el domingo se sumó una nueva jornada inédita en ese país que la derecha ponía de ejemplo de éxito del modelo neoliberal en el Continente. Hoy, lo sabemos, era apenas un espejismo.

La imagen de Elisa Loncón tomando protesta como presidenta de la Convención Constituyente marca un hito. Rebasa de simbolismos. Es una mujer mapuche, una prestigiosa académica de 58 años con reconocimiento internacional, una defensora de las lenguas indígenas, una madre con ancestros que pelearon contra las ocupaciones militares en los territorios de las comunidades originarias. En su padre, Juan Loncón, y en su madre, Margarita Antileo Reiman, tuvo ejemplos de militancia, lucha y resistencia desde su infancia.

Esta activista de los derechos humanos, que jamás ha militado en ningún partido, encabezará los trabajos de los 155 convencionales que tienen el reto de redactar una Constitución incluyente, plurinacional, feminista y democrática. Alejada por completo de esa otra Constitución que rige actualmente, que es una más de las herencias de la dictadura de Augusto Pinochet y que ni siquiera reconoce a los pueblos indígenas chilenos.

De ese tamaño son las omisiones. De ahí la importancia de la reparación histórica que la Convención ofreció desde su primer día al elegir a Loncón como presidenta.

Orgullo

Los rasgos distintivos de la Convención Constituyente abundan.

Para empezar, la chilena será la primera Constitución del mundo redactada por un grupo con completa paridad de género: 78 varones y 77 mujeres. Nunca antes las mujeres tuvieron tanto peso para pensar y definir en el funcionamiento institucional de un país. Casi la mitad de los convencionales tiene menos de 40 años y la mayoría no ha militado en ningún partido político tradicional, lo que demuestra el desplazamiento generacional de una clase política ensombrecida por el desprestigio.

Cecilia González, periodista y escritora.
El mapa diverso que muestra la Convención contrasta por completo con la imagen del Chile que perduró durante tantos años y que dibujaba a un país conservador y resistente a los cambios y a las políticas progresistas.

En su integración, el órgano reservó 17 lugares a los pueblos indígenas que siempre han sido ignorados a pesar de que representan el 13 % de la población. A ello se le suma que la derecha sólo tiene 37 puestos, muy lejos de los 52 que necesitaba para vetar decisiones, lo que era la máxima aspiración del debilitado oficialismo.

Los 118 convencionales restantes son feministas, ambientalistas, dirigentes sociales de izquierda y centroizquierda, activistas que participaron en las protestas de 2019. Pero no hay que confundirse. No forman un monobloque. No tienen posiciones homogéneas. Las diferencias, que afloran a cada rato, impiden que puedan anticiparse con certeza los detalles de la nueva Constitución.

El mapa diverso que muestra la Convención contrasta por completo con la imagen del Chile que perduró durante tantos años y que dibujaba a un país conservador y resistente a los cambios y a las políticas progresistas.

Por eso conmueven las palabras de Loncón al asumir la presidencia. Después de abrazarse con la machi Francisca Linconao, una legendaria líder mapuche, y de extender y mostrar con orgullo la bandera de este pueblo, Loncón habló del respeto a la diversidad sexual, de la necesidad de terminar con la dominación patriarcal, de defender la democracia y la participación ciudadana.

"Esta Convención que hoy me toca presidir transformará Chile en un Chile plurinacional, intercultural, en un Chile que no atente contra los derechos de las mujeres, de las cuidadoras. En un Chile que cuide a la madre tierra... es posible refundar este Chile, establecer una nueva relación entre el pueblo Mapuche, las naciones originarias y todas las naciones que conforman este país", dijo en un discurso que cerró con una promesa a los niños chilenos de que vivirán en un país mejor.

Para los movimientos populares de la región fue un día de euforia. Las felicitaciones y la alegría por la designación de Locón, por el protagonismo asumido por una mujer indígena en el proceso político chileno rebasó fronteras: del boliviano Luis Arce al peruano Pedro Castillo, se multiplicaron los mensajes de aliento centrados en la esperanza de una mayor justicia social, de reivindicaciones, de fraternidad latinoamericana.

Intensidad

La metamorfosis chilena no ha sido ni será fácil. Las pugnas políticas y la incertidumbre en un proceso de esta naturaleza están presentes a cada momento. Incluso la ceremonia inaugural de la Convención corrió peligro ante la tensión generada por la protesta que rodeó la antigua sede del Congreso chileno, en donde asumieron los convencionales.

Para no perder la costumbre, los Carabineros reprimieron a los manifestantes. La tensión adentro y afuera del recinto, mediada por urgentes negociaciones políticas, retrasó la ceremonia durante tres horas.

Cecilia González, periodista y escritora.
Más allá de la agenda y de los resultados electorales y la vehemencia de las discusiones que rodearán a la nueva Constitución, algo es seguro, y es que Chile ya cambió. Y eso es admirable.

Luego vino la elección de la presidencia. El contraste no podía ser mayor. Desde el minoritario bloque de derecha, el candidato era Harry Jürgensen, un hombre blanco, conservador, adinerado y de larga trayectoria política. Nada que ver con Loncón, ni con las demandas emanadas del estallido social. Era el símbolo de lo viejo, de aquello que, si nos atenemos a las elecciones de convencionales, hoy repudia la mayoría de la sociedad chilena.

La lingüista mapuche se impuso en una segunda vuelta de la votación. Más tarde, el abogado Jaime Bassa, de 44 años, se le unió en la vicepresidencia. Ya en funciones, la presidenta de la Convención pidió un minuto de silencio en memoria de los muertos de las naciones originarias, de la dictadura pinochetista y de las protestas de 2019. Han sido tantas las víctimas.

Junto con Bassa, Loncón se comprometió a que el primer tema de debate serán las demandas de liberación de los llamados "presos de la revuelta". Son unas 2.500 personas que participaron en las manifestaciones y que están acusadas de vandalismo y ataques a la propiedad privada. Para gran parte de la oposición, son presos políticos que deben ser beneficiados con una amnistía.

Con la Convención ya trabajando a pleno, la intensidad política no tendrá respiro. El 18 de julio se realizarán las elecciones primarias de candidatos presidenciales. El 21 de noviembre son las presidenciales. Si nadie gana con más del 50 % más uno de los votos, habrá una segunda vuelta el 19 de diciembre. El nuevo presidente asumirá el 11 de marzo de 2022. A más tardar a mediados del próximo año la Convención deberá tener lista la nueva Constitución que será sometida a un plebiscito.

Pero más allá de la agenda y de los resultados electorales y la vehemencia de las discusiones que rodearán a la nueva Constitución, algo es seguro, y es que Chile ya cambió. Y eso es admirable.