Hoy, después de haber pasado en mi moto los primeros 1.500 kilómetros, he vuelto a Buenos Aires, como a mi propia casa, y comprendí algo.
Al igual que las zonas montañosas de Bolivia podrían ser el Tíbet suramericano, Buenos Aires es el Katmandú de América del Sur (Katmandú es la capital de Nepal, Estado que tiene frontera con la India).
En esta ciudad está presente el caos tan característico de las capitales asiáticas, que en realidad es la quintaescencia de una juventud libre de formalidades, y están ausentes el orden y la arrogancia de las capitales europeas que yo personalmente veo como rasgos de envejecimiento.
Sí, esta ciudad no está tan arreglada como Londres, ni es tan refinada como París, ni tan correcta como Zúrich, pero... es la más emotiva, la más cálida, está verdaderamente viva.
Otra peculiaridad de esta ciudad consiste en el hecho de que su salvajismo desbordante limita con la elegancia y delicadeza que se expresan a través de la maravillosa música, la danza, la cocina y la arquitectura.
Podría comparar las capitales asiáticas con unos sabios ancianos que odian el lujo y las apariencias, las ciudades del Viejo mundo con sus señoras glamorosas envejecidas, las megalópolis del Nuevo Mundo con adolescentes con granos y musculosos...Buenos Aires es algo especial. Es una joven linda de clase media que es medio torpe por la edad que tiene y, por la misma razón, no sabe fingir, es verdadera, apasionada. Sí, puede ser que le falte algo de lustre, prudencia y de vez en cuando, de buenos modales, pero todo esto se compensa con su desenvuelta emotividad.
Probablemente es por eso que ya por segundo año consecutivo celebro la llegada del año nuevo aquí, en Buenos Aires.