Uno de los antecedentes de las comedias televisivas de situación fueron los sainetes, representaciones teatrales en un acto que tenían lugar en el intermedio de la obra principal. Su intención era entretener al público mediante el humor y el enredo, mediante tramas protagonizadas por tipos más que personajes que el público reconocía al instante: la joven enamoradiza y atolondrada, el simpático sinvergüenza, el viejo rijoso y avaro o la madre controladora y entrometida. Algo de todo esto parece haber quedado en la España contemporánea que, más a menudo de lo que debería, asiste atónita a una reconfiguración del género que ha pasado de las tablas a las televisiones, llevando en esta ocasión el peso dramático desde políticos de moral distraída hasta empresarios con la mano larga.
Este verano, sin ir más lejos, el país se enteró de que el productor televisivo José Luis Moreno, que se hizo popular en los ochenta como ventrílocuo, fue detenido por la policía en la Operación Títere, al encabezar, presuntamente, una red de blanqueo de capitales procedentes del narcotráfico. Se empezaron a conocer todo tipo de detalles escabrosos del empresario del espectáculo, ya que sus empleados aseguraron a los medios que grababa las orgías que al parecer tenían lugar en su mansión para extorsionar a los invitados. Por otro lado, Moreno habría estafado más de 35 millones de euros al magnate argentino Alejandro Roemmers, al que embaucó para grabar una fastuosa serie titulada Resplandor y Tinieblas que nunca se llegó a producir.
Moreno también tenía sus contactos en la política, apareciendo en los papeles de Bárcenas, la contabilidad en negro del derechista Partido Popular, uno de los casos de corrupción más notables que se han dado en el país, donde empresarios pagaban dinero al partido a cambio de jugosos contratos con la Administración. En el año 2003, el Ayuntamiento de Madrid, en manos del PP, concedió una parcela de suelo público a Moreno para que construyera el Coliseo de las tres culturas, un fastuoso teatro que costaría 140 millones de euros pero del que nunca se puso ni un ladrillo. Como dato, el solar edificable estaba situado entre las calles del Papa Negro, el Machu Pichu y el Inca Yupanqui.
El solar fue recuperado por la administración en 2010 por incumplimiento de contrato, saltando hace unas semanas a la actualidad ya que fue cedido, esta vez, a Nacho Cano, antiguo integrante del grupo Mecano, personaje de irregular carrera musical en donde han tenido cabida grandes éxitos del tecno-pop ligero de los ochenta hasta extrañas actuaciones en homenajes a las víctimas del terrorismo. Cano protagonizó este año una sentida actuación de nochevieja en la Puerta del Sol, vacía por la pandemia, organizada por la Comunidad de Madrid, también gobernada por el PP. En mayo, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso le concedió un galardón y este verano, la también peculiar política, pasó sus vacaciones en una villa que el cantante y compositor posee en la isla de Ibiza. Evidentemente la opinión pública sospecha un trato de favor en la concesión del solar al cantante.
Cano presentó una solicitud para construir también un teatro en el terreno público. Este jueves 16, un periódico local ha desvelado la naturaleza del proyecto: una pirámide azteca de treinta metros de altura y un aparcamiento para 400 coches. El teatro Malinche, así se denomina el extemporáneo edificio, serviría para poner en marcha un espectáculo musical sobre Hernán Cortés. El concejal del distrito donde se ubicaría el proyecto, un señor llamado Alberto Serrano, ha contado en una reunión municipal los entresijos de su reunión con Cano, o alguien que "tenía pinta de Nacho Cano", ya que le sorprendió que "fuera bajito".
"Lo que me cuentan es que Nacho Cano viene a perder dinero, que lleva más de 10 años con este proyecto. Tenía muy buena pinta todo pero no tengo ni idea de esto, la verdad", declaró el concejal tras reunirse con el cantante en su casa, una donde había "varias habitaciones" y muchos "abogados y arquitectos". Serrano ha confesado que hizo una aportación al proyecto ya que, además de los restaurantes de comida mexicana que pretenden acompañar al teatro, pidió que también hubiera alguno dedicado al "jamón extremeño", en un canto, suponemos, al maridaje entre culturas.
El actual equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid, en manos de la derecha desde 2019, ya es experto en planes coloristas de entretenimiento turístico. A principios de marzo de 2020 su vicealcaldesa, Begoña Villacís, anunció una noria gigante de 140 metros de altura con un coste de 125 millones de euros. Diez días después, Madrid, como el resto de España y la Unión Europea, entraba en los días más duros de las décadas recientes al estallar en toda su magnitud la pandemia de coronavirus, quedando su población confinada domiciliariamente por varias semanas. De la noria nunca más se llegó a saber.
Aunque el día 4 de marzo ya había casos de covid por toda Europa, sería injusto acusar a Villacís de imprevisión, ya que ninguna administración pública en España, probablemente en el mundo, anticipó la dimensión de la catástrofe. Villacís hacía sólo lo que había venido a hacer al Ayuntamiento, en lo que consiste una parte sustancial de la política española: utilizar el terreno público para construir desde vivienda con fines especulativos hasta proyectos megalomaniacos que pretenden servir de reclamo turístico. En el mejor de los casos el negocio será legal, beneficiando a unos pocos empresarios. En el peor, la corrupción hará su aparición, como ha sucedido a lo largo y ancho de la geografía del país.
El sainete productivo consiste en esto, un modelo de desarrollo que o bien sólo beneficia a unos pocos, no creando empleos de calidad ni tejido productivo, o bien es directamente inmoral produciéndose el saqueo de las arcas públicas para el beneficio privado, bien de manera legal o ilegal, un matiz que a menudo depende del ansia depredadora de los protagonistas. Todo esto, en un país con graves desajustes económicos territoriales, con una tasa de desempleo juvenil de las mayores de la UE, debería resultar preocupante. Después de la pandemia, además, de una obcecación que demuestra que poco o nada ha cambiado la visión de país que la derecha tiene para España.
Si algo debería habernos enseñado la pandemia es que no podemos pretender una seguridad absoluta en un mundo naturalmente inestable, pero que al menos deberíamos tener claras una serie de prioridades inmediatas. Entre ellas el fortalecimiento del sector público, incluido su sistema sanitario, también la reindustrialización en líneas estratégicas, prestando especial atención a aquellos sectores de los que el país carece, asegurando las líneas de suministro en el caso de que el comercio internacional se vea bruscamente detenido. En definitiva, que tanto sector público como privado deben pasar de la economía especulativa a la real, proporcionando seguridad vital continuada a los ciudadanos, evitando así el creciente descrédito del sistema institucional tan presente ya en toda Europa.
La propuesta no puede ser calificada de revolucionaria, tan sólo de situar al actual sistema en una línea que no le conduzca a su autodestrucción: las opciones autoritarias de extrema derecha esperan su oportunidad cada vez mejor situadas. No parece tan extraordinario pedir a la economía y a la política que emparejen recursos y soluciones frente a problemas y amenazas, es decir, que se muevan simplemente estableciendo una escala de prioridades. En lugar de eso se propone la construcción de una pirámide azteca en Madrid. El Partido Popular ganó las elecciones autonómicas y municipales de una forma contundente. Prioridades, siempre se trata de prioridades.