Según escribo estas líneas desconozco si el tren de larga distancia que he de tomar hoy llegará a su destino. La razón es que los trabajadores del sector ferroviario en España han convocado una huelga a través del sindicato CGT. En Portugal una huelga de transportistas afecta, entre otras áreas, a la distribución de carburantes. Durante las últimas semanas, desde los trabajadores de asistencia en tierra a aeronaves hasta el personal de seguridad del Aeropuerto de Barcelona, pasando por los repostadores de Madrid, han realizado paros de diferente intensidad.
Podríamos nombrar a estos conflictos como huelgas de verano, aunque suelen convocarse también en Semana Santa, Navidades o cualquier fecha de alta incidencia vacacional. La razón es sencilla: los empleados buscan estratégicamente los días en que sus reivindicaciones tendrán un mayor efecto en los desplazamientos para, de esta forma, lograr una mayor presión en sus negociaciones con la patronal. Si hace unos años el éxito de estas protestas era notable, hoy en día su efectividad tiende a la baja.
Muchos ciudadanos se felicitan por lo que consideran el fin de una especie de chantaje intolerable de sectores laboralmente privilegiados. Ciudadanos que en su mayor parte han sufrido estos diez últimos años toda una batería de ataques a sus condiciones laborales y a los servicios públicos que utilizan. Ciudadanos que aunque han visto empeorar sus condiciones de vida —desde la subida a ritmo de cohete del alquiler de la vivienda hasta el precio de la energía— toman la identidad de consumidores indignados ante conflictos laborales que creen ajenos.
A nadie le gusta que le arruinen las vacaciones y de eso la mayoría de medios de comunicación saben un rato. Cualquier información referente a estas huelgas, especialmente la televisiva, comienza siempre con las declaraciones de gente arrastrando maletas o esperando en largas colas con aspecto estupefacto. Muchos desconocían que las jornadas de protesta estaban convocadas para esos días por la simple razón de que los medios que se afanan por informar de las consecuencias de los conflictos, los silencian las semanas previas, dando la sensación que son como tormentas de verano, de esas que dejan empapado y que nadie espera.
La sensación que se instala en la opinión pública no es la de que tras largas negociaciones entre patronal y sindicatos no se ha llegado a ningún acuerdo, sino que los sindicatos, en una suerte de sadismo gratuito, buscan perjudicar al personal por mero disfrute. Y aquí tenemos uno de los primeros elementos esenciales que hemos olvidado: una huelga no es un pasatiempo, una huelga es la última herramienta de la que dispone la clase trabajadora para poder equilibrar su poder de negociación con patronales que disponen de mucho más poder, influencia y capacidad de resistencia.
De hecho, que la huelga sea un derecho legalmente reconocido costó décadas de lucha, cárcel e incluso muertos. En los últimos años no solo se nos hurta informativamente el desarrollo de los conflictos laborales, sino que mostrándonos con insistencia sus consecuencias casi nunca se nos habla de sus causas, añadiendo a ese supuesto sadismo gratuito un componente caprichoso de determinados sectores, se nos dice, privilegiados. Los ferroviarios, por ejemplo, reivindican principalmente que la empresa mantenga las tasas de reposición de personal para evitar subcontrataciones, una caída de la calidad y la seguridad en el servicio, y poder cumplir la ley en materia de conciliación familiar, que es ese tipo de medidas de la que los Gobiernos presumen pero después boicotean internamente.
Hasta donde sabe quien escribe, las clases privilegiadas eran aquellas que nacían con algún tipo de derecho de cuna diferente al del resto de la población o bien quien contaban con una serie de prebendas y ventajas por su posición de clase. En un país como España, justo cuando los índices de desigualdad se sitúan entre los primeros de la UE, resulta que empezamos a decir que los trabajadores en huelga son unos privilegiados. No los banqueros, los grandes accionistas, la nobleza, los famosillos de tres al cuarto que no dan un palo al agua, ni los hijos de todos estos que andan fondeando el yate de Capri a Ibiza, sino esos hombres y mujeres que por trabajar con maquinaria pesada ponen en riesgo su vida más habitualmente de lo que creeemos.
Lo paradójico no es que quien aún pueda hacer huelga sea nombrado como un privilegiado, sino que otros trabajadores entran en este juego de descalificaciones, creando una espiral a la baja donde se compite por ver quién está peor, en vez de luchar en conjunto por recuperar lo que se ha perdido. Aunque por ley el derecho a huelga está reconocido para todos los trabajadores, en términos reales la precarización hace que cada vez menos puedan ejercerlo en términos reales, algunos como los falsos autónomos sin ni siquiera pueden acceder al mismo aunque así les correspondiera, otros como los que trabajan alegalmente, como miles de inmigrantes, sin poder siquiera planteárselo.
Mención aparte merecen las administraciones públicas quienes están, de facto, conculcando el derecho a huelga constantemente, bien imponiendo unos servicios mínimos abusivos, bien interviniendo con el ejército a modo de un esquirolaje encubierto, como en el caso de Portugal. Resulta significativo que los neoliberales, tan contrarios a la intervención del Estado en la economía, callen cuando de lo que se trata es de reventar huelgas, es decir, favorecer los intereses de los propietarios sobre los obreros.
Si existen sectores con derechos, sueldos aún decentes y otro tipo de ventajas laborales no es por ningún privilegio, sino precisamente porque su alta sindicación y combatividad les han permitido mantenerlos en momentos en que la tormenta neoliberal arrecia. El fracaso de sus huelgas no les afectará sólo a ellos, sino que redundará en peores servicios para todos y en un envalentonamiento de quienes recortan derechos básicos para aumentar sus beneficios.
Es evidente que si hoy, cuando vaya a la estación en unas pocas horas, si no sale el tren que he de coger me causará un perjuicio importante. Tanto como que los últimos responsables de ese perjuicio serán la compañía, que no ha atendido a unas reivindicaciones laborales que parecen justas, la administración pública por no haber mediado y presionado a la parte más fuerte para desbloquear el conflicto a tiempo y, si me apuran, hasta los medios que callaron previamente la huelga para hoy mostrar unas escenas de caos que, además, tienen más de opereta que de realidad. Pongamos las cosas en su sitio. Nos jugamos algo más que unos días de vacaciones.