No es la antipolítica, es la incertidumbre: videos virales y oportunismo ultra
A finales de febrero, España se vio asaltada por el estupor tras ver el vídeo de un acto neonazi donde una joven ultraderechista pronunciaba un discurso que parecía sacado de un documental de los años 30 del pasado siglo: antisemitismo, fascismo y retórica violenta. Mirar al horror de frente desagrada, porque nos pone alerta de que quizá algo se está haciendo terriblemente mal en la Europa de nuestros días para que lo peor del pasado vuelva a caminar por nuestro presente.
Aquel vídeo, sincero en su brutalidad, y al que dediqué un artículo en esta misma publicación, fue tratado por algunos medios conservadores como la travesura de una joven confusa, no como lo que era: la demostración palpable de una amenaza a la democracia. La razón en el mejor de los casos fue la búsqueda de la audiencia fácil, en el peor un intento por catalogarlo como una curiosidad pintoresca: a la ultraderecha parlamentaria de Vox no le es beneficioso que la mayoría de la sociedad vea cuáles son los resultados de haber normalizado sus ideas como una opción razonable más.
Esta pasada semana, también en España, otro vídeo ha concitado la atención de varios millones de personas tras hacerse viral en redes sociales. También estaba protagonizado por una mujer desconocida y en principio podría parecer que seguía unas líneas diametralmente opuestas al anterior, tan sólo el de una chica de alrededor de treinta años que, con una medida efusividad, representaba a un pueblo cansado de que unos pocos, los políticos, les hubieran pedido tanto, desde el inicio de la pandemia, dándoles tan poco. Un mensaje de indignación firme, desde un supuesto sentido común, que ha enlazado con el descontento del ciudadano medio.
El vídeo, pretendidamente apolítico, sigue ese camino, enfermizo por reiterativo pero sin embargo tremendamente eficaz, de pretender que un mensaje, cualquiera, puede estar libre de ideología. Lo cierto es que cualquier posicionamiento es político, es decir, que está guiado por unas formas de ver el mundo, de organizar la sociedad y de enfrentar sus problemas, aun siendo inconscientes de ello o precisamente más ahí. Este vídeo, además, no era tan sólo un mensaje de una mujer anónima lanzado al vacío: estaba pensado para conmover las emociones y situar al espectador en un "nosotros" frente a un "ellos", llamado la "clase política", pero que de forma más precisa escondía un llamamiento profundamente antidemocrático.
Para empezar la situación de los dos protagonistas discursivos es falsa. No se trata de que los políticos nos pidieran sacrificios, sino que un virus que ha arrasado el mundo ha requerido de una serie de medidas extraordinarias para evitar la catástrofe. La relación propuesta es casi la de un consumidor dirigiéndose frustrado a unos prestadores de servicios que sólo les han reclamado obligaciones. Los ciudadanos no se confinaron o utilizaron una mascarilla porque nadie se lo pidiera, sino porque entendieron que era su deber cívico para salvar vidas.
Ya es de extrañar que, inmersos en una crisis económica de gran magnitud, que las clases sociales enfrentan de forma muy diferente, en el vídeo viral se afirmara que a los empresarios se les obligó a mandar a sus trabajadores al ERTE. Las regulaciones temporales de empleo lo que han significado ha sido nacionalizar de facto los sueldos de millones de trabajadores, para que los empresarios no tuvieran que pagarlos si sus negocios se habían visto afectados por la covid. El pretendido apoliticismo del mensaje comienza a hacer aguas, al menos para el espectador atento, que suele ser una minoría cuando el factor de la clase social se difumina en un sospechoso "nosotros".
A continuación, las peticiones pasan a ese "ellos" al que la protagonista se enfrenta, volviendo a mezclar aspectos razonables con otros meramente populistas, como acusar de una subida de sueldos a los políticos, que no se ha producido, mientras "España se muere". La música, de escena emocionante en una película estadounidense, se hace en ese momento más patente: la protagonista abjura del voto porque dice no sentirse representada por nadie pero afirma que "está claro que España necesita un capitán". Y esto, en un país que ha conocido una dictadura donde su "capitán" se llamaba "caudillo" ya debería hacer saltar todas las alarmas, por mucho que el vídeo finalice diciendo buscar un mundo mejor. ¿Mejor para quién?
Obviamente, aunque la pieza se ha compartido hasta la extenuación, por ese sentimiento del incauto en tiempos de zozobra, también ha despertado la animadversión de quien ha visto un mensaje que puede ser simplemente antipolítica con estética motivacional o un taimado intento de imponer un sistema dictatorial. La protagonista, llamada Tatiana Ballesteros, había trabajado en emisoras de radio pertenecientes a la ultraderecha, donde normalmente no se colabora si no se demuestra una afinidad notable con la línea editorial del medio. Puede que la acción viral haya sido producto del interés individual de esta mujer y que, tan sólo, haya expresado algo que para ella resulta asumible. Puede que tras esta agitación populista del descontento haya intereses más oscuros y precisos.
Para el resultado, que millones de personas se hayan sentido identificadas con un mensaje tan vacío como poderoso, la cuestión de las motivaciones e inductores del vídeo, en el fondo, nos resulta indiferente. Tanto como todo el análisis que hemos hecho hasta aquí: las razones suelen ser inútiles contra los sentimientos y una vez que alguien cree en una pulsión suele reaccionar con hostilidad cuando se le desvela la naturaleza del truco. La comunicación política, y este es un vídeo muy acertado en estos términos, busca en nuestros días ser un manual de dirección de las pasiones.
Así al menos titulé, en septiembre de 2019, un artículo sobre Greta Thunberg en estas mismas páginas. Más allá de la conveniencia de las peticiones de la hoy desaparecida ecologista, ningún adulto podría asumir que una niña de un pueblo de Suecia acaba por sus propios medios siendo recibida por los más relevantes líderes mundiales. Sin embargo, a millones de adultos les pareció de lo más normal. La razón es que el análisis más simple había quedado sepultado bajo una historia de superación y buenas intenciones con una niña como protagonista. ¿Quién puede odiar a un niño? Me preguntaba entonces. ¿Quién puede estar en contra de una joven que dice hablar por el sentimiento de hartazgo popular, aunque su única propuesta sea sustituir el voto por un capitán? Me pregunto ahora.
La memoria, endeble y atolondrada por el huracán de la actualidad, ya no recuerda que hace diez años en España surgió un movimiento llamado 15M que se catalogó en prensa como "los indignados". Muchos menos aún recuerdan que antes de que las plazas se llenaran de gente ya cansada por cuatro años de crisis económica, hubo muchos intentos por parte de diferentes sectores por desatar esa indignación para poder llevarla a donde sus intereses requirieran. La ultraderecha aquel entonces también utilizó consignas antipolíticas, de un difuso hartazgo popular contra "la clase política". De hecho el término de "la casta", que fue empleado con profusión por el primer Podemos, era de uso habitual por tertulianos de extrema derecha sobre el 2010.
Alguien podrá esgrimir que en el 15M nunca se apostó por una figura de tono dictatorial para sacar al país del atolladero y estará en lo cierto. Probablemente, a continuación, olvide que en aquellas plazas circulaban ideas de marcado corte neoliberal camuflado bajo las consignas participativas del emprendimiento y lo tecnológico. Es decir, que el movimiento de protesta que surgió como respuesta a una crisis económica y de representación provocada por un neoliberalismo especulador y desbocado, coqueteó abiertamente con la versión "californiana" del mismo, probablemente sin ser consciente de ello. También se olvida que, al margen de quien lanzara las primeras manifestaciones, los grandes medios prestaron a las convocatorias, antes, durante y después, una atención del todo inusual para lo acostumbrado. Peleas por el poder comunicativo así lo decidieron. O dicho de otro modo, ni entonces ni ahora nada de lo que parece espontáneo lo es del todo. Que no se nos olvide que el 15M gritaba por una mayor representación. Ahora la angustia es que alguien nos dé seguridad.
Tampoco vale, a estas alturas, por triste que resulte, esgrimir la democracia como un seguro contra las tentaciones autoritarias. En primer lugar porque nadie que desee ocupar ese puesto de "capitán" va a declarar abiertamente, como la joven nazi, sus intenciones, sino que más bien acabará escudándose tras el sentido común y las buenas intenciones. Pero también y de forma más importante porque, como por aquí insisto habitualmente, la democracia no puede ser un procedimiento limitado a meter una papeleta en una urna cada cuatro años, sino que debe ser un sistema capaz de proporcionar unas condiciones de certeza mínimas en las que vivir. Un sistema económico capitalista, emancipado de su democracia liberal, al margen de cualquier control, que crea desigualdades constantemente, ha deslegitimado a la idea política en la que decía basar su superioridad.
En España, además, encontramos un factor específico en la ecuación, y es el Gobierno progresista que tomó posesión un mes y medio antes de que se desatara la pandemia en Europa. Es cierto que se ha enfrentado a dificultades inigualables, y es cierto que intentó instaurar un sistema de protección social para mitigar los efectos económicos de la crisis asociada. Pero no lo es menos que, tras un año de rodaje, muchas de sus medidas sociales apenas son percibidas por la población porque su acción está limitada por las severas normas que dicta, precisamente, el dogma neoliberal impuesto por los mercados. No sólo es que la economía esté al margen del control democrático, sino que amordaza al poder político cuando este quiere buscar, al menos, unas ligeras medidas compensatorias.
Esa falta de alternativa es la que se aprovecha en vídeos como el que nos ocupa para lanzar un mensaje tan injusto como hipócrita: no es que todos los políticos sean iguales, es que a los que no lo son, a los que proponen una economía al servicio de las mayorías, se les coarta su acción de Gobierno, son atacados por los medios conservadores sin piedad y presentados a la población como unos inútiles. Entramos así en una espiral tan perversa como mezquina donde los propios "youtubers" que han lanzado una campaña contra los impuestos, con los que se redistribuye la riqueza, entrevistan ahora a la tal Tatiana Ballesteros bajo el epígrafe de la voz de la "España sin ideología". El oportunismo siempre carece de vergüenza.
Sin ideología confesable, deberíamos añadir. La cuestión, para acabar de entender la jugada, es que la ultraderecha, tanto en España como en otras partes del mundo, esta vez ha llegado diciendo ser una voz desobediente, la de esos ciudadanos descontentos ante la falta de certidumbres vitales duraderas, como también comentamos por aquí. Es decir, que una versión extrema de este sistema, realmente un proyecto que quiere prescindir de la democracia pero mantener todas las desigualdades económicas, se presenta paradójicamente como la opción alternativa y rebelde. Los que lloran por la antipolítica deberían acordarse en cada lágrima que no es más que una reacción, tan desesperada como peligrosa, de millones de personas que carecen de protagonismo, futuro y capacidad de elección. Un mesías, de camisa parda bajo la túnica, les espera al otro lado.
No necesitamos más análisis sobre las coartadas narrativas de los ultras, no necesitamos más guerras culturales, no necesitamos más políticas que colmen la angustia por la especificidad en un mundo de identidades competitivas. No necesitamos a salvadores, capitanes ni caudillos. No necesitamos a una indignación abstracta que confunda a los verdugos con los salvadores ni al veneno con el antídoto. No necesitamos que nadie se erija en voz del pueblo cuando el pueblo expresa su voz en las elecciones, las manifestaciones y las huelgas. Lo que necesitamos es que la democracia sea capaz de otorgar seguridad vital. Lo que necesitamos es una democracia que ponga a la economía al servicio de todos.
Da miedo, mucho miedo, saber cómo leeremos un artículo como este dentro de diez años.
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