Antiguas maravillas e infierno moderno de una ciudad perdida
Después de vivir años traumáticos, Camboya intenta cambiar su imagen. Sin embargo, al ritmo de una ciudad perdida con templos centenarios visitada por un millón de turistas por año, en las sombras opera la principal red de tráfico de niños del mundo.
Si bien existen vías legales y transparentes para adoptar niños, abundan los caminos espurios. "Si quieren adoptar un chico, solo díganmelo y yo los llevare con la gente que se encarga", le dice le conserje del hotel a una pareja de suecos que acaba de llegar a la ciudad de Siem Rep para visitar los templos, no buscando niños en oferta.
Angkor Wat
Camboya tiene rincones desconocidos. "Es más grandiosa que Grecia o Roma" dijo Henri Mohout cuando encontró la ciudad perdida de Angkor Wat. Quizás es porque no está lo suficientemente difundida, quizás es porque la selva como contexto sube el tono vívido del primer reflejo, pero lo cierto es que, a diferencia de lo que sucede cuando se visitan otras maravillas antiguas como el Coliseo romano o el Partenón griego, cuando se llega al Angkor camboyano la sensación que se tiene es de descubrimiento y de algo grande.
A pesar de un sol que no se caracteriza por la clemencia, la primera impresión difícilmente sea negativa y, posiblemente, resulte muy parecida a la que tuvo el explorador francés en 1858, cuando vio entre la maleza las ruinas de la ciudadela que supo tener más de 1.000 kilómetros cuadrados hace 900 años. Aun hoy es cuatro veces más grande que la Ciudad del Vaticano.
Si se llega por aire, el aeropuerto de Siam Rep (una ciudad a cinco kilómetros de los templos) da la primera sorpresa: huele a nuevo, brilla, está equipado con decenas de pantallas planas y el aire acondicionado parece nunca animarse a superar la barrera de los 17 ºC. Al salir, la humedad se presenta dispuesta a hacer compañía durante toda la estadía. Los tuc-tuc esperan y ofrecen traslado, son unas carretas con capacidad para seis personas impulsadas por una moto cuyo motor, en general, no tiene más de 100 centímetros cúbicos. No es extraño ver bajar de uno de ellos a tres morrudos alemanes con tres grandes maletas regateando el precio, de barato a muy barato.
Camboya tiene una historia difícil. Durante más de una década, en los setenta, Angkor fue testigo de los tiros y las bombas de la guerra civil. Los Jemeres Rojos, la facción comunista en la guerra, utilizaron los templos como escenografía del genocidio en el que el 30 % de la población camboyana fue asesinada. Hoy, ya sin conflictos armados, vive en gran medida del turismo masivo de Angkor: le reporta más divisas que la exportación de arroz.
Camboya intenta revertir una dura historia en la que hay lugar para invasiones externas, guerras civiles y redes de contrabando (todavía activas). Alguna vez fue un imperio, entre los siglos IX y XIII. Inserto en la ruta comercial India-China, el Imperio Khmer recibió influencias culturales hindúes, budistas e islámicas que todavía hoy se notan en los rostros de los camboyanos. Sus emperadores se propusieron buscar legitimidad en el pueblo construyendo templos majestuosos, pero entre finales del siglo XIII y principios del XX todo quedó abandonado.
El esfuerzo de Camboya para revertir la imagen se nota desde el minuto cero. La visa para ingresar (que tienen que pedir todos los ciudadanos del mundo) se puede tramitar por Internet, pagar con tarjeta de crédito y recibir por e-mail en tres días. Nada de esto era así hace poco, apenas tres décadas atrás la infraestructura era nula. Luego de la declaración de Patrimonio Cultural de la Unesco (1992) y el reconocimiento como una de las maravillas del mundo antiguo, la cantidad de visitas comenzó a crecer y Siam Rep creció de manera directamente proporcional. Hoy en día, cuenta con más de 1.500 hoteles y desde Bangkok, la capital de Tailandia, se llega con un ómnibus que va directo, solo parando en la frontera para los trámites migratorios. En la crónica de viaje 'El caballero del salón', de William Samseret, se puede leer que una de las cosas que contribuían durante el siglo XX a que la visita a Angkor fuera un acontecimiento de especial importancia era la inmensa dificultad que entrañaba llegar hasta allí. Samseret necesitó dos barcos a vapor por los ríos internos, un tren y un vehículo que bordeó los lagos para llegar.
Sin embargo, dentro de la oleada de visitas hay un tipo de turista con otras intenciones. Segun la agencia World Vision, alrededor del 15 % de los camboyanos sufrió abusos sexuales antes de cumplir los 10 años y la mayoría de los niños que merodean por Angkor Wat en busca de algún dólar fueron abordados por turistas solicitando sexo.
El Gobierno imprimió carteles con advertencias: "Para los pederastas, Camboya tiene los mejores barrotes del mundo" reza el cartel. No es puro discurso: decenas de extranjeros han sido juzgados y condenados en los últimos años, algunos después de haber torturado con prácticas sadomasoquistas a sus pequeñas víctimas, pero se trata de una proporción baja: el 22 % de los turistas que llegan a Camboya lo hace por motivos sexuales.
El infierno
Neoung le dijo a su hija Kieu que le había conseguido un trabajo. La trasladó a un hospital, un médico la examinó y le emitió un "certificado de virginidad". De allí, fueron a un hotel y un hombre la violó durante dos días. Kieu tenía 12 años.
"No sabía qué trabajo era", dice Kieu, ahora con 14 años y viviendo en una casa de seguridad del Gobierno en la capital, Phnom Pehn. Después de la venta de su virginidad, su madre llevó a Kieu a un burdel, quien de esa experiencia recuerda: "me trataron como si estuviera en la cárcel."
Estuvo allí durante tres días, violada por entre tres a seis hombres cada uno de ellos. Cuando volvió a casa, su madre la dejó por tandas en otros dos prostíbulos. Cuando supo que planeaba venderla de nuevo, esta vez por un tramo de seis meses, huyó.
Trafico de bebes
"En el Children Relief Center los futuros padres suelen ser recibidos por un extaxista desdentado de piel morena y pelo lacio, que inauguró este centro tras comprar dos hectáreas de terreno por 50.000 euros, construir una casa y llenarla de niños. Se llama Saeung Mun y no sólo es el director y dueño del orfanato, también se ha convertido en un hombre rico. Su viaje desde una chabola del extrarradio de la ciudad a una vida de abundancia es la historia de cómo la desesperación de miles de parejas occidentales sin niños y la miseria en uno de los países más pobres del mundo se han unido para crear el mayor mercado de tráfico de bebés del mundo. El Children Relief Center es uno de los 15 orfanatos sospechosos de formar parte de una inmensa red que se encarga de garantizar la entrega de niños a la carta por un precio que varía "entre los 10.000 y los 20.000 euros" dice David Jimenez, actual director del diario 'El Mundo', a raíz de una investigación que hiciera tiempo atrás.
Según UNICEF, en los últimos 12 años más de 1.000 niñas han sido rescatadas de la explotación sexual en Camboya, pero más del 6 % de las mujeres y del 5 % de los hombres entre 13 y 17 años de edad vivieron, al menos, una experiencia de abuso sexual. Un estudio concluyó que siete de cada diez niños dijeron que sabían de algún otro joven que había sido abusado sexualmente. La mayoría de los menores consultados trabajaba más de seis horas por día y ganaba menos de dos dólares diarios. El contexto también está marcado por el analfabetismo: tres de cada diez camboyanos no saben leer ni escribir.
Una de las maravillas del mundo antiguo, que vale la pena visitar, convive con una perfidia del mundo moderno, que se hace cada vez más urgente desarticular.
@daniwizen
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