Este pasado martes 8 de junio, la mayoría de la prensa española abría con unos inquietantes titulares que afirmaban, haciéndose eco de un informe del Banco de España, que la subida del salario mínimo promulgada por el Gobierno en 2019 restó alrededor de 150.000 empleos al mercado de trabajo. Las reacciones han sido, dependiendo de las simpatías ideológicas, dispares, aunque en redes sociales parece haber destacado una cierta indignación popular con el banco central, ya que responsabilizar a la subida de los salarios más bajos de una caída del empleo sonaba a broma de mal gusto: en una sociedad esclavista trabaja todo el mundo.
Lo cierto es que el informe era ambiguo. Por un lado se destacaba que se habían beneficiado de ese alza de salarios más de un millón y medio de personas, también que incluso con esa subida la supuesta pérdida de empleos era menos notable que en años anteriores. De hecho, la Encuesta de Población Activa de 2019 recogía un aumento de la afiliación de más de 400.000 personas, en todos los sectores de población. Más que una pérdida de empleo, algo que sería muy difícil de asociar a la subida del salario mínimo, el informe atribuía a esta medida un menor crecimiento del mismo. Es decir, una manera de transmitir un mensaje sin comprometer intelectualmente a la institución bancaria, que por otro lado ha sido perfectamente leída por una prensa siempre deseosa de destacar noticias negativas sobre el Gobierno progresista.
El mensaje, el subtexto del informe que al final se ha trasladado, parece claro: no vuelvan a subir el salario mínimo o se destruirá empleo, algo que no es cierto pero que ya ha quedado, mediante esta maniobra, grabado en la mente del público que haya leído los titulares sin entrar al fondo de la cuestión. Lo interesante de todo esto es que el Banco de España se arroga unas funciones que no le competen, ya que aunque el informe no tiene ningún valor vinculante para el Gobierno, aunque el banco pueda realizarlo, no está entre sus competencias directas erigirse como una especie de árbitro o censor de la política laboral o económica del Gobierno. Algo que, sin embargo, hace habitualmente desde su supuesta posición de independencia.
Los bancos centrales tienen como función principal ser la autoridad monetaria de un país, emitir dinero, proteger la estabilidad de los precios y fijar las tasas de interés. También velar por la estabilidad del sistema financiero, supervisando las operaciones de los bancos privados. Para entendernos, un banco central maneja importantes eslabones económicos como cuánto dinero físico hay en circulación, a qué precio los bancos prestan ese dinero a empresas y particulares y un control de la subida de los precios para evitar una inflación que haga perder valor a la moneda. Precisamente esta obsesión inflacionaria fue la excusa que llevó, a partir de los años 90, a que estos bancos centrales fueran independientes de los Gobiernos, a los que siempre se atribuían políticas excesivas de gasto.
Todo lenguaje tiene una connotación política y a todo adjetivo se le debería buscar una intencionalidad. La palabra "independiente" parece positiva, ya que le atribuimos criterio propio de decisión y aspiración a la libertad. Kurt Cobain hacía música independiente, los bancos centrales son independientes, está todo dicho, ¿o no? ¿independientes de qué? Kurt Cobain entendemos que de las multinacionales de la música y los bancos centrales de los Gobiernos, es decir, simple y llanamente del control democrático. La maniobra que se llevó a cabo en los años noventa, momento de auge neoliberal, nos la describe perfectamente el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: "Si se quiere una idea conservadora, antipolítica y de preservación de los intereses de minorías privilegiadas, no hay que buscar mucho. Se encuentra expuesta en la independencia del banco central".
Si además, como en el caso de España, su banco central no es más que una sucursal de una entidad mayor, en este caso el Banco Central Europeo, el control que un Gobierno puede ejercer sobre aspectos sustanciales de su economía empieza a reducirse peligrosamente. En el año 2012, por ejemplo, a España se le impusieron unos brutales recortes por parte de la Troika, grupo formado por el BCE, el FMI y la Comisión Europea, que se hubieran podido evitar, como así sucedió unos meses más tarde, con la intervención del BCE en apoyo del Euro. El Gobierno español, de derechas en ese momento, aceptó con gusto los recortes a aspectos tan sustanciales como la salud o la educación, pero, de haberse negado, como ocurrió con Grecia, no hubiera podido hacer mucho más.
Los bancos centrales, además, suelen tener equipos directivos que si bien son nombrados por los Gobiernos, no pueden ser cesados por ellos bajo casi ninguna circunstancia, con unos periodos más largos que los de ese propio Ejecutivo, que pueden alcanzar los ocho o diez años en oposición a los cuatro del poder político democráticamente elegido. Estos gobernadores bancarios están todos cortados por el mismo patrón ideológico, el de la derecha neoliberal, ya que elegir otro perfil para el cargo redundaría en ese chantaje que eufemísticamente se denomina pérdida de confianza de los mercados. Es decir, que si lo piensan un minuto, lo que permitimos hace unas décadas es sacar del control democrático aspectos esenciales económicos para el devenir de la mayoría de la población.
Ustedes votan a un presidente o a un parlamento que elige a un presidente, y lo hacen teniendo en cuenta una serie de programas electorales y de líneas ideológicas de gestión. Da un poco igual el resultado puesto que si se produce una victoria de la izquierda, ese Gobierno resultante no podrá aplicar políticas monetarias expansivas ya que su banco central se lo impedirá. Estos bancos, cuya función debería ser un desarrollo nacional económico para el beneficio de la mayoría de la población, realmente lo que son es otro seguro de vida para las clases altas, eso sí, barnizados por una supuesta independencia de criterio y dirigidos por circunspectos señores que dicen no tener ninguna ideología. Por eso, cuando pueden, culpan de la subida de los sueldos más bajos, una pequeña medida reformista realmente, de una falsa caída del empleo.
En España, de hecho, su banco central, con una gran afición, como vemos, a leer la cartilla a cualquier Gobierno que realice unas tímidas reformas progresistas, tiene en su pasado reciente episodios bastante sospechosos de incompetencia, en el mejor de los casos, respecto a sus funciones previstas. En diciembre de 2010 no sólo permitió que Bankia, una fusión de varias cajas de ahorros, se creara falseando sus cuentas para aparentar beneficios cuando tenía pérdidas, sino que además permitió su salida a bolsa en 2011 en unas condiciones de engaño, lo que hizo perder a centenares de miles de pequeños inversores sumas importantes de dinero y provocó la quiebra bancaria más grande en la historia del país. Algo que acabamos pagando, con dinero público, todos los españoles. Por otro lado, el Banco de España, pagó durante ocho años, indemnizaciones por fin de contrato a sus directivos que triplicaban lo asignado a esa categoría.
No solamente es que que los bancos centrales se hayan hecho independientes de la democracia, aplicando medidas de corte neoliberal lesivas para la mayoría de la población, es que además son tremendamente dependientes del sector financiero y bancario privado, permitiéndoles todo tipo de tropelías cuando su función sería la de mantenerles bajo una atenta supervisión. Imaginamos que el Banco de España no tiene entre sus departamentos uno para la creación de informes sobre la vergüenza, el eufemismo y la manipulación política, les animamos desde aquí fervientemente a crear uno.